La reciente escalada diplomática entre Colombia y Estados Unidos, desencadenada por la suspensión de cooperación económica y el anuncio de posibles aranceles, no es un mero incidente internacional; es la peligrosa materialización de una provocación irresponsable que sale directamente del Palacio de Nariño.
Resulta indignante que una persona en el poder, con las inmensas atribuciones de líder de una nación, se sienta con el derecho de afectar la economía y la estabilidad de millones de compatriotas simplemente por satisfacer una agenda personalista. El rol que ostenta no le da carta blanca para hacer lo que le venga en gana, menos aun cuando las consecuencias se miden en el pan diario de la gente.
Este conflicto, lejos de ser un infortunio, es un coletazo buscado por el presidente Petro. Es claro que ha hecho hasta lo imposible para que la Casa Blanca lo ponga en la agenda política mundial, pero no como un líder constructivo, sino como una figura que provoca y luego se martiriza. Estamos ante un patrón político que nos es familiar: tirar la piedra y luego esconder la mano, o peor, culpar al otro de la reacción. Lamentablemente, en este juego de tronos internacional, quien paga los platos rotos no es el dignatario, sino el ciudadano de a pie, el empresario y el trabajador.
La decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de suspender la cooperación y contemplar aranceles a los productos colombianos es una respuesta, probablemente visceral y «desde el hígado», a un patrón de mensajes provocadores que se ha prolongado demasiado. Este anuncio no es un simple cruce de trinos; es, como se ha advertido, «un duro golpe para toda la economía del país» y una muestra de un aislamiento internacional peligrosamente buscado. La irresponsabilidad se mide en cifras concretas y alarmantes que nadie puede ignorar.
Detrás de la retórica incendiaria, existe una realidad económica devastadora: el riesgo de un aumento arancelario amenaza no solo el crecimiento del sector agrícola, sino más de cinco millones de empleos directos que dependen de las exportaciones a nuestro principal socio comercial. Estamos hablando de las 3.000 empresas colombianas que sostienen el principal flujo de comercio exterior. Este no es un debate ideológico; es la estabilidad de miles de familias cafeteras, que trabajan con esfuerzo y dignidad, y de incontables trabajadores en otros sectores vitales que ven sus sustentos en peligro por caprichos personales.
La indignación se profundiza al observar cómo esta crisis, generada por una política de confrontación, es inmediatamente transformada en una táctica de victimización interna. Tras ser despojado de la certificación en la lucha antidrogas por el aumento de cultivos ilícitos —lo que ya acarrea un costo reputacional alto y una potencial falta de acceso a créditos—, el presidente saca la «carta de la víctima» para capitalizar el apoyo popular. ¡Qué ironía! Generar una crisis diplomática y económica para luego presentarse como el país «agredido» por la potencia extranjera.
Este comportamiento revela una característica que va más allá de la ideología: el presidente es un animal político al que no le gustan las aguas mansas. Tiene una habilidad innata para voltear a su favor cualquier golpe que reciba, convirtiendo el costo reputacional y económico de la nación en una «válvula de oxígeno» inesperada para su discurso de soberanía y defensa contra «agresiones». Es un juego peligroso donde la nación es la ficha y el objetivo es siempre el rédito político personal y electoral de 2026.
¿Hasta cuándo vamos a tolerar este patrón autodestructivo? La política de la pelea cazada y la posterior victimización es un juego que no solo practica el presidente, sino que parece inspirar a muchos. Pero en el contexto del liderazgo nacional, este espíritu de lucha llevado a la irresponsabilidad no es una virtud, sino un vicio destructivo. La estabilidad de un país y la vida de millones de personas no pueden estar supeditadas al cálculo electoral o a la necesidad de notoriedad de un solo hombre. Exigimos seriedad, responsabilidad y el fin de esta peligrosa manipulación que nos está costando demasiado.








