El 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y promovida por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), con el objetivo de visibilizar la importancia del bienestar mental, reducir el estigma asociado a los trastornos mentales y fortalecer la acción global frente a uno de los principales desafíos de salud pública del siglo XXI.
La OPS define la salud mental como “un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad. Es parte fundamental de la salud y el bienestar que sustenta nuestras capacidades individuales y colectivas para tomar decisiones, establecer relaciones y dar forma al mundo en el que vivimos”. Además, la organización señala que se trata de un derecho humano fundamental y un elemento esencial para el desarrollo personal, comunitario y socioeconómico.
A nivel global, los trastornos mentales y las afecciones relacionadas con el consumo de sustancias representan una carga significativa para los sistemas de salud. Estas condiciones no solo afectan la calidad de vida de las personas, sino que también incrementan el riesgo de enfermedades físicas, lesiones y mortalidad prematura. Entre los trastornos más frecuentes se encuentran la depresión, los trastornos de ansiedad, las condiciones afectivas, la esquizofrenia y las adicciones al alcohol y a otras sustancias psicoactivas.
La depresión es actualmente el trastorno mental más común. Su impacto es particularmente alto en mujeres, con tasas que en algunas regiones duplican las de los hombres. En contextos de embarazo y posparto, la prevalencia puede alcanzar hasta el 40% en países en desarrollo.
En la población adulta mayor, los trastornos mentales y neurológicos también constituyen un desafío creciente. Según estimaciones de la OPS, en las Américas la prevalencia de demencia en personas mayores de 60 años oscila entre el 6,4% y el 8,5%, y se proyecta que esta cifra se duplicará cada dos décadas.
A pesar de la magnitud de estos problemas, persisten barreras importantes en el acceso a la atención. El estigma social, la discriminación y la falta de servicios adecuados dificultan el tratamiento oportuno. En muchos países, la brecha de tratamiento para trastornos mentales supera el 70%. En la región de las Américas, el gasto público destinado a salud mental representa apenas el 2% del presupuesto total de salud, y más del 60% de estos recursos se asignan a hospitales psiquiátricos, lo que limita la inversión en estrategias preventivas y comunitarias.
En Colombia, se han desarrollado acciones para fortalecer los sistemas de información y vigilancia en salud mental, así como para mejorar la articulación interinstitucional frente a los factores de riesgo. No obstante, durante el último año se han registrado más de 28.000 casos de intento de suicidio, con una alta proporción de casos en mujeres jóvenes. Estas cifras reflejan la necesidad de continuar ampliando el acceso a servicios de salud mental, mejorar los espacios de prevención y reducir las barreras sociales que impiden buscar ayuda.
En este contexto, organismos internacionales hacen un llamado a implementar acciones multisectoriales, con base en evidencia, que respondan a las necesidades de cada territorio. Estas estrategias deben incluir la participación activa de personas con experiencia directa en salud mental, el fortalecimiento de servicios accesibles y la promoción constante del bienestar emocional como parte integral de la salud general.