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miércoles, enero 29, 2025
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    (OPINIÓN) Cuando los egos gobiernan, los ciudadanos sufren. Por: Camilo Guzmán

    Casi a la medianoche del domingo a regañadientes, el gobierno colombiano no tuvo más remedio que ceder y aceptar las condiciones de Estados Unidos. Lo que pudo haberse resuelto con diplomacia y estrategia terminó siendo un espectáculo bochornoso liderado por Gustavo Petro, quien, lejos de buscar soluciones, dedicó todo el día a incendiar el debate y sembrar pánico.

    Esta por supuesto, no fue una lucha por los colombianos. Fue un enfrentamiento de egos entre Petro y Trump. Ambos lograron lo que querían: alimentar su vanidad, reforzar sus narrativas y proyectar poder. Y mientras ellos jugaban a ser los protagonistas de la historia, los colombianos quedamos en medio, pagando el precio de su irresponsabilidad.

    Esta crisis, más allá de los titulares, es un recordatorio crucial de por qué es tan peligroso concentrar demasiado poder en manos del Estado. No es la primera vez que lo vemos, y lamentablemente no será la última. Petro actuó como si su mandato le diera el derecho de tratar a Colombia como su propiedad personal, una herramienta para sus confrontaciones ideológicas y sus sueños de grandeza.
    Cuanto más grande y poderoso es el Estado, más grande es el daño que puede causar cuando está en las manos equivocadas.

    Reducir el tamaño del Estado no se trata solo de recortar gasto público o eliminar burocracia. Es una cuestión de principios: limitar el poder para evitar que alguien lo use contra los ciudadanos. Porque como decía Lord Acton “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
    El poder concentrado del Estado es la herramienta perfecta para los egos desmedidos y las ambiciones descontroladas.

    En un Estado limitado, Petro no podría haberse embarcado en esta crisis internacional solo para inflar su protagonismo. No habría tenido las herramientas ni los recursos para usar a todo un país como moneda de cambio en sus disputas personales. Pero cuando el Estado es grande y sus líderes no tienen frenos, las consecuencias las pagan siempre los ciudadanos: con empleos perdidos, con incertidumbre económica, con oportunidades arruinadas.

    Hoy, más que nunca, es momento de reflexionar. Un Estado más pequeño es también un Estado menos peligroso. No podemos seguir entregando tanto poder a políticos que lo usan para sus intereses y sus agendas. La libertad de los ciudadanos y la prosperidad de un país no pueden depender de quién está en el poder, deben depender de la capacidad de las personas para vivir sus vidas sin que un Estado intervencionista las sacrifique en nombre de sus luchas.

    Cuando los egos gobiernan, los ciudadanos sufren. Y hasta que no recortemos el poder del Estado, seguiremos siendo las víctimas de esos egos.

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