Presidente Petro, usted que se jacta de gobernar para el pueblo, ha demostrado ser parte de lo mismo que tanto critica. Sus acciones, lejos de unir, han dividido. Ha gobernado en contra de todo aquel que no comulga con su pensamiento, y así, con esa actitud, no se construye una nación, ni una empresa, ni mucho menos una familia. Parece que usted desconoce el significado de estos tres, quizás porque esta es su primera incursión en el poder, porque nunca ha sido emprendedor y porque sus actos han resquebrajado incluso su propio núcleo familiar.
Este gobierno, lejos de ser la transformación prometida, nos ha sumergido en una máquina del tiempo. Con una nostalgia emotiva que raya en la obsesión, el presidente sigue incendiando el país, tal como lo hizo en sus años de juventud. Los discursos nostálgicos, cargados de metáforas, referencias a Simón Bolívar, a «Cien años de soledad», y llenos de poesía, podrían ganar concursos literarios. Son, sin duda, bellos en su forma, pero estériles en su contenido.
Colombia no necesita versos, presidente; necesita certezas. Requiere coherencia y sensatez, cualidades que brillan por su ausencia en su gobierno y en la gente que lo rodea, tanto los que permanecen a su lado como los que ya abandonaron el barco. Usted prometió el cambio, y aunque el cambio en sí mismo no es bueno ni malo, los suyos han sido sinónimo de división, de un retroceso a los años de caos que marcaron las décadas de los 80 y 90.
¿Dónde quedaron los argumentos, señor presidente? ¿Dónde se desvaneció el discurso poético que cautivó? ¿Qué pasó con la esperanza que generaron sus programas de campaña y que motivó a tantos a depositar su voto en usted? No ha gobernado, se ha dedicado a la reyerta constante, a la división, a señalar con el dedo, a destruir, a insultar y a culpar a otros por su propia ineptitud.
Mientras usted juega a la revolución, nosotros, los que trabajamos día a día, los emprendedores, los empresarios, el ciudadano de a pie, estamos sobreviviendo en medio de una incertidumbre asfixiante. Basta con asomarse a las redes sociales o a los medios de comunicación para constatar que la esperanza ha sido atomizada, volada con bombas, con desplazamientos, con mentiras, con corrupción, con secuestros y con muertos de todos los bandos, incluyendo líderes sociales, miembros de la fuerza pública, políticos y hasta ciudadanos que alguna vez creyeron en su gobierno.
Sus hijos, sus aliados, los contratos cuestionables, las contradicciones, la paz que nunca llegó… y usted, desde un balcón, hablando como si estuviéramos en una epopeya que a nadie emociona. Ustedes, los de izquierda y los de derecha, han estirado tanto al país que hoy existe una brecha de odio insondable en la sociedad. Gobernar no es insultar más duro ni intimidar; es unir, convencer, administrar los recursos de la nación. La política no necesita poesía, señor presidente, requiere coraje.
Usted será recordado como uno más en la historia que encendió la mecha, pero que fue incapaz de apagar el incendio. Ya es demasiado tarde, la esperanza ha sido incinerada.