martes, junio 3, 2025
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(OPINIÓN) El trabajo como castigo. Por: Santiago José Castro Agudelo

Revivió el proyecto de reforma laboral en el Senado de la República, sin que entendamos bien cómo. Lo triste del asunto es que ya estamos acostumbrados a esta tragicomedia que es la política colombiana. La oposición alega que es una forma de cumplirle al pueblo colombiano, aunque queda en el ambiente un tufillo electorero, propio del condumio que antecede al año electoral. El gobierno, por su parte, alega que se trató de una estrategia para enterrar la consulta popular que promueve y que es una colcha de retazos que no aporta nada nuevo a la legislación vigente.

Independientemente de la posición que se asuma, los datos muestran un panorama desolador para los trabajadores en Colombia y no es por ausencia de derechos, sino por exceso de regulación y trabas para la contratación formal y para la generación de nuevas y mejores oportunidades laborales. Más de la mitad de la población económicamente activa vive en la informalidad. Basta recorrer la mayoría de los municipios de Colombia, o incluso muchas tiendas de barrio en las ciudades principales, para validar que, en efecto, aquello de la relación laboral formal no se ha materializado, porque muchos negocios sencillamente no generan suficientes ingresos para asumir el costo que ello implica.

Sin embargo, como quien compra la lotería, millones de colombianos sienten que mejorar las condiciones de los trabajadores formales en algún momento los beneficiará a ellos, olvidando que, de exigirse el cumplimiento de la legislación vigente hoy, eso poco que sus empleadores logran ofrecerles se reduciría a cero. No sobra recordar que muchos trabajadores informales insisten en mantenerse en esa condición, alegando no querer perder “beneficios” y “apoyos” que hoy reciben, gracias a políticas públicas de transferencias condicionadas, que terminaron sin condición.

Lo más grave del asunto es que en los encendidos discursos del gobierno e incluso en algunos de la oposición, se refieren al trabajo como un castigo, como algo propio de una relación de opresión de unos por otros. Marx en su esplendor.

En vez de ofrecer amplias oportunidades para que emprendedores y empresarios consolidados ofrezcan más horas de trabajo formal y debidamente remuneradas, pretenden aumentar el costo de ello, obligando a miles de empresas a reducir turnos o a beneficiar a sus trabajadores más productivos, dejando ir a los demás. En vez de incentivar una economía que opere 24 horas, cierran las puertas a los que están dispuestos a trabajar más, para vivir mejor. Suelen comparar las condiciones laborales de países nórdicos, tal como hacen con los asuntos de educación, olvidando que, como decía Darío Echandía: “Colombia es un orangután con sacoleva” y “No somos Dinamarca, sino Cundinamarca”.

En últimas, así muchos se sientan agredidos con mi afirmación, tener un contrato laboral formal en nuestro país es un privilegio. De hecho, los datos sugieren que apenas entre un 3% y un 5% de quienes tienen un contrato laboral formal reciben ingresos por encima de dos salarios mínimos, mientras que un 22,3% reciben ingresos de entre uno y dos salarios mínimos. Las cosas como son.

¿Cómo se ha enfrentado esta gravísima situación? Engordando al estado y procurando que todos aquellos privilegiados que reciben importantes ingresos paguen más impuestos para que el estado se encargue de la distribución de la riqueza, que incluye, por supuesto, los tradicionales sobrecostos en la contratación pública, coimas, corbatas y el más degenerado clientelismo político y empresarial.

La salida es sencilla: si el trabajo es un castigo, se debe evitar al máximo y procurar la más alta compensación para tan nefasta actividad, que en otras latitudes se considera como uno de los orígenes primeros de la riqueza. Se alega, por supuesto y con toda energía, que se trata de garantizar los derechos de los más humildes y de los trabajadores. Lo que no dicen es que para lograr condiciones laborales como las que se disfrutan en países con economías consolidadas y con tasas de productividad altísimas, primero se requiere desarrollar el aparato productivo y garantizar el crecimiento sostenido de la economía durante décadas. Esa no es la apuesta.

Lo que buscan es redistribuir la riqueza existente, alegando que antes de reducir la pobreza, urge reducir la desigualdad, así ello implique que los ricos sean menos ricos y los pobres más pobres. El problema es que, en el mundo de hoy, inversionista que vea condiciones inapropiadas o falta de seguridad y estabilidad jurídica, sencillamente retira su capital y busca un lugar más acogedor. Es el camino hacia el estancamiento y la pobreza.

El trabajo debe ser considerado una oportunidad, el esfuerzo y el sacrificio debe ser aplaudido. Hoy, muchas veces lo que uno recibe cuando trabaja más y sacrifica muchas cosas para sacar proyectos adelante, como empleado, son frases de tipo: “Ni que la plata fuera suya”, “el día de mañana nadie le va a reconocer eso”, “al primer error lo sacan de una patada”, “no todo en la vida es trabajo”, etc. Hace poco un conocido amablemente compartió varias de estas conmigo, criticándome. Yo escuché con tranquilidad y me retiré… con su hoja de vida en un sobre. Lleva seis meses desempleado porque “no dejaré de vivir para trabajar”. Supe que la última oportunidad que le dieron la desperdició por llegar tarde y salir temprano muy seguido, siempre con alguna excusa. A él nadie lo va a castigar…

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