viernes, mayo 9, 2025
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(OPINIÓN) Antioquia y Medellín al otro lado del derrumbe. Por: Mauricio Restrepo Gutiérrez

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Llevamos semanas escuchando llover, como si el cielo tuviera una deuda vieja con esta tierra. Al principio uno cree que es una temporada más, un aguacero molesto. Pero después del tercer día sin tregua, con las noticias de deslizamientos, evacuaciones y quebradas desbordadas, comenzamos a entender que esto ya no es solo clima: es síntoma, advertencia, es la factura de todo lo que no hicimos a tiempo.

En Medellín, entre el 1 de abril y el 5 de mayo de este año, se registraron 1.048 emergencias por lluvias, según el DAGRD. Más de 20 barrios han debido ser evacuados parcialmente y, al menos, quince personas han muerto en Antioquia por causas asociadas al invierno. En Itagüí, la quebrada Doña María se salió violentamente de su cauce a finales de abril, dejando un saldo trágico de cuatro muertos, entre ellos una niña. Las imágenes del lodo arrastrando motos, muebles, vidas, hablan más que cualquier rueda de prensa.

Y no es solo Medellín. En Salgar, el río San Juan desbordado recuerda las peores tragedias del pasado. En San Roque, más de 60 familias quedaron sin casa. En Heliconia, la carretera entre Armenia (Mantequilla) colapsó por un deslizamiento. Hoy, 87 municipios de Antioquia están en alerta roja o naranja. Y las lluvias siguen.

No se exagera cuando se dice que se está viviendo un escenario diluviano. Pero no en el sentido mítico, sino en el más terrenal y cruel: un territorio cuya fragilidad se hace explícita cuando la montaña cede y las aguas, contenidas durante años, reclaman su espacio. Lo preocupante no es solo la intensidad de las lluvias. Es lo que arrastran consigo: décadas de negligencia urbanística, invasiones toleradas, quebradas enterradas bajo asfalto, deforestación para alimentar canteras, residuos sólidos lanzados a los afluentes.

Los barrios construidos en laderas inestables y en retiros de quebradas no son una novedad. Se sabe. Se ve cada vez que se pasa por sectores como Altavista, San Antonio de Prado o la zona alta de Robledo. Y, sin embargo, se sigue habitando el borde como si el riesgo fuera una ficción. Vivimos sobre la incertidumbre, y lo peor: aprendimos a normalizarla.

La calidad del aire en Medellín ha sido tema de debate, y se han impulsado políticas (algunas efectivas, otras cosméticas) para enfrentarla. Pero el manejo ambiental integral sigue siendo una deuda más profunda. Las cuencas hídricas no solo deben cuidarse para evitar desbordamientos, sino porque son la columna vertebral del equilibrio ecológico. Necesitamos reforestación urgente, control sobre las canteras que devoran nuestras montañas, frenar la urbanización informal y reubicar con dignidad a quienes hoy viven sobre grietas invisibles.

Hay que hablar claro: ni los sensores de monitoreo, ni los decretos de emergencia, ni las fotos aéreas después del desastre, van a detener una tragedia si no hay voluntad de transformación. Y esa voluntad no puede depender de la lluvia. Tiene que anticiparla.

La prevención no puede ser un lema vacío. No puede seguir siendo una nota de cierre en los noticieros. La prevención tiene que doler presupuestariamente. Tiene que significar decisiones difíciles: cerrar zonas, desplazar personas, frenar negocios turbios con el suelo.

Los antioqueños requerimos de un mayor compromiso por parte del gobierno nacional para atender con urgencia la tragedia que ya vive Medellín y toda la región. El dolor y el desastre de miles de familias agobiadas por el invierno, no entienden posturas políticas e irracionales por parte de un gobierno que ha sido indiferente con el desarrollo social, económico y ambiental del departamento. Porque si no, seguiremos al otro lado del derrumbe. Y cada temporada de lluvias será un capítulo repetido en esta crónica de lo evitable.

Hoy, más que nunca, necesitamos que las autoridades nacionales, departamentales, municipales trabajen en conjunto. Que miren este mapa con ojos nuevos y entiendan que no estamos hablando de una “temporada fuerte”, sino de una crisis estructural que exige respuestas urgentes, técnicas y, sobre todo, humanas.

El desprendimiento inesperado de las laderas y las aguas desbordadas no avisan ni dan tiempo de cerrar vías o evacuar viviendas en zonas de alto riesgo. Una cosa es cierta y la historia lo ha demostrado. Los ríos y quebradas que atraviesa nuestra geografía son impredecibles- Ante esta situación vale más la prevención y el buen manejo ambiental.

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