jueves, abril 17, 2025
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(OPINIÓN) El valor de callar. Por: Laura Mejía Sanín

Personería rendición cuentas

Hoy en día, en un mundo que no para de hablar, hacer silencio puede ser un acto profundamente inspirador. En tiempos donde la opinión se publica antes de pensarse, y el escándalo vale más que la verdad, tomarse una pausa, es, quizás, el gesto más revolucionario, ¿no creen?

Vivimos atrapados en una lógica de ruido. Todo el tiempo hay que decir algo, responder, reaccionar. La velocidad lo consume todo: los titulares se pisan entre sí, las redes dictan agenda, los análisis se vuelven trinos, los debates se convierten en guerra, y los periodistas, a veces, caemos en la trampa de hablar sin escuchar.

Pero, pensándolo bien, el silencio, bien entendido, no es indiferencia. Es pausa. Es respeto. Es la posibilidad de observar mejor, de darle lugar a la reflexión, de escuchar(nos). No siempre hay que tener una respuesta inmediata. No todo merece un titular urgente.

En el ejercicio periodístico, el silencio puede ser también una forma de ética. No todo se debe contar a toda hora. A veces hay que callar para proteger, para comprender, para no hacerle el juego a los que solo quieren ruido. Porque cuando todo grita, lo que se dice con calma puede tener más peso.

Pero el silencio también tiene un valor social y cívico. En una época donde la opinión se impone sobre el diálogo, y donde el juicio rápido ha desplazado a la conversación, guardar silencio puede ser una manera de ceder espacio, de respetar al otro, de construir desde lo colectivo. No todo se trata de tener la razón; a veces, es solo cuestión de saber escuchar. En comunidades marcadas por el conflicto o la polarización, el silencio puede abrir caminos de encuentro. Puede ser el punto de partida para una convivencia más empática y menos reactiva. Estoy convencida.

Estos días de Semana Santa son una oportunidad perfecta para eso. Para detenernos. Para desconectarnos del exceso de estímulos y reconectarnos desde otro lugar: el espiritual, el personal, el que resuene con cada uno. No importa desde dónde, lo esencial es permitirnos el silencio. Escuchar lo que a veces ignoramos por andar tan de prisa: a nosotros mismos, a los otros, al país.

Tal vez el periodismo —y la sociedad en general— necesita recuperar espacios de pausa. Entender que el valor no está en quién habla más rápido, sino en quién logra ver más claro. Que el silencio también informa. También cuenta.

Hoy, más que nunca, vale la pena preguntarnos: ¿a qué le estamos dando voz? ¿Qué voces estamos dejando fuera por el afán del ruido? ¿Y qué pasaría si, de vez en cuando, nos atreviéramos a callar?

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