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Los crímenes de la Unión Soviética (1ra parte):  El final de una dinastía

Por César Augusto Betancourt Restrepo

El 13 de marzo de 1881 el Zar Alejandro II de Rusia se dirigió al Cuartel de la Manege en San Petersburgo para pasar revista a la Guardia Imperial, como había hecho todos los domingos desde hacía más de 20 años. No obstante ese día se respiraba una tensa calma.

Para ese momento, Alejandro II ya había sobrevivido a numerosos ataques; en 1866 en San Petersburgo, específicamente en el Jardín de Verano; en 1867 en el Bosque de Boulogne (París) durante una visita del monarca a Napoleón III; en 1879 también sobrevivió a un atentado perpetrado por un estudiante; ese mismo año, un grupo revolucionario llamado Naródnaya Volia (Voluntad del Pueblo) realizó un atentado con explosivos en el ferrocarril en el trayecto Livadia a Moscú, pero nuevamente salió ileso; el mismo grupo volvería a repetir la hazaña en el Palacio de Invierno al año siguiente, en un atentado que dejó 67 víctimas, pero la suerte acompañó una vez más al Zar.

Pero ese 13 de marzo, tras una arremetida inicial con explosivos, el Zar salió de su carruaje y acto seguido, Ignati Grinevitski, un revolucionario de Naródnaya Volia, arrojó un segundo explosivo, destrozándole las piernas y parte del estómago; horas después Alejandro II de Rusia falleció.

Los conspiradores fueron enviados a la horca, pero el efecto de sus actos atrajo la atención de muchos revolucionarios, entre ellos Aleksandr Ilich Uliánov, hermano mayor de Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin.

No obstante, tras la muerte de Alejandro II no ocurrió ninguna gran revolución como muchos esperaban; el trono fue ocupado por su hijo Alejandro III, quien fue mucho menos indulgente que su padre.

Alejandro III fue un hombre de carácter duro, tosco; se decía que hacía nudos con los cubiertos y atravesaba las puertas sin abrirlas. Este comportamiento lo extrapoló a su propia familia, especialmente su hijo Nicolás II, a quien llamaba “nenita”, lo que sin duda afectó la psique de éste.

No obstante, Alejandro III fue un monarca que nunca declaró la guerra a ningún país, y puso a funcionar el sistema ferroviario de Rusia al nivel de los mejores de Europa. Era una persona conciliadora y escuchaba con atención a sus ministros. Sin embargo, fue severo con los revolucionarios de la época, y mantuvo el status quo extremadamente autocrático, en el que la clase media no tenía participación política alguna, lo que a su vez engrosaba la listas de grupos antizaristas.

Aleksandr Uliánov provenía de una familia de clase media, era licenciado en ciencias naturales y en 1886 se enlistó en Naródnaya Volia donde se volvió experto en explosivos.

Tenían planeado asesinar al Zar Alejandro III el 13 de marzo de 1987, mientras éste rendía un homenaje a la memoria de su padre, pero el plan fue descubierto por las fuerzas imperiales rusas, y los implicados fueron condenados a la horca, a excepción de aquellos que pidieran clemencia. Aleksandr Uliánov estaba entre los condenados, pero se negó a rogar por su vida. El 20 de mayo de ese mismo año fue ejecutado.

Esto impulsó a Vladímir Lenin a ingresar a los grupos clandestinos antizaristas y se dedicó a recorrer Rusia mientras evadía a la policía secreta.

Hacia finales de 1894, Alejandro III contrajo una enfermedad renal y el 1 de noviembre, a la edad de 49 años murió, dejando como heredero al trono a un joven e inexperto Nicolás II en medio de una nobleza que se negaba a auto reformarse, una Rusia convulsionada por el autoritarismo y una clase media que exigía participación política.

Nikolái Aleksándrovich Románov (Nicolás II) era tímido y de naturaleza abstraída; no tenía temple ni carácter para gobernar, además tampoco poseía el conocimiento suficiente de la verdadera Rusia. Una semana después del entierro de su padre, contrajo nupcias con la princesa alemana Alix de Hesse, quien adoptaría el título y nombre de la Zarina Alejandra Fiódorovna Románova; debido al poco carácter de su esposo, sería quien en realidad tomaba las decisiones. 

