No se tenga duda de la deriva autoritaria, la polarización y la desinstitucionalización amenazan los cimientos democráticos de Colombia. Es hora de actuar con decisión y firmeza.
Colombia, desde la llegada de Petro a la presidencia, se encuentra en un proceso de deterioro continúo y sistemático, el que día a día se agrava. No hay áreas claves que no hayan sido impactadas negativamente, tales, entre otras, como la seguridad, la educación, la economía, la infraestructura, las Fuerzas Militares y las relaciones internacionales.
El declive es reportado por los diferentes medios de comunicación y aun por informes de entidades internacionales, de donde puede comprobarse que esa es la realidad, que no se trata de una simple construcción narrativa. Y mientras el país vive ese desastre, el jefe del Estado se ocupa de organizar sus viajes o de defender causas ajenas, en las que, valga decirlo, sus aportes son invisibles.
Las promesas de su campaña se quedaron en puras falacias, las que, por supuesto, pasados tres largos años de su gobierno no se cumplieron, incumplimientos que se tratan de justificar con baladíes excusas o atribuyendo culpas a diferentes situaciones o personas, aún a aquellas con las que él ha conformado su gobierno.
Y la Constitución que juró al momento de su posesión observar es constantemente desconocida, particularmente olvida que en su artículo 188 se contempla que el Presidente de la República simboliza la unidad nacional, lo que le impone actuar sin distingos frente a los gobernados, empero, Petro optó por gobernar para un determinado sector de la población y desatar una persecución sin precedentes en la historia reciente de la República frente a quienes no comparten su posición ideológica.
Más ese proceder al margen de la Carta Política viene de tiempo atrás, desde la campaña, como, al parecer, surgió en la investigación que adelantara la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, la que el pasado 8 de octubre dispuso remitir copias a la Fiscalía General de la Nación, al Consejo Nacional Electoral y a la Comisión de Acusación, autoridad competente para investigar a Gustavo Petro, con el propósito de establecer la posibilidad de superación en los topes autorizados para las campañas electorales de 2022.
En cambio, fiel a los postulados del Foro de São Paulo, el presidente priorizó el desmonte de las Fuerzas Militares y de Policía, comenzando con el nombramiento de Iván Velásquez como ministro de Defensa. Sin contemplaciones, llamó a calificar servicios a un nutrido grupo de generales de la República. Las solicitudes de baja se han incrementado durante su mandato como en ningún otro período, afectando la moral de la tropa.
Mientras apremiaba a las Fuerzas Armadas, el Gobierno avanzaba en su propósito de acercarse, bajo el supuesto mandato de una “Paz Total”, a toda clase de grupos delictivos, la mayoría dedicados al narcotráfico. La expresión más evidente es el denominado “Pacto de la Picota”.
En materia internacional, su gestión ha sido igualmente errática. Se crearon numerosas embajadas y consulados con países con los cuales Colombia apenas mantiene relaciones marginales. El balance con África resulta poco alentador. Sin embargo, lo más grave fue la decisión unilateral del Presidente de romper relaciones diplomáticas con el Estado de Israel, sin siquiera consultar a la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso. A ello se sumó la expulsión de
la delegación israelí y la reciente denuncia del Tratado de Libre Comercio entre ambos países.
Israel era uno de los principales compradores de carbón térmico colombiano. Al suspender el acuerdo, el mandatario afectó gravemente la producción nacional, causando pérdidas irreparables al sector minero.
La tensión con los Estados Unidos, marcada por un creciente irrespeto diplomático y por el aumento de la producción de cocaína, derivó en la descertificación de Colombia y, posteriormente, en el retiro de la visa del propio mandatario, seguido por la de varios miembros de su gabinete. Hoy está Colombia más cerca de romper relaciones que de afianzar la relación con el país del norte, socio estratégico de nuestro país.
En su afán por fortalecer vínculos con Palestina y en su defensa de Gaza, reconocida incluso por el grupo terrorista Hamás, desató un clima de hostigamiento sin precedentes contra la sede de la ANDI en Bogotá, luego en Medellín y posteriormente en Cali. Este ambiente, impulsado por mensajes cargados de odio desde la Casa de Nariño, ha reactivado el riesgo de un nuevo estallido social, que podría poner en grave peligro la propiedad privada, los gremios y la democracia colombiana. ¿Ya convenida la paz en Gaza con el estado de Israel, qué vendrá ahora?
Los discursos incendiarios del Presidente, su irrespeto por la Constitución y su permanente ataque a la institucionalidad han profundizado la polarización y la desestabilización del país. Analistas coinciden en que su gobierno ha sido un completo desastre, caracterizado por la inseguridad, la persecución a la actividad empresarial y un desbordado gasto público. Su insistencia en convocar una Asamblea Constituyente debe encender todas las alarmas, pues sigue paso a paso el libreto venezolano y no se dude que tiene “emboscadas” guardadas.
La oposición, por su parte, se ha limitado a hacer llamados a la unidad. Sin embargo, muchos de sus voceros y candidatos —independientes o de partidos tradicionales— actúan con egoísmo, más preocupados por consolidar su liderazgo personal que por construir un verdadero proyecto nacional.
Ese estallido social en gestación debe ser denunciado y enfrentado con la ley y la justicia. No basta la unión de los partidos de centro y derecha; se requiere un movimiento ciudadano sólido, integrado por gremios, empresarios y sociedad civil. Los integrantes de la llamada “Primera Línea” deben ser enfrentados por las autoridades distritales y municipales con firmeza y decisión. Actualmente, la población decente se siente desamparada, máxime cuando la propia Policía carece del respaldo necesario para actuar cuando se atacan los CAI o se destruye el espacio público o son secuestrados sus miembros.
La lucha es inaplazable: rescatar y defender nuestros símbolos patrios. La bandera tricolor no puede ser mancillada por la bandera de la “guerra a muerte” que el Presidente gusta de exhibir, la que incluso utilizó en la solapa de su traje ante la ONU, que más bien dejó saber su calificativo de solapado.
Pildorita: El mundo está de plácemes, María Corina Machado obtuvo el Nobel de Paz. Reconocimiento a su constante lucha, su valentía y patriotismo en recuperar la paz y democracia en Venezuela. Muchas felicitaciones por el otorgamiento de tan merecido reconocimiento.