En un país que atraviesa momentos de incertidumbre, donde los discursos extremos y la polarización parecen gritar más fuerte que la razón, pensar se volvió un acto de resistencia. Así lo entendieron quienes se reunieron en Santa Fe de Antioquia los pasados 13 y 14 de junio en el Festival del Pensamiento, una iniciativa de Prisa Media que convirtió dos días en un refugio para la conversación, la reflexión y la esperanza.
Fue la primera edición de un festival que no pretendió imponer certezas, sino sembrar preguntas. Preguntas esenciales, incómodas a veces, necesarias siempre. Allí se reunieron líderes de todos los sectores: académicos, empresarios, periodistas, analistas, escritores y ciudadanos comprometidos con una idea común: recuperar la razón, dignificar la palabra y reencontrarnos desde lo humano.
La programación, rigurosa y profunda, fue solo una parte de lo que allí ocurrió. El verdadero valor del evento estuvo en la atmósfera humana que se tejió entre palabras, miradas, silencios y acuerdos tácitos. Un pacto invisible entre los asistentes para reconocerse en lo común, más allá de las diferencias.
“Colombia está pasando por momentos difíciles. Eso nos lleva a encontrarnos, a buscar la razón en medio de las fuerzas que nos llevan a enfrentarnos”, dijo Alejandro Santos, director de contenidos de Prisa Media, durante la apertura. Y agregó: “Este Festival es para exaltar las ideas, reivindicar la razón y recuperar el humanismo”. Así, desde el primer momento, quedó claro que esta no era una cita intelectual cualquiera. Era un llamado colectivo a pensar con los pies en la tierra y el corazón dispuesto.
El escenario no fue casual. Santa Fe de Antioquia, con su arquitectura colonial, sus calles empedradas y su alma viva, fue el mejor lugar para volver al origen. Un lugar donde las ideas caminan despacio, donde el tiempo parece hacer una pausa para que las conversaciones profundas tengan espacio.
Durante los dos días, el Festival del Pensamiento ofreció una agenda intensa y rica, que abordó los dilemas más complejos de nuestro tiempo. Desde la posverdad y la desinformación, hasta la crisis democrática, la inteligencia artificial, el futuro de América Latina, el impacto de las emociones en la política y el papel de los líderes en la reconstrucción de la confianza. No hubo superficialidad. Cada panel, conversación o intervención fue una oportunidad para profundizar, cuestionar, contrastar miradas.
La agenda incluyó reflexiones como “Fake news y guerra cultural: la batalla por la interpretación de los hechos”, “Posverdad, objetividad y emociones”, “Reflexiones sobre las emociones políticas y la crisis democrática” y “¿Cómo la inteligencia artificial nos está cambiando la vida?”. En cada espacio, la pregunta no fue quién tiene la verdad, sino cómo recuperar el valor de buscarla juntos.
Se habló, por ejemplo, de cómo las emociones están reemplazando los hechos en la interpretación de la realidad, impulsadas por redes sociales que priorizan el impacto sobre la veracidad. Se advirtió que la desinformación no solo se propaga con rapidez, sino que encuentra terreno fértil en el miedo y la angustia de las sociedades en crisis. “La verdad ya no se disputa solo con datos. La batalla por la verdad es emocional”, fue una de las frases más repetidas.
Entre las muchas conclusiones del evento, destacan varias que deberían ocupar un lugar en la agenda pública nacional. La primera: Colombia necesita fortalecer su autoestima colectiva. No desde el triunfalismo, sino desde la conciencia de que existen avances valiosos y procesos transformadores que, aunque silenciosos, están ocurriendo: infraestructura moderna, transición energética, innovación urbana, educación emocional.
Otra reflexión profunda fue la necesidad de superar la fractura entre la transformación silenciosa y la polarización política. El país parece vivir en dos frecuencias: una que avanza con trabajo, y otra que grita desde los extremos. El Festival apostó por sintonizarlas, por reconciliar la conversación pública con la acción cotidiana.
También se resaltó el papel fundamental del pensamiento crítico y la educación humanista para formar ciudadanos capaces de discernir en medio del caos informativo. No se trata de eliminar las emociones del debate, sino de integrarlas de manera ética, empática y consciente. Comprender antes que reaccionar. Escuchar antes que descalificar.
Uno de los paneles más conmovedores fue el que preguntó: ¿Cómo juegan el miedo y la esperanza en el discurso político? Allí, los participantes coincidieron en que la esperanza no es ingenuidad, sino una fuerza transformadora que puede recuperar la confianza en las instituciones y en los otros. Porque sin esperanza, no hay reforma posible, no hay país posible.
En el ambiente del festival, y también en sus espacios informales —el cóctel en el Museo Juan del Corral, el concierto en la Parroquia Santa Bárbara, la fiesta en Casa Comfama— la gente se sintió parte de algo más grande. No fue solo un evento académico. Fue una experiencia emocional, sensible, incluso íntima. Un espacio donde las ideas no se usaron como armas, sino como puentes.
Pensar juntos para avanzar
Al cierre del evento, lo que quedó fue más que un registro de intervenciones. Quedó una sensación colectiva de posibilidad. De que aún se puede. De que pensar sigue siendo un camino para construir país. Y que hacerlo en colectivo —escuchándonos, confrontándonos con respeto, sumando saberes diversos— es quizá lo más revolucionario que nos queda por hacer.
En un país acostumbrado a los gritos, este Festival fue un susurro poderoso. Un recordatorio de que las ideas tienen valor, de que la palabra puede sanar, y de que la confianza —tan desgastada— se reconstruye mejor cuando se piensa desde lo humano.
El Festival del Pensamiento de Prisa Media fue, en esencia, una declaración de fe en lo común. En la inteligencia compartida. En la conversación como punto de partida para imaginar —y construir— un país que aún puede ser.