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viernes, abril 26, 2024
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(ESPECIAL) «El Uribe que yo conozco»: Capítulo 24, por Nicolás Uribe Rueda

IFMNOTICIAS.COM publica con autorización el capítulo 24 del libro «El Uribe que yo conozco», una obra de compilación de la senadora Paola Holguín y del representante Juan Espinal, en el que se presentan diferentes testimonios sobre la vida e historia del expresidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez.

Los 29 capítulos de esta obra fueron escritos por diferentes personalidades de la vida pública nacional e internacional que conocen al expresidente Uribe. En él, usted puede encontrar anécdotas, historias, relatos y episodios inéditos.

En esta entrega del libro «El Uribe que yo conozco», usted podrá leer el capítulo 24 titulado «Agudo intérprete de la opinión pública», escrito por el presidente de la Cámara de Comercio de Bogotá Nicolás Uribe Rueda. A continuación, se transcribe el texto mencionado:

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AGUDO INTÉRPRETE DE LA OPINIÓN PÚBLICA

Por: Nicolás Uribe Rueda, Presidente Cámara de Comercio de Bogotá.

La primera vez que crucé palabras con Álvaro Uribe Vélez fue a mediados de 1999, cuando andaba haciendo una pasantía en una organización no gubernamental en Washington y el exgobernador de Antioquia se encontraba de visita en la capital estadounidense.

Como parte de un equipo investigador en temas de política latinoamericana, y a pesar de que advertí al director de la ONG que Álvaro Uribe era un candidato presidencial en potencia que valía la pena oír con atención, me mandaron en solitario a cubrir esa entrevista sin mayor expectativa. En septiembre de ese mismo año, ya en Colombia, Uribe me llamó para agradecerme por la publicación y me invitó a vernos a la salida de una reunión, en donde me propuso que le ayudara a convocar estudiantes que quisieran escucharlo, cada dos semanas que estaría viniendo a Bogotá por dos o tres días consecutivos. La única instrucción que recibí en aquel entonces era que no importaba si eran muchos o pocos los asistentes, sino que no costaran nada las reuniones convocadas. Así empezó JuventUribe, el movimiento de jóvenes que acompañó su campaña a la Presidencia en el 2002 y que encontró en salones comunales, foros universitarios, restaurantes y cafés, los espacios para que Uribe pudiera plantear sus tesis sobre el Estado Comunitario, la lucha contra la politiquería, la recuperación de la autoridad y sus razones para no acompañar el proceso de paz en el Caguán.

Recuerdo con angustia, por ejemplo, la gran cantidad de jóvenes que levantaban la mano en los auditorios atestados cuando Uribe preguntaba a los asistentes cuántos querían marcharse del país al culminar sus estudios universitarios y quiénes querían vivir en Colombia. Yo propongo autoridad -decía-, y se jugaba a fondo en el atril para persuadir a cientos de jóvenes de que era posible apostarle a un programa que buscara con determinación la derrota del terrorismo y la violencia apelando exclusivamente a un ejercicio democrático de firmeza constitucional.

La verdad es que, a dos años de las elecciones, Uribe pasaba más tiempo en emisoras populares, eventos con jóvenes y en reuniones programáticas, que en eventos políticos haciendo cálculos electorales de cómo sumar votos para ganar las elecciones. Lo más próximo a un político dentro de la campaña presidencial eran los políticos jubilados, que, sin cálculo electoral, se sumaban como voluntarios, reencauchando amigos de antaño en las regiones de Colombia que pudieran ayudar a difundir los mensajes de Uribe como candidato, al que todavía “nadie conocía”.

En aquel entonces, lo que había era un equipo programático que tenía la mayor prioridad dentro de la agenda; equipo que elaboraba documentos para la revisión del candidato y que ponía en marcha la metodología de los talleres democráticos que reunían de manera organizada, durante más de un día, hasta mil personas con el propósito de identificar propuestas para tener en cuenta en los planes sectoriales de campaña. Todos los que pasábamos por una reunión suya salíamos con una tarea, y cada uno terminaba haciendo algún escrito sobre un tema de interés: el desempleo, la política exterior, el Plan Colombia, la marcha de la economía o lo que fuera necesario en medio de la coyuntura. Así, Uribe construyó, a muchas manos, el famoso Manifiesto Democrático, con 100 puntos que trataban los ejes fundamentales de su programa de gobierno: Estado Comunitario, reforma política y administrativa; confianza, salud para los pobres, educación con pertinencia, seguridad alimentaria, un gobierno eficaz y honrado (pero no milagroso), y muchos otros temas.

Lo cierto es que tuve la fortuna de haber aparecido bien temprano en la campaña de 2002 cuando todavía Uribe no marcaba en las encuestas y, apenas graduado del colegio con los bríos y fuerzas que caracterizan una juventud apasionada, pude -mientras me colaba en las reuniones, me ofrecía como voluntario para llevar todas las actas, ponía atención en las reuniones programáticas y seguía sistemáticamente la agenda del candidato en Bogotá- ver de cerca la gestación de un fenómeno político que habría de ocurrir apenas unos años más tarde. Por eso mismo, conocí de cerca y sin intermediarios a Uribe al inicio y al final de la jornada, trotando, tomando sus famosas gotas homeopáticas, hablando por teléfono, haciendo yoga en cualquier pupitre, concediendo entrevistas de televisión y asistiendo a masivas reuniones con recicladores, campesinos, artistas, ciudadanos del común y empresarios prósperos de industrias de todos los tamaños. Le vi la misma determinación de servir a Colombia cuando llegaban las noticias sobre la forma en que se trepaba en las encuestas que cuando se develaban contra él los intentos de homicidio, como aquel que estuvo a punto de ocurrir en la sede de la calle 106 con carrera 15 en Bogotá, si no fuera porque el falso sacerdote, que frecuentaba la campaña y sería quien activaría la bomba, se arrepintió en el último minuto.

