lunes, junio 23, 2025
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Jorge Zapata: “Mi tentativa nace de un hartazgo y de una necesidad”

Por: Óscar Jairo González Hernández

¿Podría usted indicarnos, el propósito, la tentativa, la intención y el interés de realizar una intervención, como la que hace, del cuadro “Horizontes (1923) de Francisco Antonio (1865-1935); en dónde radicó ese momento en que hace conciencia de desarrollarlo, de provocarlo en su historia del arte o no, del cómo llevarlo al espectador (tradición o historia), de involucrarse en una rara o no inmersión en ese cuadro en concreto, y cómo se sintió en su formación estética, al hacerlo, que nuevo propone y cómo lo propone, por qué y para qué, y si ello está o no relacionado con la IA?

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Intervenir en el cuadro Horizontes fue, ante todo, un acto de ruptura, un gesto iconoclasta consciente. No se trató de rendirle homenaje ni de conservar su aura sagrada, sino de fracturarla. El propósito era desencajar esa escena detenida en el tiempo, el padre, la madre y el hijo, señalando el porvenir y ponerla en jaque, trastocando sus símbolos fundacionales, ese ideal civilizador que aún hoy nos vigila desde las paredes institucionales.

Mi tentativa nace de un hartazgo y de una necesidad. El hartazgo de una historia del arte que nos ha sido impuesta como si fuera neutral, cuando en realidad está cargada de colonialidad, patriarcado y silencios. La intención no es abrir una grieta en su superficie, romper la continuidad del relato nacional, hacer estallar sus certezas. Es, también, descolonizar la imagen desde la imagen misma.

El interés profundo fue probar si el arte puede ser todavía un campo de batalla. Si la pintura digital hija de los píxeles, el glitch, las interfaces puede entrar en diálogo (o combate) con el óleo de hace un siglo y hacer que ese diálogo signifique algo para el espectador de hoy. Mi intervención no es nostalgia ni homenaje: es una traducción salvaje, una remezcla crítica.

Tomé conciencia de hacerlo cuando comprendí que mi historia del arte no estaba escrita en los museos, sino en la fricción. Horizontes se me apareció como una cápsula cerrada, lista para ser abierta. Mi formación estética se vio afectada: ya no podía mirar esa obra sin querer desmontarla, sin querer ingresar en ella como un virus que altera su código genético. Y quiero ser enfático: este trabajo no tiene absolutamente nada que ver con inteligencia artificial. No fue generado ni asistido por IA.

Rechazo esa mediación maquinal en este caso, porque considero que este acto debía ser profundamente humano, visceral, táctil, dibujado con errores reales, con manos y no con algoritmos. Lo que propongo es una rebelión artesanal, no una simulación computacional.

Finalmente, esta intervención es también un gesto de rebeldía contra la institución desgastada del museo, ese aparato que conserva lo muerto como si fuera sagrado, que decide qué imágenes merecen permanecer y cuáles deben desaparecer. Romper horizontes es romper el marco que lo contiene, el muro blanco que lo sostiene, el silencio solemne que lo rodea.

No quiero consagrar el pasado. Quiero interrogarlo, interrumpirlo, romperlo. Horizontes ya no debe señalar un destino, sino abrirse a infinitas posibilidades no dichas. Y en esa grieta, construir nuevas visiones.

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