Estos días cuesta levantarse. Lo admito: yo también he sentido el peso en el corazón cuando abro los ojos, yo también me he preguntado si vale la pena seguir creyendo cuando todo alrededor parece caerse a pedazos. Vivimos tiempos duros. La violencia, la injusticia y la desconfianza se nos meten por los poros. Pero es justamente ahí, en esa zona oscura, donde más nos hace falta encender la luz. Hay que resistir.
No es la primera vez que como país enfrentamos crisis que nos duelen hasta los huesos. Hemos visto la economía tambalearse, nos han robado la calma más de una vez y hemos llorado pérdidas que nunca olvidaremos. Sin embargo —y que nadie nos arrebate esa memoria— nunca nos hemos rendido. Porque si algo nos caracteriza es la fuerza para levantarnos cuando todo nos empuja a quedarnos en el suelo.
Abrazar a Colombia es comprender que el cambio depende de todos y que solo entre todos es posible. No basta con señalar desde lejos, ni repetir que todo está mal. Necesitamos actuar. Empezar por nosotros mismos: dejar de contagiar a los demás con discursos pesimistas y alimentar las conversaciones que suman, que nos recuerdan que la confianza es una tarea diaria.
Ante el dolor, elijamos la esperanza.
Ante la rabia, elijamos la unión.
Ante el miedo, elijamos la confianza.
Ante la incertidumbre, elijamos actuar.
No podemos permitirnos vivir atrapados en el miedo, que es tan contagioso como paralizante. Necesitamos mirar también a quienes siguen construyendo país con su trabajo y su ejemplo: a los empresarios que —a pesar de todo— generan empleo y tejen la economía, a los artistas que nos ponen por lo alto en escenarios internacionales, a los ciudadanos de a pie que, sin reflectores, siguen poniendo el corazón en todo lo que hacen.
Es tiempo de comprender que nadie nos salvará si no nos salvamos entre nosotros. Necesitamos esa responsabilidad emocional y ética que nos saque de la inercia y la indiferencia: tratarnos bien, tender la mano, devolvernos la fe cuando el cansancio nos quiebre, no buscar caídas. Ser, dejar ser y acompañar a ser. Necesitamos recordar que la tristeza que sentimos es prueba de que nos importa, y que de ahí nace la posibilidad de actuar distinto.
Hoy más que nunca, que sea más fuerte el amor que sentimos por este país. Que nos pueda más la convicción de que solo entre todos es posible encender la luz que tanto nos hace falta. Por eso nos toca elegirnos, sumarnos unos a otros y seguir creyendo que somos mucho más que los problemas que nos duelen. Por nosotros. Por quienes vienen detrás. Por la esperanza que nos sostiene y por la confianza que nos permite caminar.
Porque, a pesar del dolor y del agotamiento físico y mental, vale la pena. Siempre ha valido la pena.