sábado, octubre 25, 2025
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Don Iván y el bar “La Boa”

Por: Óscar Jairo González Hernández

No sabíamos la manera de nombrarlo. O sea, ¿cómo se puede darle un nombre a él, que sin duda, tenía o podría llevar todos los nombres con los que uno pudiera nombrarlo? ¿O él mismo, llevaba en sí otros nombres? ¿Quién era real e irrealmente don Iván?

Nunca tenía el mismo nombre para todos, o sí, podría llevar un mismo nombre para sí mismo, sin que nadie lo nombrará como él quería ser nombrado. Vivía en un bar (como un Noé en su Arca), nadie sabía cómo lo hacía, pero era evidente para el vidente, que él tenía un Bar, que también ese Bar, tenía un nombre, que él le había dado: La Boa.

Pero que, de la misma manera (en las “maneras de mesa”) ese bar podría llevar otros nombres, que no eran, o podrían ser, el nombre que Iván le había dado. Y esa boa, ¿qué era o cómo era? Y sí, ella era como él, que también era boa, o quería ser boa, o que quería decirnos con que su bar, como él, era una boa.

¿Y qué boa era? Entonces, en la vida del bar de Iván, nunca lo sabremos. Nos teníamos existiendo en el bar de La Boa, como en una casa de la luna o de marte, o de fantasmas, o un oasis sin desierto; en los que se podía vivir, en medio de la más condensada estética del hedonismo, eso era, dado que uno vivía en La Boa de Iván, cuando estaba en ella.

¿Y como él relataba de su vida? Entre el nudo de Paramillo y la serranía Ayapel, allí, donde quizá vio y conoció a las boas; y las boas lo conocieron a él, como quien conoce y vive en una locomotora hacia Rumania. O en la locomotora loca de Witkiewicz. Nada más comunicable, que lo incomunicable, se podría decir allí en los mundos, en los submundos de La Boa.

Todo se está moviendo. Nada cesa de moverse. Todo está en movimiento. Y cada uno lo hace mover a su manera, a su medida, a su construcción de su realidad, a su temperatura del interés o los intereses, a su destino relacionado o no con este constructo en el que nos involucramos. Y el mundo está haciendo sus constructos en el arte. O desde el arte. O las artes.

Nada de lo que hacemos, será destruido, quedará hecho o realizado, y continuarán realizándolo otros. De no hacerlo nosotros, lo harán otros. Es necesario medirnos en esa dimensión. Medirnos, quiere decir: Como nos observamos en este momento. Y así, las disquisiciones en La Boa, como del despliegue que allí se provocaba del sentir, de los paroxismos insolentes de los sentidos.

Extraños animales y fascinantes máquinas. La boa devora, así como el bar de Iván, lo devoraba, y devoraba en su exuberancia iconoclasta al que allí accedía por una condición de necesidad delirante, o del delirio iconoclasta. Mixturas de los mundos, de las realidades que él provocaba en esa inmersión, en la inmersión de su exótica y extraña dimensión en la que vivía, en la que se hacía vivir, haciendo maniobras excéntricas.

Y más cuando, un mediodía, pudimos acceder a La Boa, en el momento de sus concentradas densidades de su ser, que se continuaba sin medida, en el exceso total, y nos decía, como un ocultista, y nos revelaba el libro mayor en su vida: Tratado elemental de magia práctica de Papus.

Y continuaba enseñándonos el libro, en el vientre de la boa oculta, y nos leía: ¿Experimentáis tropiezo para realizar una idea adquirida, por más que la hayáis concebido fácilmente? ¿Os cuesta trabajo continuar una labor extensa, en tanto que la imaginación se efectúa por sí mismo?

Esto quiere decir que en vuestro ser prepondera demasiado el centro intelectual sobre el instintivo, y que es de todo punto indispensable equilibrar este desnivel, porque si una impensada desgracia o imperiosas necesidades materiales no os obligan a volver a la vida real, nunca haréis nada práctico, y poco a poco os convertiréis en charlatanes de café, de esos que maravillan al auditorio por la originalidad y el vigor de sus ideas, peor que impotentes, no obstante, para la vida, que pueblan los centros oficinescos y que pasan las noches sentados alrededor de las mesas de las cervecerías.

Nunca más hablamos, nuevamente, de ese libro o sobre ese libro, solamente ese mediodía quemante e iridiscente. Yo lo observé cuando, nuevamente, tras leerlo, lo cerró, lo llevó, haciendo un gesto extraño, hasta un sitio en la barra del bar y allí quedó. Y allí, proponíamos entonces, lo que sería para nosotros hacer cada nueva edición de PUNTO SEGUIDO, en medio de Papus, don Iván, el Bar y la Boa, en la ciudad de Med-Yin, nuestra ciudad tentacular, la ciudad radiante.

Ya don Iván no es ni la Boa, como lo que era para él, y lo que la Boa era para ella; ni el uno, ni el otro, quedan. De la vida, como lo radiante de sus muertes, es la que los hace ser en nosotros todavía. Como el mercurio.

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