La muerte del Papa Francisco ha llegado como una ráfaga de viento espiritual sobre los muros de una Iglesia agitada. Y no ha sido en cualquier momento: el pontífice ha partido apenas un día después de la conmemoración de la Resurrección, sellando su tránsito con un poder que marcará generaciones de creyentes y detractores por igual.
Mientras el mundo celebraba la Pascua ese triunfo del amor sobre la muerte el sucesor de Pedro entregaba su alma al Creador. No podía ser más elocuente su adiós: un cierre a una vida de Evangelio, humildad y reforma. Con Francisco no solo se va un Papa, se cierra una época. Y con ella, comienza una inquietud más grande: ¿Qué Iglesia vendrá ahora?
En menos de quince días, los cardenales electores, se encerrarán en la Capilla Sixtina, bajo los frescos del Juicio Final pintados por Miguel Ángel. Uno de ellos saldrá de allí vestido de blanco.
Y esa figura llevará sobre sus hombros un peso casi profético. Hay quien recuerda la oscura predicción de San Malaquías, que ve en Francisco al último Papa antes del colapso o de la transformación final. Sea fábula o no, el eco de esa advertencia retumba con más fuerza que nunca.
Pero más allá de las profecías, está la política divina. El Espíritu Santo guiará el Cónclave y tendrá en cuenta, muy seguramente, tres perfiles.
Uno, el pastor reformista, que recogería el legado de Francisco con continuidad y humildad. Se habla del cardenal filipino Luis Antonio Tagle, exarzobispo de Manila.
Otro, el intelectual gestor, quizás el más necesario en esta hora. Un Papa capaz de leer los signos de estos tiempos convulsos de guerra, desinformación, cambio climático y crisis de fe con una mirada lúcida, evangélica y sin miedo a actualizar el lenguaje de la doctrina. Un Papa que conjugue razón y mística, doctrina y diálogo.
Y el tercero, el político moderado: un Papa de transición, de diplomacia, de equilibrio entre aguas agitadas. Podría dar estabilidad interna, pero quizás no la sacudida que muchos católicos creen que la iglesia necesita.
Los conservadores querrán elegir un papa italiano, pero todo indica que es el momento de Asia. Filipinas hoy tiene más de cien millones de católicos.
Mucho se hablará también de los jesuitas. Habrá seis cardenales de la Compañía en este cónclave, cifra histórica para una orden que tradicionalmente ha evitado el poder institucional. Francisco rompió ese silencio. Quizá lo que sigue no sea un Papa jesuita, sino uno que, como él, respire el discernimiento ignaciano: escuchar antes que imponer, servir antes que mandar.
Lo que está en juego no es solo quién será Papa. Lo que se definirá en este cónclave es el alma de una institución que debe decidir entre la tradición y la urgencia de cambiar. La Iglesia católica acusada, debilitada, pero aún faro para millones se mira al espejo y debe preguntarse: ¿Seguirá siendo una voz para los oprimidos o se replegará al mármol del Vaticano?
Francisco nos deja con una Iglesia en movimiento. Quien venga, tendrá que decidir si acelera ese paso, si lo modera o si, por temor, lo detiene. Pero el reloj de la historia no espera.
Filipinas, tiene un peso importantísimo, Es el tercer país con más católicos del mundo, después de Brasil y México. Tiene una Iglesia muy activa, tradicional en lo doctrinal pero también pastoralmente viva.
Algunos italianos y conservadores quisieran “recuperar” un papa europeo o italiano para controlar la Curia y frenar las reformas de Francisco. Pero, la mayoría de votantes son de fuera de Europa. Asia, con Filipinas como punta de lanza, tiene un momento histórico de oportunidad.
En resumen: sí, el “turno” podría ser de Asia, y Filipinas es probablemente el país asiático más fuerte en este sentido. Aunque siempre en un cónclave influyen también factores como el perfil personal (teológico, pastoral, político) del candidato, el contexto global y las alianzas internas.