Por: Óscar Jairo González Hernández
¿Cómo y desde dónde se realizó y se desarrolló su interés por intervenir en la construcción y formación de Mascaluna; qué sentía en ese momento?
Mascaluna tiene varios papás y una mamá: puede afirmarse que los padres y la madre somos algunos de los compañeros de los tres talleres de literatura que en ese entonces habíamos venido frecuentando: el de Jaime Jaramillo Escobar, X-504, de poesía, en la Biblioteca Pública Piloto, de Medellín, creo recordar que cada tarde de jueves; el que dirigía Manuel Mejía Vallejo, también en La Piloto, los miércoles tarde y el de Mario Escobar Velázquez, en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, en las noches (no recuerdo si miércoles o jueves).
Como era natural para nosotros, entre jóvenes y otros no tan jóvenes asistentes, los intereses comunes de todos estaban centrados en la literatura; al acudir al taller buscábamos aprender a leer, a analizar (no análisis literario, sino desde el sentir profundo y epitelial, si se puede decir) y a escribir. Esa común unión de edades, sentires e intereses nos fue integrando en grupos afines, que es lo que siempre ocurre en cualquier grupo humano. Esa integración nos fue llevando a prolongar las charlas, amenizándolas con algunas cervezas, posteriores a las citas de cada taller. La rumba nos ponía a “botar corriente” y, entre los vapores alcohólicos y los vapuleos verbales de ese torbellino nocturno, a alguien se le ocurrió la creación de una revista.
Con su mente brillante (ahora más que entonces) creo que fue César, pero no estoy seguro. No sé cómo o por qué, del grupo rumbero, con el que seguimos parrandeando cada semana, alguien (quizá César, pero no estoy seguro, dije) “seleccionó” cuatro “elegidos” (con él cinco) y a ese “selecto apartheid”, alguien le propuso (quizá fue César, pero no estoy seguro) la fundación de una revista de literatura. La razón de la que se habló, creo que fue porque las que existían las veíamos fastidiosamente selectivas a la hora de escoger a quién editaban. La idea era publicar a todo aquel que en nuestro criterio tuviese ganados méritos de calidad y desease hacerlo, sea o no amigo nuestro, o tuviese o no renombre, contrario a lo que ocurría en algunas de ellas. Hicimos una reunión más formal citándonos a César Herrera Palacio, René Jaramillo Valdés, Everardo Rendón Colorado (los papás), “La Mona” Luz Helena Vélez (la mamá) y yo (también papá). ¿Por qué nosotros, cinco los elegidos? Quizá lo sepa quién eligió (si es que lo recuerda).
¿En ese momento de la historia, la que uno hace, más la que hacen con uno, la que dicen los otros, y la que dice uno, ¿cómo era el carácter de lo nuevo que querían indicar, mostrar y proyectar desde Mascaluna, sí o no y por qué?
Nosotros éramos pienso desde esta poltrona “mirona” de treinta años, unos infantes que nos encontrábamos en esa bella etapa infantil de descubrimientos y asombros, me atrevo a decir. Apropiarnos de todo lo que íbamos descubriendo en el quehacer literario, con un objetivo claro, como dije: dar reconocimiento a muchos que habían tomado una opción seria, comprometida y disciplinada por el trabajo literario. Además, proporcionarnos un nicho a nuestra amistad, a esa comunión de intereses que albergábamos en personas, a veces, con diferencias muy marcadas ideológicamente. Nunca nos interesó ni nos planteamos ser un grupo literario como los piedracielistas o los nadaístas u otros. Ni tampoco tener o seguir tal o cual corriente literaria o artística nacional o mundial y menos crear un movimiento con ese carácter. Nunca llegamos plantearnos ese tipo de tesis de su pregunta. Si se me permite, y visto desde esta poltrona, como dije, quizá queríamos dentro de nosotros mismos, pero sin siquiera insinuarlo sentarnos a vivir en medio de esa calle larga y novedosa y asombrosa que es la literatura, para ver y quizá para que nos vean, pero nunca nos lo planteamos así.