Esto no es una súplica, ni una petición, ni una queja. Es una denuncia. Una voz que se alza
desde la dignidad de la medicina colombiana para nombrar lo que usted, señor Presidente, representa hoy: un desprecio absoluto por la formación, el conocimiento y la vida profesional de quienes hemos consagrado su existencia a cuidar a los demás.
Las palabras que pronunció en Medellín no fueron un lapsus. Son el reflejo de una ideología que desprecia el mérito, la legalidad y la educación rigurosa. Al decir que «la medicina en Colombia es mala porque solo los hijos de los ricos la estudian», no solo ofendió a miles de
profesionales que nos hemos formado con esfuerzo y sacrificio, si no que dejó claro su proyecto: reemplazar el conocimiento por obediencia, la excelencia por sumisión, la ciencia
por discurso político.
No, señor presidente. En Colombia no solo tomamos tinto en la 93 en nuestros momentos de merecido descanso. Algunos tomamos café frío o recalentado en nuestros turnos. A veces lloramos en silencio porque perdemos pacientes por falta de medicamentos. Y aun así, no dejamos de ejercer, porque creemos en algo más grande que usted: el derecho a la vida. ¿Sabe usted que muchos de esos médicos hemos atendido víctimas de la violencia guerrillera, de los ataques del grupo armado al que usted perteneció y de otros?
¿Cuántos niños, campesinos, soldados y civiles han sido salvados por manos que temblaban, pero no se rindieron, aún bajo fuego cruzado? Mientras los violentos destruyen con armas y discursos asesinos, nosotros reconstruimos cuerpos, almas y esperanzas con psicoterapia, fármacos, bisturí, suero y compasión. Eso se hizo y eso se sigue haciendo.
¿Sabe que bajo su mandato se han cerrado más hospitales que en cualquier administración de la historia colombiana? ¿Qué desaparecen cada semana servicios esenciales como obstetricia y cuidados intensivos? ¿Cirugía pediátrica y unidades de neonatología? ¿Qué cada cierre condena a cientos de mujeres, niños y recién nacidos? ¿Qué el acceso a una cita, a un procedimiento o a un medicamento es cada vez más difícil, mientras usted evade toda responsabilidad y señala a los médicos como culpables? Esto no es desconocimiento.
Esto es desmantelamiento, prepotente, deliberado y profundamente ideológico. Porque todo esto no es accidental. Usted no gobierna: usted delira, vive en una fantasía donde usted es el único que tiene la razón, el único salvador, y todos los demás médicos, jueces, académicos, periodistas, diplomáticos somos enemigos a la carta abierta, desde la dignidad médica al desprecio presidencial de derrotar.
Esos rasgos narcisistas con los que descalifica toda voz crítica, esa incapacidad de empatía, ese desprecio constante por la verdad, por la legalidad, por el mérito ajeno, dibujan ya no solo un estilo de gobierno, sino un perfil peligrosamente sociopático.
Un hombre que se alimenta del caos, que necesita humillar para sentirse fuerte, y que confunde liderazgo con imposición, y eso, Señor Presidente, es tan evidente como alarmante. Mientras usted actúa así, el sistema de salud que llegó a tener cobertura del 96% modelo en América Latina, resiliente en la pandemia gracias al heroísmo de su talento humano, se hunde. No por los médicos, no por las EPS. Se hunde por su gobierno, por su
negligencia, por su desdén, por su necesidad de convertir en cenizas todo lo que no nace de su puño y letra. Y aun así, se sigue enseñando. Se sigue curando. Se sigue resistiendo. Con ética, con ciencia, con esperanza. Por amor a los pacientes, no por su sistema actual de salud. No se necesita insultarlo para mostrar lo que usted mismo ha demostrado con sus actos: que desprecia al profesional formado, que teme al pensamiento crítico, y que no busca un país con derechos, sino un rebaño obediente.
Hoy, más que nunca, el cuerpo médico de Colombia está unido. No por ideología, sino por dignidad. No por revancha, sino por convicción: este país merece una salud construida sobre ciencia, ética y compasión, no sobre ruinas ideológicas ni discursos de desprecio. Incluso colegas que creyeron en usted y lo hicieron con sinceridad, con la ilusión de un cambio verdadero, hoy están profundamente decepcionados. Y debo decirlo con claridad: me alegra que hayan recapacitado, gracias, Presidente, a su propio actuar. Porque no hubo necesidad de convencerlos; fue usted mismo, con cada palabra y cada decisión, quien los alejó.
Ha perdido no solo respeto. Ha perdido la confianza de muchos que alguna vez lo siguieron, lo apoyaron y lo defendieron. Y la ha perdido sin que nadie se la arrebatara: la ha perdido usted solo, por su desprecio, su soberbia y su incapacidad de escuchar.
Pero nosotros seguimos aquí, hombro a hombro, sanando con lo que nos queda, enseñando con lo que sabemos, resistiendo con lo que somos. Aunque intenten debilitarnos, insultarnos o dividirnos, no podrán apagar la fuerza que nace del compromiso real con la vida. Y si algún día decide bajarle a la agresividad, como lo prometió, lo invito Presidente a tomarse un café en la 93.
Pero no para hablar de clases sociales, sino para que, de frente, abrace también, aunque sea por un instante a quienes hemos obrado toda la vida, desde la legalidad, la vocación y el respeto por la vida y no hemos requerido delinquir para vivir, y pueda usted así rodearse y sentir cosas buenas.