El presidente de Colombia, Gustavo Petro, figura entre los mandatarios con menor aprobación en América del Sur, según recientes mediciones de opinión pública internacional. Su nivel de favorabilidad lo ubica en los últimos puestos del continente, junto a líderes como Nicolás Maduro de Venezuela, Luis Arce de Bolivia y Dina Boluarte de Perú.
Los datos reflejan una tendencia sostenida en la que la imagen del mandatario colombiano no logra repuntar fuera del país. Los resultados coinciden con la visión en el plano interno pues su gestión ha generado controversia y tampoco repunta en las encuestas. A nivel internacional la percepción es crítica. Las razones apuntan a una combinación de factores: desde su estilo confrontacional hasta las crisis políticas y escándalos de corrupción que han golpeado a su gobierno en los últimos meses.
En contraste, los presidentes Daniel Noboa de Ecuador y Javier Milei de Argentina lideran los índices de popularidad en la región. Ambos con posturas de derecha, han logrado captar respaldo por sus políticas de ajuste, discurso frontal y promesas de cambio estructural. Su ascenso se da mientras otros gobiernos progresistas enfrentan un desgaste acelerado.
En el caso colombiano, los analistas internacionales han subrayado que la falta de avances claros en reformas clave —como la de salud, laboral y pensional— ha contribuido al deterioro de la imagen de Petro. Además, los cuestionamientos sobre la gestión de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) y la pérdida de capital político en el Congreso han acentuado las dudas sobre su liderazgo; sumado todo esto a las revelaciones del ex canciller Álvaro Leyva que conforma la adición del presidente a las drogas y que ha impactado a nivel internacional.
La caída de Petro en los rankings de favorabilidad no es un fenómeno aislado. En otros países de la región, mandatarios de izquierda enfrentan situaciones similares, con una ciudadanía cada vez más crítica frente a promesas incumplidas y deterioro económico. La región parece estar en una fase de transición política, donde el respaldo se mueve rápidamente según los resultados concretos más que por afinidades ideológicas.
Si bien Petro aún conserva una base sólida de apoyo en sectores populares y movimientos sociales, el desafío será revertir la percepción internacional en los años restantes de su mandato. Pero Petro parece no trabajar para mejorar y se enfrasca en incitar las calles a una revolución incendiaria en vez reencauzar su agenda con mayor eficacia frente a un escenario regional cada vez más exigente.