Una noticia reciente ha sacudido mi tranquilidad y ha encendido en mí un profundo sentimiento de indignación. En la carrera 70 de Laureles, zona rosa de Medellín, un humilde cuidador de carros, un hombre de entre 55 y 60 años, fue brutalmente asesinado. ¿La razón? Unos jóvenes, entre 25 y 30 años, lo culparon de haber robado su vehículo, el cual no encontró al regresar de una noche de rumba. Lo golpearon sin piedad, dejándolo malherido, y días después, murió por la gravedad de sus heridas. Lo más desgarrador de esta tragedia es que el vehículo no había sido robado; las autoridades de tránsito se lo habían llevado a los patios por estar mal estacionado.
Este hecho, lamentablemente, es uno más de los incontables episodios de violencia y falta de convivencia que presenciamos a diario en nuestra ciudad y en todo el país. Nos hemos acostumbrado tanto a esta cruda realidad que, en ocasiones, ni siquiera nos genera la mínima indignación. La naturalización de la barbarie es uno de los síntomas más preocupantes de una sociedad que parece haber perdido su brújula moral.
Pero aquí, en esta columna, quiero alzar mi voz y expresar mi más contundente rechazo. ¿Cómo es posible que sigamos transfiriendo la responsabilidad individual a los demás? Estos jóvenes, al decidir irse de rumba, sabiendo que el licor, los excesos y el trasnocho estarían de por medio, optaron por llevar su propio vehículo y estacionarlo en un lugar prohibido. Es de sobra conocido que, si se va a ingerir alcohol, bajo ninguna circunstancia se debe conducir. Sin embargo, en lugar de asumir las consecuencias de sus propias acciones, culparon al licor, al cuidador de carros, a las autoridades que controlan el espacio público. Pareciera que nadie quiere asumir la culpa de sus propios actos.
Nos hemos acostumbrado a endosar la culpa a todo y a todos, olvidando que, en última instancia, somos responsables de lo que nos sucede en la vida. Es como si temiéramos mostrarnos frágiles o vulnerables al aceptar nuestros errores. Es más fácil que alguien más limpie nuestros desastres, ¿no es así?
Los ejemplos de esta mentalidad evasiva son innumerables. Los conductores irresponsables culpan a los agentes de tránsito por los controles en las vías; el que bebe en exceso, culpa al trago; el empleado, que no cumple sus objetivos, culpa a su jefe; las personas que sacan la basura a destiempo culpan a la empresa recolectora.
Y la lista de excusas sigue. El que piropea a una mujer de forma vulgar, culpa a la mujer por su vestimenta “insinuante”; el que roba, culpa a la pobreza o a la falta de oportunidades; el que no controla sus finanzas, culpa al gobierno. Podría escribir un libro entero solo con los ejemplos de esta constante huida de la responsabilidad.
Esta es una forma de pensar verdaderamente primaria, una actitud defensiva que nos mantiene anclados en una era ancestral de la humanidad, donde la única opción parece ser atacar o sentirse atacado. Hay que reflexionar como individuos, a madurar y entender que la verdadera libertad y el progreso solo se alcanzan cuando asumimos plenamente la responsabilidad de nuestras acciones ¿Hasta cuándo seguiremos negándonos a mirar hacia adentro y reconocer nuestra propia parte en el caos que nos rodea?