Esa campaña presidencial, que arrancó con notable anticipación, gracias al trabajo de miles de voluntarios silenciosos, algunos haciéndole el quite a las amenazas que significaba apoyar a Uribe en tiempos en que más de un tercio de los alcaldes de no despachaban desde sus municipios, no tuvo como actores principales a los clanes políticos o a la clase parlamentaria, que, por el contrario, se quejaban constantemente por la desatención del candidato y más tarde lo consideraron traidor cuando, en contravía de todos los consejos, demandó ante la Corte Constitucional los famosos auxilios parlamentarios. Paradójicamente, muchos de ellos, a regañadientes, apoyaron su causa sólo hasta cuando la campaña liberal se hundía en las encuestas de manera irreversible. Los “marzistas”, como les decíamos, adhirieron sólo en marzo, cuando ya empezaban las apuestas respecto de si se podría o no ganar en primera vuelta y los votantes castigaban sin clemencia a los candidatos al Congreso que no se sumaban a su causa.

Durante su primer gobierno, fui consejero presidencial para la Juventud, y como tal, testigo de su esfuerzo por construir un país para las nuevas generaciones. Nació el Fondo Emprender, se fortaleció el Sena, se avanzó notablemente en cobertura educativa y pertinencia laboral, y se redujo la violencia de manera exponencial. La inversión, derivada de la confianza inversionista, trajo crecimiento económico y este, a su vez, se tradujo en prosperidad. Miles de jóvenes encontraron empleo y otros tantos decidieron ser empresarios, apostándole a un futuro en su patria porque ya no querían, como hasta hacía apenas unos años, dejarle Colombia a los violentos.

Como congresista entre 2006 y 2010, asistí a reuniones de partido y de coalición con el presidente Uribe. Discutimos con él intensamente una amplia agenda legislativa y de reformas constitucionales, y atravesamos también con él desafíos institucionales sin precedentes. Lo vi siempre sacándole la vuelta a las presiones burocráticas que amenazaban la suerte de los proyectos, haciendo llamados a sensatez, invocando el sentido patriótico y la importancia de la aprobación de legislación orientada al bien común.

Durante todos estos años, en diferentes escenarios y momentos, vi al presidente Uribe dirigiéndose siempre con respeto y admiración a los miembros de la Fuerza Pública, recibiendo los reportes, en horas de la mañana, de la situación de seguridad en el territorio nacional; nunca obrando de forma vengativa, menos utilizando eufemismos o ambigüedades que permitieran siquiera inferir algo distinto a la instrucción clara y precisa de obrar con contundencia dentro del marco constitucional. En el ejercicio político nunca lo vi impulsando intereses particulares, ni confabulando fraudes electorales ni trampas para alcanzar la Presidencia, ni haciendo esguinces a los topes electorales. Como operador logístico que era yo también, en aquel entonces como voluntario dedicado, tengo a mi haber cientos de anécdotas de la austeridad con la que vivimos y en la forma en que se manejó esa campaña en la cual nunca hubo tantas camisetas, ni gorras, ni manillas, ni afiches, volantes, como se necesitaban para repartir a las ciudades donde los voluntarios querían identificarse para hacer proselitismo. Me acuerdo también cuando, en los albores de la campaña, por ejemplo, nos visitaron unos asesores que ofrecían sus servicios de estrategia política tras haber logrado gran prestigio al reivindicar la autoría del triunfo del presidente Fox en México, quien luego de 70 años había derrotado la maquinaria política y electoral del PRI, la más enquistada tal vez del mundo entero. Su propuesta, que parecía interesante para nuestra coyuntura, al emular una gesta que queríamos también realizar en Colombia, al derrotar simultáneamente a los dos partidos tradicionales a través de un movimiento independiente, fue de plano descartada al quedar en evidencia que no solo era una hábil estrategia de comunicación electoral, sino también una apuesta por la ligereza manifiesta en los controles para el ingreso de recursos a la campaña presidencial.

El Uribe que yo conozco es un hombre apasionado por Colombia y por la acción política; empeñado en servir a su gente; preocupado por el futuro de la patria y consciente de las amenazas que tiene la libertad en un contexto como el nuestro. Es un trabajador de todas las horas, un hombre amable y afectuoso, con memoria prodigiosa para reconocer los accidentes geográficos de nuestro territorio y los nombres de miles de personas con quienes ha compartido en una larga vida de contacto con la gente. Su olfato político, su conocimiento del funcionamiento del Estado y su inteligencia emocional lo convierten en un analista frío, pero empático, con sentido de responsabilidad, cuya habilidad está en la construcción permanente de soluciones, alternativas y propuestas.

El Uribe que yo conozco es, de lejos, el más agudo intérprete de la opinión pública, el político con mayor capacidad de comunicar con contundencia sus ideas y, sin duda, el presidente que, en un momento crucial, nos devolvió la esperanza y nos permitió volver a creer en Colombia.

Fin del capítulo.

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