El mito de la papisa Juana emerge como un oscuro susurro medieval, instalado en el siglo IX, cuando Europa trataba de reconstruirse tras las invasiones bárbaras, el Imperio Carolingio tambaleaba y el papado se debatía entre la santidad y la corrupción. Según la leyenda, una mujer, disfrazada de hombre, habría escalado las más altas esferas del poder eclesiástico hasta convertirse en Papa, reinando durante dos años antes de ser descubierta en medio de una procesión, al dar a luz frente a una multitud aterrada.
Esta historia no figura en los registros oficiales del Vaticano ni en las listas de papas, pero a partir del siglo XIII comenzó a tomar cuerpo en las crónicas populares. Se decía que Juana, oriunda de Maguncia, Alemania, o según otras versiones, de Inglaterra; era de mente brillante, dominaba las lenguas clásicas y las Escrituras, y bajo la identidad masculina de Johannes Anglicus logró hacerse un lugar en la curia romana. Su ascenso culminó en su elección como Papa, hasta que la fatalidad de su embarazo, oculto, terminó en escándalo y muerte pública.
La leyenda asegura que, avergonzada, la Iglesia eliminó todo rastro de su existencia, prohibiendo incluso que las procesiones papales pasaran por la calle donde ocurrió el incidente. Su historia se transmitió por las crónicas de Jean de Mailly y Martín de Opava, hasta ser inmortalizada indirectamente por Dante y Boccaccio.
Un contexto marcado por corrupción y superstición
El siglo IX era una era donde el papado sufría la llamada “pornocracia”, el dominio de poderosas familias romanas que manipulaban las elecciones papales, en medio de una moralidad laxa y escándalos de todo tipo. La figura femenina estaba relegada a la marginalidad dentro de la Iglesia, vista como tentación o como peligro para la pureza espiritual. La leyenda de la papisa Juana reflejaba así no solo el miedo a una mujer usurpando el trono de San Pedro, sino la percepción de que la Iglesia estaba corrompida y vulnerable.
Los historiadores actuales coinciden en que la historia de Juana carece de base documental sólida. Sin embargo, durante siglos, su leyenda fue vista como una lección moral y una crítica a los excesos del clero. Incluso los reformadores protestantes la utilizaron para atacar al catolicismo, mientras que dentro del imaginario popular europeo se convirtió en una mezcla de fábula, advertencia y fascinación.
Las sillas sin fondo del Vaticano: del mito al objeto
Quizá uno de los elementos más intrigantes relacionados con esta historia sean las sedes stercorariae, unas sillas de mármol con asiento perforado que todavía pueden verse en los museos vaticanos. Según la tradición popular, después del escándalo de Juana, los papas recién electos debían sentarse en estas sillas para que un cardenal pudiera verificar físicamente que eran hombres, palpando sus genitales a través del agujero. De ahí vendría la frase ritual: “Testiculos habet et bene pendentes”.
La historiografía moderna duda de esta interpretación. Las sillas perforadas probablemente provienen de la Antigüedad clásica, quizás usadas en rituales de humildad o como simples asientos de baño reutilizados. Pero el imaginario colectivo, hambriento de detalles escandalosos, las asoció inevitablemente al mito de la papisa. Esta conexión subraya una obsesión medieval: asegurar que el poder eclesiástico estuviera reservado exclusivamente al cuerpo masculino.
La papisa Juana en la cultura popular y el cine
El mito de Juana no solo sobrevivió en textos medievales; ha inspirado un sinfín de obras artísticas, novelas y producciones cinematográficas que han mantenido viva su leyenda. Entre las más destacadas está la novela histórica “Papisa Juana” (1996) de Donna Woolfolk Cross, que alcanzó gran popularidad internacional. La obra, meticulosamente documentada, noveliza la vida de Juana, transformándola en heroína feminista, atrapada entre su vocación intelectual y los rígidos límites de su tiempo.
La novela fue adaptada al cine en 2009 bajo el título “Pope Joan”, dirigida por Sönke Wortmann y protagonizada por Johanna Wokalek y John Goodman. Esta versión cinematográfica, aunque controvertida, intenta humanizar a Juana, mostrándola como una mujer adelantada a su tiempo, víctima de una Iglesia patriarcal e intolerante. La película recibió críticas mixtas, pero ayudó a renovar el interés sobre el mito, llevándolo a una audiencia contemporánea que lo interpreta bajo claves feministas y políticas.
Otras referencias aparecen en la literatura: Boccaccio la incluyó en su obra “De mulieribus claris” (Sobre mujeres ilustres), convirtiéndola en una de las primeras mujeres célebres de Europa. Dante, en su “Divina Comedia”, aunque no la nombra directamente, parece aludir a una figura femenina disfrazada de Papa en su paso por el Infierno.
Un mito que resuena más allá de su verdad histórica
Aunque la papisa Juana probablemente nunca existió, su leyenda sigue fascinando por lo que simboliza. Es la historia de una mujer que desafió los límites de su época, el miedo de las instituciones al desorden, la obsesión por la legitimidad masculina y, sobre todo, el poder de la narrativa popular para crear verdades alternativas.
Caminar hoy por los pasillos del Vaticano, detenerse frente a las sillas perforadas o leer los textos medievales que la mencionan es adentrarse en un mundo donde mito e historia se entrelazan. No es solo un capricho del pasado, sino una ventana a las ansiedades y deseos colectivos que han dado forma a las grandes instituciones del presente. La leyenda de Juana, al igual que otros mitos persistentes, nos recuerda que lo que creemos saber sobre el poder, el género y la autoridad está siempre mediado por relatos, y que, a veces, esos relatos tienen más fuerza que los hechos.