Sabido es que los Estados Unidos siempre saben esperar y actuar en el momento que corresponda. El acecho reciente de la primera línea y los indígenas en las afueras de la embajada americana, que causó graves heridas con flechas a cuatro policías, ha sido un escenario propicio para que el Presidente Trump acusara a su homólogo colombiano Gustavo Petro de ser un “líder del narcotráfico”, por lo que dio a conocer la suspensión de toda ayuda de EE.UU. a Colombia.
Que se recuerde, en el intercambio con el país del norte, Colombia nunca ha estado en una relación diplomática tan deteriorada como lo está ahora en la era del gobierno de la izquierda radical. En el pasado, las buenas relaciones se basaban en la lucha contra el narcotráfico, la cooperación militar y la asistencia al desarrollo a través del programa de USAID, que en meses pasados se terminó por completo.
De gravedad inmensa para la Nación Colombiana es la suspensión de todos los “pagos o subsidios” que se reciben de los Estados Unidos que, si bien no especificó el Presidente Trump, parece también comprender toda la ayuda militar. Un evidente escalamiento en la tensa relación entre ambos países, agudizada recientemente por la descertificación en la lucha contra las drogas; aunque la gestión diplomática de los alcaldes logró suspender la limitación del apoyo internacional (“waiver”), los hechos recientes agotaron la paciencia de los norteamericanos.
A esta situación se llegó por las provocaciones permanentes de Petro a Trump: cuestionar las operaciones de EE.UU. en el Caribe que, según él, involucraron ciudadanos colombianos y afectaron la soberanía nacional; el acercamiento con tantos narcotraficantes como aquella de la tarima en Antioquia, o el registro monumental del crecimiento de los cultivos de coca, lo cual Bernstein y otros analistas vinculan a dificultades estructurales en la política antinarcóticos del gobierno Petro y el fracaso en la implementación de la mal llamada “paz total”.
Tampoco debe olvidarse el desconocimiento de la existencia del “Cartel de los Soles” en Venezuela, así como el desafortunado “tarimazo” en Nueva York, en medio del cual Petro incitó a los militares de EE.UU. a desacatar las instrucciones de su comandante en jefe.
De gravedad inmensa representa esta ruptura. La afectación de la ayuda se traduce de inmediato en la gobernanza, porque al no contar con esos recursos no se podrán implementar e impulsar los programas de seguridad y de desarrollo. Además, sin esos cuantiosos recursos y respaldo internacional que venían con la cooperación, ello repercutirá en aumento de los cultivos ilícitos en zonas vulnerables (especialmente donde operan grupos armados).
El daño está hecho. Los señalamientos de Trump afectan la imagen internacional de Colombia y del gobierno Petro, que va tener consecuencias y afectaciones en la inversión extranjera, tratados de cooperación y alianzas regionales.
Tanto tensó la cuerda de las relaciones Gustavo Petro que consiguió que la paciencia de los norteamericanos llegó a un límite que no es simplemente retórico. La lapidaria frase “or the United States will close them up for him, and it won’t be done nicely” resume el ultimátum: Trump no está dispuesto a esperar que un gobernante mediocre, permisivo e inactivo resuelva sus problemas de seguridad nacional.
La respuesta timorata de Petro, señalando que Trump está “engañado” y desconoce “en qué parte están los narcos y en qué parte están los demócratas”, es previsible. Conociendo la mentalidad del gobernante colombiano, en los días venideros procederá a victimizarse, a cambiar la narrativa y ante el deterioro del orden público que se encuentra en aumento, muy seguramente opte por buscar la declaratoria de conmoción interior y por ese medio, amenazar o suspender las próximas elecciones. La oposición tendrá munición política, y los grupos con intereses ilícitos podrían aprovechar la fragmentación institucional.
No está nada claro si Colombia puede superar esta delicada situación y transformar esta crisis diplomática en un impulso para fortalecer su propio proyecto de país: mejores instituciones, menos dependencia externa y una política de drogas que reconozca tanto la demanda internacional como la producción nacional. Sin ello, el golpe de esta ruptura podrá sentirse con fuerza en las urnas, en la paz rural y en la estabilidad democrática.
Dudo bastante que Colombia puede transformar esta crisis diplomática en un impulso para fortalecer su propio proyecto de país, más bien me inclino por pronosticar que se dará más temprano que tarde una ruptura diplomática en forma unilateral en las relaciones con EE.UU. por parte de Petro como lo hiciera con Israel.
Por supuesto la sociedad civil, los estamentos sociales e institucionales, los gremios tienen la inaplazable tarea de impedir que se rompan esas relaciones y que es fundamental recuperar y restablecer la confianza con el aliado de siempre, como son los Estados Unidos. A su vez, la ciudadanía tiene dos grandes responsabilidades: evitar que se consume la suspensión de las elecciones, protestando firmemente cualquier declaratoria de conmoción interior que pueda usarse con fines políticos, y ejercer su voto en favor de un candidato capacitado, idóneo y con experiencia para restablecer nuestra firme e histórica relación con el país del norte.