Colombia tiene una alta probabilidad de entrar en las grandes ligas de explotación minera del cobre.
El denominado “cinturón verde” de la Cordillera de los Andes cuya extensión, del orden de los 1.200 kilómetros, es la zona más rica en minerales metálicos de todo el planeta y tiene en el cobre las mayores reservas del mundo; no es gratuito que Chile y Perú, fuesen en el 2023, uno de los mayores productores con 5.3 y 2.6 millones de toneladas; Ecuador y Panamá también han venido desarrollado varios proyectos de extracción de ese mineral.
Y nuestro territorio, según documento elaborado por la Asociación Colombiana de Minería, no podría ser una anomalía en los Andes así no haya identificado más depósitos que los indicios de yacimientos encontrados en la Serranía del Perijá cuyas riquezas están por cuantificar una vez se adelanten los estudios geológicos y de exploración minera.
Basta mencionar que el solo Batolito de Mandé, ubicado entre los departamentos de Antioquia y Chocó y de una extensión en sentido norte sur de 200 km y un ancho promedio de 20 km., tiene una conformación análoga a los depósitos de cobre de Chile Por ahora, la única en explotación de cobre es la de El Roble en Carmen de Atrato de apenas 39.000 toneladas en el 2023; un pequeño depósito que contrastaría con otro de mayor jerarquía y envergadura: el de Quebradona, un proyecto vecino a Jericó con reservas aprovechables tasadas en 109 millones de toneladas y cuya extracción subterránea estima producir 6.2 millones de toneladas anuales.
Es que la demanda de cobre en el mundo marca un alto ritmo de crecimiento en el corto, mediano y largo plazo; consecuencia de factores a favor como el incremento de la población, la transición energética que busca la sustitución de combustibles fósiles por fuentes de energía renovables como la solar, la eólica, la hidroeléctrica, los vehículos eléctricos…, etc.
Un estudio sobre proyección del BMI Capital Markets afirma que “la capacidad instalada de parques solares debería triplicarse para el 2025, mientras que los eólicos se duplicarían para la misma fecha”.Y según un reporte del banco JP Morgan, sostiene que el uso del metal con destino a vehículos eléctricos pasaría de las 925.000 toneladas del 2020 a 4.2 millones en el 2030; “una turbina de 3 MW impulsada por un molino de viento requiere 4.2 toneladas de cobre”.
El mundo necesitará en el futuro más cobre y esa oportunidad beneficiaría el país; pues con base en los estudios geológicos de los depósitos descubiertos se infiere que hay un enorme potencial y Colombia tiene una alta probabilidad de entrar en las grandes ligas de explotación minera del cobre como lo están los vecinos. La más probable existencia de depósitos cupríferos en nuestro territorio contribuiría a desarrollar empleos, exportaciones, impuestos y regalías; justamente cuando al carbón le está pasando su cuarto de hora por causa de los bajos precios internacionales.
Si queremos convertirnos en actores destacados en los procesos de transición energética para la sustitución de las térmicas y en favor de las energías limpias, hay que hacer también pedagogía en paralelo en aquellas comunidades opuestas a la minería extractiva para lograr, siempre y cuando los proyectos estén soportados en estudios serios y demostrado ser viables en todas las exigencias, la otra licencia, “la social”; más importante quizá que la ambiental.
Y el país podría convertirse además en productor de materias primas al agregar mano de obra y tecnología en la cadena de valor en la producción de elementos de alta demanda en el mercado mundial.
El país no puede seguir aferrado a un fundamentalismo ambiental que nos condene a la pobreza a perpetuidad, a cambio de explotar un recurso minero que nos regaló la naturaleza, para situarnos en la senda del crecimiento y el desarrollo económico, el social como lo hacen los vecinos que han logrado fortalecer las finanzas redistribuyendo ingresos y generando bienestar en la comunidad.
