miércoles, junio 4, 2025
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(OPINIÓN) ¿Dónde está el Presidente? Por: Santiago Valencia González

En cualquier democracia seria, la figura del Presidente no es solo símbolo de liderazgo y responsabilidad, sino también, como lo establece la Constitución, jefe de Estado y representante de la unidad nacional. Se espera de él presencia, coherencia y altura institucional. En Colombia, en cambio, cada vez es más común preguntarse: ¿Dónde está el presidente? Mientras la Carta Magna le asigna el deber de unir a los colombianos, Gustavo Petro ha optado por un camino muy distinto: la polarización permanente, el discurso de odio y la ausencia física y simbólica en los momentos clave del país.

No es un hecho aislado. Durante su mandato, Petro ha acumulado decenas de ausencias, desplantes y cancelaciones a eventos oficiales, tanto en Colombia como en el exterior. En 2023, desapareció durante un día entero en París sin explicación, dejó plantado al presidente de la Corte Suprema de Chile y canceló su participación en Davos. En 2024, se ausentó de eventos sensibles como un acto de perdón a víctimas de la Unión Patriótica, una visita clave al Cauca y la Asamblea Nacional de Juventudes. La última ausencia, en la Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en Colombia, fue atribuida genéricamente a “motivos de fuerza mayor”. El patrón se repite, las explicaciones escasean y la responsabilidad se diluye.

Pero tan graves como sus desapariciones son las explicaciones extravagantes, paranoides o directamente irresponsables que da cuando reaparece. Desde teorías de conspiración internacionales hasta acusaciones sin pruebas contra medios, jueces o supuestas “fuerzas oscuras”, Petro no solo evade la rendición de cuentas, sino que siembra desconfianza, divide y deslegitima aún más las instituciones. Lo que debería ser una aclaración institucional se convierte en un monólogo delirante. Y eso, lejos de calmar la incertidumbre, mina aún más su credibilidad como mandatario y erosiona la confianza pública en el Estado.

Y es válido preguntarse: ¿por qué lo hace? ¿Qué hay detrás de tantas ausencias, desplantes y salidas intempestivas? Tal vez sea pura egolatría, una actitud mesiánica de quien cree que el país debe adaptarse a su agenda personal. O quizá un desprecio profundo por las instituciones, los protocolos y por quienes no piensan como él. Pero hay una hipótesis aún más inquietante: que su comportamiento no sea improvisado, sino una estrategia calculada para debilitar las instituciones, minar la confianza ciudadana en la democracia representativa y sumir al país en el caos que le resulta funcional para avanzar su proyecto político. En el desorden, Petro se mueve con comodidad; en el vacío institucional, puede imponer narrativas sin contrapesos.

Este comportamiento no es anecdótico ni folclórico. Es profundamente irresponsable e institucionalmente peligroso. El ausentismo presidencial no solo erosiona la credibilidad del mandatario, sino que socava el respeto por la figura presidencial misma. Si el presidente no se toma en serio sus funciones ni su rol simbólico, ¿por qué deberían hacerlo los demás?

Colombia vive momentos críticos. La economía da señales de desaceleración, la criminalidad aumenta, las reformas estructurales están empantanadas y la polarización social crece día a día. En medio de ese panorama, se esperaría un liderazgo presente, activo y confiable. Pero tenemos todo lo contrario: un presidente intermitente, que aparece más en Twitter que en los espacios institucionales donde se toman decisiones reales.

Y el problema no es solo de forma, sino de fondo. Esta ausencia reiterada, y sus desvaríos discursivos posteriores, transmiten una desconexión preocupante con la realidad del país. Además, abren la puerta a la improvisación, al desgobierno y a la pérdida de legitimidad. Porque cuando el líder no está, o no está en sus cabales, otros ocupan el vacío: asesores radicales, ministros sin rumbo o incluso grupos con agendas propias.

En política, la percepción es poder. Y la percepción hoy es clara: tenemos un presidente que no gobierna, sino que se esconde; que no lidera, sino que huye; que no representa, sino que deserta.

Los colombianos merecen un jefe de Estado que esté a la altura del desafío. Presente en los momentos difíciles. Coherente en la palabra y en el acto. Visible no solo para las cámaras, sino en las decisiones.

Porque, al final del día, la pregunta ya no es solo dónde está el Presidente.
La pregunta más inquietante es: ¿quién está gobernando?

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