Nada como el infame, oportunista e intencionalmente distractor debate que ha querido generar en Colombia la espuria JEP con respecto a las cifras exactas de las víctimas menores de edad que ha dejado en nuestra nación el aún impune accionar terrorista de los narcoparamilitares de la izquierda colombiana, para invitar a los ciudadanos de bien a que se haga referencia a las víctimas de estos infames, la prioridad no es ni debe ser la cantidad verificable de estas porque una sola víctima debe ser suficiente para aterrar…
La prioridad en lo que a las víctimas de estos aún impunes fratricidas respecta, debe ser una fuerte e irrenunciable exigencia ciudadana para que prevalezcan la LEY, la VERDAD, y la JUSTICIA contra los responsables de estas atrocidades, muy por encima de falsas y tramposas promesas de paz como pretexto para otorgar impunidad y lavar las fortunas de estos genocidas.
La izquierda y sus cómplices en la institucionalidad han sido tan macabramente efectivos en el uso de su arma biológica (psicológica) denominada el SÍNDROME DE INDEFENSIÓN ADQUIRIDA, que incluso a nivel global ya ni siquiera cuando de manera bestial y feroz personas de diferentes edades y géneros son sometidas a asesinato, a secuestro, a violación, a descuartizamiento, a esclavitud, a torturas, a extorsiones e incluso son quemadas vivas, se les considera víctimas… Esta aterradora realidad está sucediendo por cuanto mediante la “promulgación” de aberrantes leyes, mediante un delirante intento por reescribir la verdad, mediante un vulgar intento por dar nuevo significado a las palabras, y en abierta burla a la majestad de la justicia, pretende justificarse y legitimarse el atroz proceder de salvajes victimarios en todo el planeta… Y a esto no debemos ni podemos acostumbrarnos.
No son víctimas tan solo aquellos sometidos a atrocidades como las enumeradas en el parágrafo anterior; Resulta que todos los colombianos hemos sido víctimas de estos infames. Lo citado en la frase anterior es un incontrovertible hecho fundamentado en la definición que de VÍCTIMA estableció la Organización de las Naciones Unidas (ONU), definición que fue acogida por el Derecho Internacional Humanitario (DIH) y que reza literalmente lo siguiente:
“… toda persona que haya sufrido daños, individual o colectivamente, incluidas lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdidas económicas o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que constituyan una violación manifiesta de las normas internacionales de derechos humanos o una violación grave del derecho internacional humanitario.”.
Independiente de si son 18,677 o 37,900 el número de menores de edad reclutados a la fuerza y asesinados por las aún impunes farc, o de si fueron 27,000 los secuestrados por estos infames, o de si fueron 1,982 las masacres perpetradas por estos abyectos, o de si asciende a 220,000 el trágico número de personas asesinadas por estos narcoterroristas, o de si superan los 5 millones en número los ciudadanos desplazados por estos genocidas, cada una de esas víctimas tenía una vida, tiene un nombre que se recuerda, tiene una familia que le llora, tiene amigos que le extrañan, y por sobre todo, tiene personas que no descansaremos hasta lograr que los responsables paguen por las atrocidades cometidas.
Como jamás renunciaré a tan necesario propósito, este año rendiré nuevamente tributo a las víctimas de una de esas atrocidades, con particular referencia a una familia que quiero mucho. Hace 35 años, cuando el reloj señalaba las 7:17 horas de la mañana de ese trágico miércoles 27 de Noviembre de 1989, a seis (6) tripulantes y a ciento un (101) pasajeros del vuelo 203 de la aerolínea Avianca que debía cubrir la ruta Bogotá – Cali, así como a sus familias, se les acabó la vida que tenían, al tiempo que a toda la Colombia de bien se nos partió el corazón. Al interior de esa aeronave Boeing 727-21 con matrícula HK 1803, narcoparamilitares de la izquierda colombiana hicieron explotar una bomba… Además, a otras tres (3) inocentes víctimas mortales también se les acabaría la vida que tenían, y a sus familias, por cuanto morirían en tierra como resultado de los pedazos del avión que sobre ellos cayeron.
Gerardo Arellano Becerra, tenor y compositor vallecaucano, fue una de las víctimas mortales de este CRIMEN DE LESA HUMANIDAD, víctima mortal a cuya familia conozco, quiero, admiro y respeto. El difunto Señor esposo de Claudia Patricia Mendoza Serrat (q.e.p.d.) y padre del abogado Federico Arellano Mendoza (quien para ese entonces tenía 12 añitos de vida), era un consagrado Músico egresado de la Universidad Nacional de Bogotá, también graduado con honores como intérprete de la ACCADEMIA LA SCALA de Milán, Italia. La destacada trayectoria profesional del Señor Maestro Arellano Becerra incluye, entre muchos otros logros, sus participaciones como cantante en las Orquesta Sinfónica de Colombia, en la Orquesta Sinfónica del Valle, en la Orquesta Sinfónica de Antioquia, en la Filarmónica de Bogotá; También aportó su arte y talento nuestro destacado tenor vallecaucano a las Temporadas de la Ópera Colombiana desde 1977 hasta 1985, a la Estudiantina de la Universidad Nacional, al trío Joyel, al Grupo Coral Ballestrinque, al Coro Arellano Becerra, a la Compañía Nacional de Ópera, y al Festival Mono Núñez de Música Andina Colombiana.
Desde entonces y hasta la fecha, lo único rescatable que ha “hecho” el poder judicial colombiano para que no quede en la impunidad este otro ataque narcoterrorista, se reduce a que el día jueves 19 de Noviembre del 2009, exactamente UNA (1) SEMANA antes de cumplirse 20 años de perpetrado y por lo tanto de precluir la posibilidad de hacer justicia, la Señora Fiscal 26 Especializada de Medellín se vio obligada a decretar que esa monstruosidad cometida por quien fuera el patrón del m-19, ES UN CRIMEN DE LESA HUMANIDAD. Esto sucedió gracias al trabajo, entrega, insistencia y compromiso del digno hijo de una de las víctimas mortales, el hoy abogado Federico Arellano Mendoza… Es a ejemplos de vida, de resiliencia y de amor por la vida como el de mi hermano Federico, a quienes rindo modesto tributo con este escrito.
La vida de Patricia (q.e.p.d.) y de Federico cambió para honrar la memoria de Gerardo, y la vida de los colombianos de bien igualmente cambió porque su pérdida la asumimos como propia. Citando los nombres y los apellidos de estas ejemplarmente valientes, valiosas, resilientes y valerosas víctimas, entre los millones de martirizados que hay, es que como comprometido promotor de las libertades y de los Derechos Humanos de la gente de bien, reitero mi irrenunciable promesa de llevar a los tribunales, hacer juzgar, condenar, y encarcelar, a los aun impunes narcoparamilitares de la izquierda colombiana, empezando con el usurpador de la presidencia Petro Urrego. Como lo ha hecho la familia Arellano Mendoza, prevaleceremos.