Queridos compañeros, hace 498 años llegaron los Dominicos a Colombia; de ellos, 54 han transcurrido en Medellín. En el contexto de la llegada de los primeros frailes a la capital de la montaña, en 1971, coincidieron la fuerza de los movimientos sociales, el auge de las empresas antioqueñas y el surgimiento de la violencia que se empezaba a provocar los primeros desplazamientos por cuenta del conflicto armado interno.
Todo ello impulsó el fortalecimiento de la educación superior en el departamento, haciendo de la universidad una institución hegemónica, salvadora de vidas y profundamente necesaria para una sociedad pujante y emprendedora. Los hijos de miles de desplazados por la violencia campesina que habían llegado a las ciudades colombianas en las dos décadas anteriores llenaban las aulas del sistema educativo básico y demandaban acceso a la educación superior.
Con el paso del tiempo, en la cultura antioqueña se afianzó la convicción de que la mejor herencia que se le deja a los hijos es la educación. Durante esa misma década de los 70, los dominicos vivían un momento de especial dinamismo: las misiones del Catatumbo, el auge del santuario mariano de Chiquinquirá y los aires de restauración de la Universidad Santo Tomás auguraban una primavera apostólica.
En ella, Medellín tuvo un papel decisivo. Quizá hoy estemos ante el eventual otoño de esta institución. El pasado 7 de noviembre, el Observatorio de Universidad Colombiana publicó citando al diario El Tiempo una noticia titulada: “La Universidad Santo Tomás busca alternativas para terminar su operación presencial en Medellín”.
Las reacciones no se hicieron esperar, máxime cuando se utilizan expresiones como: “La demanda de estudiantes no le dio el resultado esperado, en una ciudad poco amiga de las IES ‘foráneas’ y con mucha oferta local”. Si bien es cierto que Medellín cuenta con una amplia oferta universitaria y que la demanda de estudiantes no fue la esperada, lo que no puede admitirse, en el caso de la Santo Tomás, es que la ciudad sea “poco amiga” de las universidades que el medio llama “foráneas”.
Seis años estuve al frente de la rectoría de la sede Medellín y puedo afirmar, con firmeza, que nunca se me cerró una puerta. La institucionalidad antioqueña siempre vio a la universidad con aprecio; las empresas fueron generosas al abrir espacios a nuestros egresados, practicantes y docentes.
Recuerdo con gratitud las reuniones mensuales del comité universidad empresa estado (CUEE), donde hacen presencia los rectores, un ambiente cálido, abierto, fraterno y solidario de todos ellos. ¡Que la Santo Tomás cierre no es culpa de los ciudadanos antioqueños! En el 2017, la universidad atravesaba por una situación compleja, arrastrada desde su fundación.
Bajo la lógica de la oferta y la demanda, era necesario diseñar una estrategia de crecimiento en programas académicos, presencia regional, fuentes de financiación y una apuesta por el cambio de lugar. Este último aspecto resultaba decisivo: desde los primeros informes de gestión hasta mi rectoría, se coincidía en que el principal obstáculo para el despegue era su ubicación, esto respaldado por estudios de mercado contratado a empresas externas.
Durante la Rectoría General de un rector bogotano, se decidió adquirir el lote de Los Balsos, en el poblado. Decisión que continuó su sucesor y que se apoyó en las dinámicas locales de una sede en expansión. La universidad creció en número de estudiantes, amplió su oferta académica ante el Ministerio de Educación, creó nuevos programas bajo la modalidad de técnicos para el trabajo y el desarrollo humano, estableció vínculos con el estado y con empresas privadas, fue condecorada por el Congreso de la República y se sometió a la medición de indicadores de sostenibilidad GRI.
No fue un camino fácil; el esfuerzo tuvo costos personales y en salud para quienes asumimos esa tarea, pero también evidenció valentía y liderazgo. Solo hacía falta que esa valentía y un nuevo liderazgo continuaran con empatía hacia Medellín y con el empuje que caracteriza al pueblo paisa,-esa magnanimidad que tanto lo define.
Hoy, ante las protestas estudiantiles y la cobertura mediática, muchos amigos, rectores de las universidades en Medellín, empresarios y algunos frailes me preguntan qué pienso. No es una pregunta sencilla. Seis años en Medellín me hicieron amar la ciudad, a su gente, a los colaboradores de la universidad y, sobre todo, a los estudiantes.
Lamento profundamente las decisiones recientes, pero también lamento la superficialidad con que los medios las han tratado. La historia de esta sede demuestra que los poderes más grandes no han podido con ella. La han debilitado, la han herido, pero no han logrado extinguirla. Es la fuerza de la cultura antioqueña resistente, solidaria y esperanzada la que hoy sigue viva, pintando carteles y defendiendo su universidad.
Medellín narra a sus egresados las mismas luchas que hoy enfrentan sus estudiantes. No es metáfora poética, es una realidad preocupante. Los verdaderos adversarios de esta sede no están en Medellín. Paradójicamente, hemos sido muchos de fuera quienes hemos luchado para que no se cierre. La sociedad colombiana cambia vertiginosamente.
En la esencia de la universidad está la lucha: las universidades se desarrollaron históricamente en medio de la protesta y el debate. La figura del rector surgió como mediador entre estudiantes y docentes; esa es la naturaleza del cargo. Y aunque toda la universidad debe ser sostenible, si se la concibe solo como un negocio, pierde su alma.
Queridos compañeros estudiantes: La universidad es, y debe seguir siendo, un campo de especial confrontación y esperanza. Es también una oportunidad misional para los frailes dominicos, que llegaron a Medellín con el propósito de educar, inspirados por ocho siglos de historia, al servicio de la Iglesia, la cultura y la transformación social y espiritual.
Sacerdote OP, exrector de la Universidad Santo Tomás Medellín





