Antes de que terminen tus días, haz una revisión introspectiva, y vuelve a escuchar tus palabras lisonjeras del pasado para Uribe, en dramático contraste con tus actos posteriores cuando ya habías recibido el poder con un mandato claro del pueblo que lo respaldaba a él y no a ti.
Luego revisa tu obra, y el desmadre que causó tu paz vanidosa que no fue. Tu legado es Petro, ese enajenado díscolo que no gobierna y nos ha sumido en el caos. Jamás he hablado con Uribe de ti, pero estoy seguro de que no es odio lo que abriga, sino dolor, dolor de haberse equivocado, poniendo su fe en tus manos, y dolor de ver la destrucción sistemática de una obra que costó tanto. Ver a los terroristas en el lugar de la decencia, y a los decentes, presa de los desmanes y la insolencia, de la impunidad que obsequiaste por querer “pasar a la historia”.
Y pasaste, ¡pero a qué costo para tu nombre! El Nobel quedará en el anaquel, pero en el corazón de cada colombiano, solo vive la certeza de que nos entregaste al crimen. La grandeza no se pide, se ejerce. Reconocer la equivocación histórica y el pecado de vanidad sería grandeza.
Como grandeza habría sido no conspirar para dañar al hombre que te exaltó a donde jamás habrías llegado sin su apoyo. Hoy, con el daño incalculable ya infringido, el único asomo de grandeza sería reconocerlo y pedir perdón. Pero tú no eres capaz. No conoces la grandeza…
