sábado, agosto 9, 2025
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Jonh Saldarriaga: “Sumergirnos y percibir lo imperceptible en la superficie de la realidad”

Por: Óscar Jairo González Hernández

¿Cómo, desde dónde, en qué forma, en qué sentido, desde donde concibió y estructuró, usted este libro de cuentos “Primero estaba el hielo”; por qué el hielo, y por qué llamó este libro así; que relaciones se provocó y formo usted en relación con lo fantástico, lo extraño y lo siniestro, en ellos, como está vaciada esa su sensibilidad en esta nueva incrustación al mundo de su estética; qué hay aquí de lo que es la vida misma? ¿Con qué método de observación o no, extrae de lo que llamamos lo absurdo, lo que llevará al cuento; qué incide en su mundo o no, qué trascendencia o no le da a los sueños aquí, y qué busca proyectar con ellos; y la inestable realidad, la incertidumbre, qué son?

Los diez cuentos que conforman “Primero estaba el hielo” muestran situaciones que, en algún momento, pierden conexión con lo que se considera lógico y racional. Como queriendo significar que la realidad no es única, sino múltiple, además de inasible y relativa. El libro lo habita un músico con sensibilidad sobrenatural, dos creadores de moda dueños de una genialidad absurda, un hombre oriental cuyo destino apareció de pronto en un reportaje de Truman Capote, una mujer que se echó a esperar la muerte por años… El relato que da nombre al volumen, además de la realidad diversa que lo identifica con las demás historias, se inscribe en el género literario de la distopía.

En este caso, un escenario extraño, indeseado, pero tal vez posible, seguramente causado por el cambio climático. Primero estaba, el hielo es parte del resultado de varios años de reflexión sobre la inestabilidad y relatividad de la realidad. De la sensación de que no existe la realidad en estado puro y, claro, tampoco la fantasía plena. Que estas se prestan elementos para poder existir, como vecinas serviciales que a veces se facilitan un poco de azúcar o se prestan un martillo para evitarse la molestia de tener que ir a la tienda o la ferretería.

Cuando no es que se intercambian sin tacañería muchas cosas y de manera frecuente, al punto que terminan por ignorar qué es de una y qué, de la otra. Digo que es parte del resultado, porque las otras partes son los volúmenes de relatos No hay vileza sin dulzura (Fondo editorial IUE, 2022), y Cuentos delirantes, que permanecen inéditos ¿Por qué el hielo? “Primero estaba el mar…” dicen los kogui; primero era la Nada y de la Nada creó Dios el Cielo y la Tierra, dicen los libros sagrados judío-cristianos; primero era silencio, quietud y vacío, dicen los códices mayas… En fin.

Y en un delirio febril de una noche se me presentaron los elementos del cuento que da título al libro. Seguramente porque venía obsesionado desde hacía tiempos y lo sigo estando con las noticias del derretimiento de los polos, de los grandes trozos de hielo que se desprenden y avanzan por el océano hacia las zonas cálidas como islas flotantes; en el sueño vi esas rocas de agua que se convertían en criaturas al acercarse al trópico y quedarse varadas frente a una ínsula del Pacífico. Y después escuché el relato de un hombre viejo, ¿la imagen de quién? No lo sé, pero… tal vez ese rostro lo había visto antes que hablaba de estos asuntos, sí, de que “primero estaba el hielo” y todo eso; de que el pensamiento de la Creadora estaba congelado y oscuro y, luego, cómo no, vino la tibieza de sus pensamientos y palabras, y fueron surgiendo los demás seres.

Hielo hay en “Primero estaba el hielo”, el cuento que da título al libro. Es un hielo absurdo, porque no está en los polos, sino en el trópico. Tal vez un retazo de realidad indeseada, de distopía, se introdujo en ese relato y así se pueda explicar lo sucedido en Marsopa, la isla tropical que de un momento a otro se vio rodeada de gigantes de hielo. En el pasado mítico del relato, contado por los sabios, esos monstruos helados son los fundadores del mundo.

Borges explicó que la fantasía es, antes que cualquier otra cosa, símbolo. Símbolo de nosotros mismos y de nuestras vivencias. Por tanto, puede decirse que hay hielo en otros cuentos del libro. El hielo de la incomunicación en Las mentiras de Vera; el hielo del desconocimiento del otro, del migrante, en Kioto, el japonés con cada de prófugo”; el hielo de la exclusión en El club de los convidados de piedra; el hielo de la caída espiritual y el vacío existencial en la adicción de La comedora de ceniza; el hielo de la vacuidad de la fama y la celebridad, a lo que se alude en Juan de Arco y el Breve homenaje a Chesterfiel y Estola, genios de la moda… Más que con la literatura fantástica, es con la neofantástica con la que me identificó. Y no es un rótulo caprichoso.

Se sabe que esta es otro nivel de la primera, está bien, pero hay una sutil e inmensa diferencia: que no intenta mostrar un mundo entero colmado de situaciones absurdas o personajes maravillosos, sino que lo inexplicable ingresa súbitamente a la vida cotidiana de los personajes, como suele sucedernos. Personajes y situaciones no corresponden a una regla, sino que son excepciones; precisamente, porque lo excepcional es regla de la existencia. Como todo el mundo, mis herramientas para relacionarme con el entorno y con los demás son los sentidos. He leído que antiguos filósofos de Oriente llamaban a los cinco sentidos (vista, olfato, gusto, oído, tacto), sentidos duros. Y daban importancia a otros que consideraban blandos: intuiciones, corazonadas, pálpitos… que también aportan.

Son los que nos permiten leer entre líneas la realidad. Sumergirnos y percibir lo imperceptible en la superficie de la realidad. Por ellos es posible afirmar, como algunas personas lo hacen, que hace un frío más álgido en un cementerio que en la cantina, aunque el uno esté al lado de la otra y, obviamente, en el mismo piso térmico; que la tensión se puede cortar con cuchillo en una escena de pelea; que a quien encañonan con un revólver para atracarlo le corre un escalofrío por la columna vertebral; que el tiempo es largo cuando se sufre dolor y corto cuando se besa con gusto.

Esos sentidos blandos, que todos tenemos y usamos en mayor o menor medida aportan datos que se suman a los otros. Los sueños, los recuerdos, las sensaciones, los pensamientos, los diálogos con las otras personas, las observaciones, hacen parte de la documentación del escritor. Se deben procesar, es decir, hacer conscientes, registrarse y clasificarse para ser aprovechados en las creaciones literarias, como fuente para ideas centrales o secundarias, caracterización de personajes, enriquecimiento de situaciones.

Son tan importantes como las lecturas y las vivencias o experiencias, que, por supuesto, todos utilizan a la hora creativa. La realidad es inestable, como un gas radiactivo, que no mantiene propiedades de uniformidad ni equilibrio. Así como hay metamorfosis en todos los seres y elementos de la Naturaleza. Ovidio Nasón sostiene que donde hubo caos apareció el universo, donde ayer hubo una llanura, hoy existe una montaña, el espacio que antes ocupaba una selva, hoy es un desierto.

Creo que igual le sucede a la realidad. Por ser el fluido en el que los seres nos movemos, de tanto en tanto, tal vez por la presión de los habitantes que en él existen sin quietud, tiende a agitarse, a explotar en aisladas burbujas o a dejar fisuras por donde se cuela lo que no lo constituye: lo extraordinario. A mutar.

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