El día de su coronación como Zar estuvo marcado por la desgracia, pues como parte del acto se tenía planeado entregar obsequios al pueblo, y el afán de la gente por adquirir alguno de estos regalos produjo un tumulto que dejó a 1.500 personas muertas por aplastamiento. 

Mientras Nicolás aún se adaptaba a su rol de Zar, Lenin fue capturado y acusado de sedición, y en febrero 1897 fue condenado al exilio en Siberia por tres años. Durante ese tiempo, el revolucionario ruso mantuvo correspondencia con varios grupos antisistema, y en el año de 1900 terminó de purgar su pena, tras lo cual se dedicaría a viajar por Europa occidental para ampliar la red de conspiradores contra la monarquía rusa.

Para aquel entonces, tanto Lenin como los otros revolucionarios, suponían una importancia menor para el Zar y las fuerzas imperiales, ya que la tensión no sólo se vivía al interior de Rusia, sino en toda Europa, especialmente por los vecinos Alemania y Japón.

La primera guerra que enfrentó Nicolás II fue de hecho contra Japón en 1904, en la que el país gobernado por el emperador Meiji Tennō mostró una superioridad militar y táctica, trayendo consecuencias nefastas para el Zar ruso, pues esto implicó el descontento de su pueblo y la revolución de 1905, que acabaría con el Domingo Sangriento el 22 de enero, en el que las Guardia Imperial asesinó de manera miserable a los manifestantes. Tras este hecho, el Zar fue apodado Nicolás el sanguinario.

A pesar de la tensión que se vivía en Rusia, el Zar se mantuvo en el poder gracias a la lealtad de la Guardia Imperial. 

La revolución de 1905 cogió fuera de base a Lenin y los diferentes grupos antisistema, ya que había surgido de manera espontánea, no obstante, durante este periodo conoció a un georgiano llamado Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, mejor conocido como Stalin.

Al comienzo Stalin no provocó gran impresión en Lenin; no hablaba mucho, pero hacía cualquier encargo que el jefe bolchevique le pidiera, desde asaltos hasta asesinatos selectivos. Después de un tiempo, se volvió fundamental, especialmente para la consecución de recursos.

Mientras Stalin y Lenin unían lazos, por el lado de la familia Románov entablarían lazos con Grigori Yefímovich Rasputín, un místico con fama de sanador que entabló muy buena relación con el Zar y especialmente su esposa, a raíz de la hemofilia que le fue diagnosticada al único descendiente varón de la familia real, Alekséi Nikoláyevich Románov. 

Por extraño que parezca, la presencia de Rasputín tuvo efectos positivos en la salud de Alekséi, y gracias a esto, se hizo muy cercano a la familia real. De hecho, tal cercanía creó una rencilla al interior de la dinastía y su presencia constante en el seno de los Románov creó un escándalo en Rusia, y se empezó a rumorar un romance entre él y la Zarina Alejandra.

La situación se estaba volviendo insostenible, la reputación de la familia Románov estaba por los suelos, y el Zar cada día gozaba de menos apoyo popular, hasta que el 28 de junio de 1914 un evento desataría una catástrofe mundial con repercusiones para toda la humanidad; el asesinato del Archiduque Francisco Fernando Carlos Luis José María de Austria, y el inicio de la Primera Guerra Mundial.

Nicolás II tomó una decisión por lo menos estúpida, ya que sin tener la preparación estratégica, asumió el mando de las tropas relevando al Duque Nicolás Nikoláyevich. Se hizo cargo de la estrategia en medio de la gresca mundial, dejando a Alejandra y a Rasputín a cargo de la política interna en Rusia.

