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jueves, diciembre 19, 2024
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    InicioCésar Bedoya(OPINIÓN) La corrupción un virus social. Por: César Augusto Bedoya

    (OPINIÓN) La corrupción un virus social. Por: César Augusto Bedoya

    La corrupción es un flagelo que ha permeado todas las capas de nuestra sociedad colombiana.

    Desde los pequeños actos de soborno hasta los grandes escándalos de malversación de fondos públicos, la corrupción nos cuesta aproximadamente $50 billones de pesos al año. Este problema no solo es económico, sino también social y cultural.

    Esta mala práctica se alimenta de la impunidad, la falta de transparencia y la debilidad institucional. Cuando los actos corruptos no son castigados, se crea un clima de permisividad que incentiva a otros a actuar de la misma forma. Esto tiene un impacto devastador en la educación, la salud, la infraestructura y otros servicios públicos esenciales.

    Vivimos en una sociedad que, a pesar de condenar la corrupción a gran escala, tolera y hasta justificar pequeñas acciones deshonestas. El ciudadano que vende una ayuda humanitaria, el conductor que soborna a un agente de tránsito, son ejemplos de cómo la corrupción se ha arraigado en nuestra cotidianidad. Esta normalización hace que sea difícil romper con el ciclo de la deshonestidad y construir una sociedad justa.

    La corrupción no se limita a los grandes escándalos. Comienza en las pequeñas acciones cotidianas, como saltarse una fila o imprimir documentos personales en la oficina. Al justificar estos actos, nos convertimos en cómplices de un sistema corrupto. Es fundamental reconocer que cada uno de nosotros tiene un papel en la construcción de una sociedad más justa y transparente.

    Incluso el gobierno del ‘cambio’ se ha visto involucrado en escándalos de corrupción. La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) ha sido objeto de investigaciones por irregularidades, y diversos funcionarios cercanos al presidente Gustavo Petro, incluyendo a su hijo mayor Nicolás Petro, han estado relacionados con estos casos.

    La justicia en Colombia, cuando se trata de casos de corrupción, suele ser lenta, ineficiente y permisiva. Los culpables a menudo reciben penas irrisorias y, en muchos casos, logran recuperar parte del dinero malversado. Esta impunidad fomenta la repetición de los delitos y envía un mensaje equivocado a la sociedad: la corrupción no tiene consecuencias.

    El pasado 9 de diciembre celebramos el Día Internacional contra la Corrupción. Esta fecha nos invita a reflexionar sobre cómo las pequeñas acciones cotidianas alimentan un problema mucho más grande.

    No basta con señalar a los grandes corruptos; cada uno de nosotros tiene un papel en la construcción de una sociedad más honesta. Al ser ejemplo de integridad y al exigir transparencia a nuestros líderes, podemos construir un futuro libre de corrupción.

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