Cada año, Colombia se detiene un momento para conmemorar el Día del Héroe de la Patria y su Familia. Con actos solemnes, himnos y discursos institucionales, se honra a quienes entregaron su vida por la defensa de la soberanía, la seguridad y la estabilidad de un país que, paradójicamente, sigue enfrentando la violencia y la polarización que ellos buscaron contener.
En Medellín, la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá se unió a esta conmemoración con un acto de respeto y memoria. Se recordaron nombres, rostros y promesas de hombres y mujeres que se levantaron cada día bajo el principio del deber, en un país donde ser policía o soldado no es simplemente portar un uniforme, sino convivir con la incertidumbre de no regresar al hogar.
Detrás de cada ceremonia, hay una verdad incómoda: la gratitud institucional no siempre se traduce en acciones concretas para los veteranos y las familias de quienes cayeron. En muchos casos, quienes quedan atrás enfrentan procesos burocráticos interminables para recibir pensiones, ayudas psicológicas o reconocimiento social, mientras los aplausos y las palabras de homenaje se diluyen en la rutina de un país que sigue reclamando seguridad en sus calles y campos.
En esta fecha, se exalta a los héroes que sostienen con su sacrificio el valor de la democracia, pero la pregunta inevitable es qué tan profundo es ese respeto cuando se enfrenta a los hechos. ¿Qué tanto se cuida al policía que patrulla en condiciones precarias, al soldado que regresa con heridas físicas y emocionales, o a la familia que enfrenta un duelo mientras intenta sostener a sus hijos en medio de la orfandad?
La conmemoración del Día del Héroe de la Patria debe ser más que un acto simbólico. Debe interpelar al Estado, a los gobernantes y a la sociedad sobre el compromiso con aquellos que, desde la institucionalidad, asumieron el riesgo de proteger a los demás, incluso en contextos de violencia estructural.
Recordar a los héroes no debe ser un gesto vacío. Debe ser un ejercicio de memoria activa, que conduzca a políticas efectivas de bienestar y dignidad para los miembros de la fuerza pública, así como para sus familias. Debe ser un llamado a la coherencia entre el discurso de honra y la realidad de los beneficios sociales y económicos que, muchas veces, llegan de forma tardía o insuficiente.
La Policía Nacional y el Ejército son instituciones que, en medio de tensiones, reclamos y críticas legítimas, siguen siendo necesarias para la estabilidad de un país con profundas brechas sociales y territorios aún bajo el dominio del crimen. Honrar a sus miembros caídos es reconocer el sacrificio personal de quienes, desde su rol, aportaron a sostener la institucionalidad. Pero la verdadera honra se expresa en la atención integral a las familias, en la protección del bienestar de quienes patrullan las calles y en la construcción de un país donde el sacrificio máximo no sea tan frecuente.
Los verdaderos héroes no mueren, repiten los discursos, y es cierto: viven en el recuerdo de sus compañeros y en el esfuerzo diario de quienes continúan el servicio. Sin embargo, para que esa frase sea más que un símbolo, el país debe asegurar que cada vida entregada no se convierta en un número más en una placa conmemorativa, sino en el motor de políticas que dignifiquen a quienes sirven, vivan o no, en cada paso que Colombia da hacia su propio futuro.