sábado, julio 19, 2025
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(OPINIÓN) ¿Lectores o creyentes? Por: Andrés Felipe Molina Orozco

Lo que el ranking editorial revela sobre la renuncia contemporánea al pensamiento.

Una escena común en cualquier librería de aeropuerto o supermercado latinoamericano: una estantería brillante, títulos relucientes, portadas con rostros sonrientes, fuentes manuscritas y frases que prometen cambiar tu vida. Una joven se detiene, hojea un libro titulado Cómo ser tu mejor versión en 21 días, sonríe, lo paga sin pensarlo y lo guarda junto a una botella de agua con electrolitos. En redes, horas después, lo publicará con una etiqueta: #LecturaDelMes.

Pero, ¿es eso leer?

Esta semana revisé el ranking de libros más vendidos en Amazon en español. Lo lideran títulos como Hábitos atómicosLos secretos de la mente millonariaPadre rico, padre pobre y 50 cápsulas de amor propio. Todos tienen algo en común: no exigen pensamiento, exigen fe.

La pregunta no es si la gente está leyendo. Es como si estamos dejando de pensar mientras lo hacemos.

La industria del consuelo

Estos libros no son necesariamente malos. Muchos tienen ideas útiles, incluso motivadoras. Pero su éxito revela una dinámica inquietante: la lectura como anestesia, no como provocación.

Como advierte Byung-Chul Han (2010), la positividad excesiva no libera: suaviza, diluye, adormece. En lugar de incomodar, acaricia. En lugar de confrontar, consuela. El dolor estructural se transforma en disfunción emocional; la precariedad se traduce como baja autoestima; la injusticia, como falta de actitud. La lectura se convierte en espejo de autoayuda, no en ventana al mundo.

En América Latina, esta tendencia tiene un agravante: se entrelaza con siglos de desigualdad educativa. Como lo plantea Maristella Svampa (2018), el mercado no solo privatiza recursos: privatiza sentidos. El libro, otrora herramienta de emancipación, se vuelve aquí objeto de consumo emocional.

Y no es que el lector sea ingenuo. Es que ha sido entrenado para buscar certezas, no preguntas. Frases tatuables, no ideas debatibles. Resultados, no procesos.

De lectores a creyentes

La lectura que hoy domina el mercado editorial no cultiva pensamiento crítico. Cultiva adhesión emocional. El lector deviene creyente. No busca comprender el mundo, sino sentirse mejor dentro de él. No espera conflicto epistémico, sino afirmación personal con tipografía elegante.

Y ese lector no está solo. Lo acompaña una industria que entiende perfectamente lo que vende: no son libros, son placebos narrativos. Fórmulas precocidas. Manuales de autoafirmación espiritual, motivacional o financiera.

Lo advertía García Canclini (1995): la ciudadanía no se construye solo con derechos formales, sino con acceso a narrativas que permitan pensar. Hoy, muchos libros ofrecen lo contrario: certidumbre emocional sin disonancia cognitiva.

¿Qué nos está diciendo este ranking?

No se trata de despreciar al lector. Tampoco de establecer jerarquías entre géneros. La pregunta es otra: ¿por qué nos sentimos tan cómodos leyendo libros que no nos exigen? ¿Qué revela este mercado editorial sobre nuestra relación con el mundo, con el dolor, con la verdad?

Responder exige coraje. Porque detrás del auge de estos libros hay una necesidad legítima: la necesidad de consuelo, de orden, de sentido. Pero convertir esa necesidad en negocio sin crítica tiene un precio cultural enorme. Renunciamos al juicio. Nos volvemos emocionalmente alfabetizados, pero políticamente analfabetas.

¿Cómo resistir?

Resistir no significa dejar de leer esos libros. Significa no leer solo esos libros. Significa equilibrar el mantra con el manifiesto, el eslogan con el ensayo, la cápsula con el contexto.

Implica, como propone Silvia Rivera Cusicanqui (2010), leer con sospecha amorosa: no para destruir lo que leemos, sino para preguntarnos por lo que omite.

Implica buscar libros que no pueden subrayarse con marcador, porque sus frases no se agotan en una cita para Instagram. Implica compartir la lectura en comunidad, debatirla, enojarse con ella, volver a ella. Implica enseñar, desde las aulas y los hogares, que leer bien es un acto político.

Y, sobre todo, implica recuperar el coraje de leer lo difícil, lo ambiguo, lo incómodo. Lo que no consuela… pero sí transforma.

¿Y tú?

¿Lees para reafirmarte… o para desmontarte?

¿Buscas sentirte mejor… o comprender mejor?

¿Te estás formando como lector… o como creyente?

Porque en tiempos de placebo editorial, leer críticamente es un acto de disidencia. Y en tiempos de algoritmos y rankings, elegir lo difícil puede ser la forma más radical de libertad.

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