Colombia enfrenta un desafío político crítico de cara a las elecciones presidenciales de 2026. Mientras el actual gobierno de Gustavo Petro continúa con su agenda, que muchos consideran una amenaza real para la democracia y las buenas costumbres del país, la oposición se encuentra dispersa y fragmentada.
En lugar de unirse en torno a un solo candidato con posibilidades reales de vencer, hemos visto una proliferación de aspirantes presidenciales, cada uno con su propio interés. Algunos buscan reconocimiento personal, deseosos de añadir en su historial que fueron candidatos presidenciales. Otros ven la contienda como una oportunidad para negociar cargos y contratos a futuro. Más preocupante aún, hay quienes parecen estar financiados por sectores turbios, con la clara intención de dividir el voto opositor y garantizar la continuidad del actual proyecto político.
Esta atomización de la oposición no es casualidad. La estrategia de «divide y vencerás» es una herramienta histórica en la política, y en este caso, está funcionando a la perfección. Cada candidato adicional que surge y se niega a declinar a favor de un consenso le da un respiro al oficialismo, permitiendo que la votación se disperse y, en última instancia, se pierda la oportunidad de un cambio real. Esto es, sin lugar a dudas, fuego amigo.
Si los políticos no tienen la madurez para unirse, entonces corresponde a la ciudadanía tomar la iniciativa. No podemos esperar a que ellos decidan por nosotros; debemos organizarnos, debatir y seleccionar, desde ya, al candidato que más le convenga al país. No solo aquel con el mejor discurso, sino el que tenga experiencia, conocimiento y la capacidad real de sumar votos suficientes para ganar.
No podemos permitir que la dispersión nos condene a otros cuatro años de lo mismo. La historia nos enseña que un pueblo unido jamás será vencido. Es momento de demostrarlo.