Bajo el mando del Zar, Rusia cedió espacios mientras Alemania y su potente ejército ganaba la guerra en el frente oriental. Esto provocó deserciones masivas y por su puesto todos culparon al estratega que los llevó a la derrota: el propio Zar Nicolás II, quien aún no se recuperaba de la derrota contra Japón, y ahora tendría que enfrentar los desastres de la campaña contra los germanos.

Mientras Rusia se desmoronaba en el frente de batalla, al interior del país la cosa no iba mejor; la extensa familia Románov estaba absolutamente cansada de la presencia constante de Rasputín, así como de la Zarina Alejandra y su afán de inmiscuirse en asuntos de Estado. Lo cierto es que al monje místico se le adjudicaron muchas de las malas decisiones que tomó el Zar, como la de liderar él mismo la campaña militar en la Primera Guerra Mundial.

Esto propició una conspiración interna en la que participaron tanto agentes del Gobierno como la propia familia Románov.

El 29 de diciembre de 1916 el príncipe Félix Yusúpov, Vladímir Purishkévich líder de la Duma y los duques, Dmitri Pávlovich y Nicolás Mijáilovich planearon el asesinato de Rasputín. Inicialmente la idea era envenenarlo con bebidas y comida que contenían cianuro, no obstante esto no tuvo efecto en el monje, a quien entonces le dieron un disparo por la espalda. Pensaron que Rasputín estaba muerto, pero se levantó y Purishkévich le dio dos disparos más por la espalda y otro en la frente. Echaron el cuerpo al río Neva y fue enterrado junto al palacio de Tsárskoye Seló. Luego se supo que detrás de su asesinato no solo participó la familia Románov sino también el servicio secreto británico a través de los agentes Oswald Rayner y John Scale.

No obstante, la situación en Rusia no mejoró tras la muerte de Rasputín; de hecho la latente derrota en la Primera Guerra Mundial, la crisis económica, social y el hambre fueron el caldo de cultivo perfecto para el descontento popular, provocando la inminente abdicación del Zar.

Rusia seguía en guerra pese al fracaso militar en el que más de la mitad de los 15 millones de soldados que había mandado inicialmente ya habían fallecido, y mientras el Zar coleccionaba derrotas, el pueblo ruso sufría hambrunas, descontento social y baja moral, propiciando el estallido de febrero de 1917.

El pueblo, apoyado y organizado por los bolcheviques y los mencheviques asaltaron las comisarías para hacerse con las armas y dirigirse hacia el Palacio de Invierno. El gobierno envió a la Guardia Imperial para contener a los manifestantes, pero en un hecho sin precedentes, los soldados desertaron y se unieron a las manifestaciones.

Este acontecimiento obligó al Zar a abandonar el frente de batalla y dirigirse hacia Petrogrado (antes San Petersburgo), pero en el camino, las vías ferroviarias fueron explotadas y los caminos bloqueados; con este escenario, Nicolás II no tuvo más opción que la de abdicar al trono el 15 de marzo de 1917, entregándole la corona a su hermano Miguel Aleksándrovich Románov, pero éste negó con vehemencia tal responsabilidad.

Ante el vacío de poder que dejó la abdicación de Nicolás II, la DUMA (Asamblea Representativa) reclamó el poder, instalándose como un Gobierno provisional, pero al mismo tiempo un Consejo de obreros y soldados conocidos como el Soviet de Petrogrado, liderados por Lev Davídovich Bronstein (Lev Trotsky) hicieron lo propio.

Mientras el Soviet y la DUMA se ponían de acuerdo hacia el viraje que debía tomar Rusia, nombraron a Aleksandr Kérenski como presidente de manera provisional, con lo que se adelantó una agenda que otorgaba más derechos al pueblo y se capturó a Nicolás II junto con toda su familia, enviándolos al exilio en Siberia.

No obstante, el gobierno provisional seguía siendo débil, y fue el momento que aprovechó Lenin para aparecer en el escenario político gracias a la intervención de Alemania.

Lenin que en ese momento se encontraba de Zúrich había estado recorriendo Europa reclamando la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial, incluso señalando que era preferible el auge de los Kaiser alemanes en vez de la prolongación de los Zares rusos. Esto fue de interés para Alemania, ya que buscaba que Rusia capitulara definitivamente del conflicto mundial, tras lo cual pactaron trasladar a Lenin hasta Rusia, atravesando el propio país germano y Finlandia.

