La nave del Deportivo Pereira atraviesa la tormenta más oscura de sus años recientes, y lo que parecía ser una crisis institucional y deportiva, ahora se ha convertido en una emergencia de supervivencia. En un capítulo dramático que subraya la profunda inestabilidad que azota al club, el técnico venezolano Rafael Dudamel presentó su renuncia irrevocable a la dirección técnica.
Esta decisión no es un hecho aislado, sino la última ficha que cae en un dominó de problemas que ha dejado al equipo matecaña al borde del colapso. Dudamel abandona el banquillo en medio de un ambiente cargado de dudas, incertidumbre y, lo más grave de todo, un paro laboral de sus jugadores.
El contexto es desolador, el plantel profesional ha declarado abiertamente un cese de actividades. Los jugadores han hecho público su clamor y su indignación por los incumplimientos recurrentes en el pago de salarios y en los aportes a la seguridad social. Este acto de protesta subraya la falta de compromiso y gestión de la cúpula administrativa, dejando en evidencia los que muchos aficionados hoy comentan en las redes sociales: “La prioridad del club no ha sido, precisamente, los jugadores”.
La renuncia de Dudamel se interpreta como la inevitable consecuencia de un proyecto deportivo que no podía sostenerse sobre cimientos tan frágiles. ¿Cómo exigir resultados y compromiso a un grupo de profesionales que no tiene garantizado su sustento básico? La crisis trasciende la pelota: es una falla estructural en el manejo del equipo.
Con la salida del técnico, el Deportivo Pereira se enfrenta a un vacío de liderazgo crítico. La banca queda huérfana de una voz de mando justo cuando más se necesita autoridad para negociar con el plantel en huelga y para reencauzar un rumbo deportivo completamente torcido.
La afición, que ha sido testigo de glorias recientes y sinsabores presentes, observa con impotencia cómo la institución se ahoga en sus propias contradicciones administrativas. De la hazaña histórica del título, el Pereira ha pasado a ser un «náufrago matecaña», donde la lucha ya no es por un cupo a cuadrangulares, sino por la supervivencia laboral de sus empleados. La pelota está parada, el entrenador se ha ido, y la pelota sigue en el tejado de una dirigencia que debe dar respuestas inmediatas antes de que la crisis derive en una catástrofe total.


 
 