Al llegar a Rusia, Lenin proclamó un discurso que exigía la salida de Rusia de la guerra y el control del Estado a cargo del Soviet, que a su vez tenía como ideología al Marxismo.

Entre abril y julio, los bolcheviques organizaron protestas sistemáticas para boicotear al Gobierno provisional, y mientras Kérenski enfrentaba una deserción masiva de soldados en el frente oriental, entendió que debía contener las huelgas, ya que buscaban ambientar un eventual golpe de Estado. Por esta razón, empezó una persecución, y producto de esto, Trotsky terminó preso y Lenin huyendo a Finlandia.

Pero en un radical cambio de acontecimientos, el nuevo general del Ejército, Lavr Kornílov, intentó un golpe de Estado para acabar con el Gobierno provisional, y como Kérenski no tenía ni la popularidad ni el poder suficiente para contener al militar ruso, acudió a los bolcheviques que había estado persiguiendo, y estos aceptaron. Finalmente se evitó el golpe de Estado y los bolcheviques ganaron aceptación popular.

Y entonces llegó llegó, la fecha clave.

Entre Lenin y Trotsky planearon la toma de Petrogrado, y durante la noche del 24 de octubre los bolcheviques apoyados por varios soldados, ejercieron control estratégico de los puntos críticos de la ciudad, entre ellos el Palacio de Invierno donde se reunía el Gobierno Provisional provocando el derrocamiento de Kérenski. Ahora el poder era del Soviet, quienes pasaron a llamarse Comunistas.

El nuevo gobierno creó el Consejo de Comisarios del Pueblo cuyo presidente era Lenin, y con esta autoridad, firmó el tratado de Brest-Litovsk con Alemania, pactando así la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial.

La llegada de Lenin al poder desencadenó una oleada de violencia sin precedentes, especialmente en la Rusia rural, en la que el campesinado asesinó a los terratenientes con ayuda de la nueva policía secreta comunista bajo una estrategia llamada El Terror Rojo.

Esto propició el surgimiento del Ejército Blanco, constituido en su inmensa mayoría por personas que reclamaban la restitución del Zar, lo cual provocó una guerra civil. La respuesta de Lenin fue capturar a la familia real que seguía en Siberia y mandarlos a Ekaterimburgo.

El 17 de julio de 1918 miembros del partido comunista llegaron a la residencia de la familia real y los despertaron a todos, enviándolos al sótano de la propiedad. Allí los hicieron esperar hasta la media noche, hora acordada para acabar con la vida de todos ellos.

Los sicarios enviados por Lenin fusilaron primero a Nicolás y Alejandra, dejando que sus hijos presenciaran su muerte en medio del pavor y el llanto; acto seguido asesinaron a Olga Nikoláyevna Románova (22 años), Tatiana Nikoláyevna (21 años), María Nikoláyevna (19 años), Anastasia Nikoláyevna (17 años) y al pequeño Alekséi Nikoláyevich (13 años).  

La guerra civil en Rusia terminó en 1922 con la victoria del ejército rojo sobre el ejército blanco, dando nacimiento a la temible Unión Soviética. Durante este periodo se estima que murieron alrededor de ocho de personas tan sólo unos meses después de la Revolución. Un millón murió por efectos indirectos de la guerra. Otro millón abandonó Rusia escapando de los estragos de la guerra y la pobreza.

La falta de visión política de Nicolás II, sumada a una nobleza retardataria y un sistema económico feudal que era incapaz de sostener la población, fueron el caldo de cultivo perfecto para que el Marxismo germinara, esparciendo el virus del comunismo que luego asesinaría a más de 100 millones de personas en el mundo, e impartiera un régimen de terror, represión y violencia a lo largo y ancho del planeta.

Reza el adagio popular que: “quien no conoce la historia, está condenado a repetirla”.  

@c88caesar

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