Por: Óscar Jairo González Hernández
En cuanto que necesitamos formarnos, como ello está radicado o instalado en una necesidad de estabilidad, de poder, de estatus, entonces tenemos que formarnos querámoslo o no, por lo que cada uno, decide cómo hacerla, cómo y desde donde realizarla y medir el alcance de esa formación, de su radicación y su instalación.
¿Cómo se quiere vivir en ella y cuándo considera que ya la ha terminado, o qué le ha dado un término? De la misma manera, entonces, como se sabe de la formación decidida, cabe decirse que en esa formación, en su intento, tiene que radicarse e instalarse en una comunicación con otro. Y por rebelde que se sea, o contradictor o crítico, o por insolente de carácter, tiene que hacer el constructo de esa comunicación.
Ya que no puede eximirse ni exonerarse de hacerla, ha de construirla, en el sentido en que decide, cómo se daría esa relación de comunicación, que comunicaría o no, en qué ocultaría esa relación o de quién o quiénes, y qué tendría, que determinar lo indeterminado de esas relaciones comunicables, de lo cierto y lo incierto, de ellas, ante la inconmensurable proporción de lo que en uno se forma y lo que se forma en el otro, de lo que se comunica a otro y lo que el otro nos comunica.
Tendremos que hacer constantemente evidente, que los dos moriremos, que somos corroídos por la vida y su muerte, qué sería la relación de tensión dramática, qué habría que proponer y exhibir.
Pedantería de la vida. Pedantería de la muerte. O eso que todavía muchos “creen” tener: Libertad. O vida solo dharmica, no karmica. Eso hace el artista, el esteta, indicarse dónde o quién o con quiénes se comunica, se forma, les dice o no, les revela o no. Densidad de la masa de adhesión decidida hacia el proyecto de formación y comunicación, pues ellas están aquí, entre nosotros y hacia los otros, irreversiblemente relacionadas o conectadas.
En la medida en que decimos de la vida, es en ella, donde ese decir, construye su sentido o sus sentidos, los propicia y provoca, como quién accede a vivir dentro de un caos, que es causa el arte, porque la vida del arte, es la que causa un caos, como si se tratara de nueva razón, de una nueva matemática, de una nueva manera de sentir, de percibir, que ya nunca más, será la misma.
Es de la transformación, de lo que transforma lo que llamamos arte, en las membranas de la vida, es la que la fricciona, la fisura, la hace más inquietante, o sea, tiende a tensionar más la necesidad de conciencia, porque ella es formadora en uno mismo, como en los otros, a los que la proyectamos.
Es un contrato mucho más poderoso, porque se hace para toda la vida, como he dicho (considerado que también, decir, es un no decir, pues no se trata de una indicación “totalitaria” a observar), ya uno nunca podrá ser el mismo, que había sido hasta ese momento incandescente, que le revela otras materias de la vida, otras formas, otros contenidos de la misma.
Y nosotros somos artistas, cada uno en su forma y estructura lo es, porque ha desencadenado su sensibilidad, la ha hecho excéntrica o rara. Es excéntrica, porque nadie más la tiene o la puede tener, con los mismos elementos que la de uno. Y es rara, porque a uno lo perciben desde otras circunstancias de la vida, desde la misma manera, de decir o de comunicarse con los otros, de comunicarles ese decir.
De la comunicación, que tiende a la formación, es también una intervención el otro, que tiene que medirse en su forma, del cómo tiene que hacerse, para que hacerla, desde donde se hace, para que alcance y proyecte un efecto en el otro o en los otros, pues no se trata de persuadir, sino de formar en y desde la crítica, o sea, desde estructuras que propicien la decisión del otro de intervenirse a sí mismo, para intervenir a los otros.
Y por lo mismo, por ello mismo, necesita de una estética, de una forma, para hacerse, que no esté contenida en el dominio o sometimiento, sino en la vida de todos, en el destino de todos. Como en la comunidad que coincide, en la comunidad que contradice, y en la comunidad que disiente. Ya que nadie es el mismo, en su vida, ni quiere llevar la vida de nadie, sino hacerla la de él o ella, sin que esté en contra de la de los otros.
Dominar lo que es para sí y lo que no. E inclusive, una orden, la que sea, está poseída del carácter de la orden estética, de su estética o de sus estéticas, hacia la realización del sí mismo, en los otros. Y es allí, entonces, donde nos hemos conectado, en lo indisoluble de eso que hacemos, y somos.
Como decía Hans Blumenberg, en su tratado fascinante: Conceptos en historias, alrededor de la formación, es lo que: El mundo se ha atiborrado de referencias y relaciones, por lo que ya no hace falta destacar esta o aquella particular.
El conglomerado de la “significatividad” surge a partir de la “significación” que debe aprenderse en el camino de la formación y cuyo sistema de coordenadas asegura contra la idea de que nada tiene que ver con nada. A pesar de ello, el frenesí relacionador no sirve para nada. Uno está protegido para no quedarse con la boca abierta ante las singularidades.
A quien todavía algo le parece poco, que espere. De eso se trata, o quizá, todos deberíamos tratar, en el mismo momento en que estemos viviendo, sintamos que debemos vivir en la conciencia de totalidad, la vida. Toda vida es una sola vida; una sola de vida de otro, es la totalidad de las vidas que somos y tenemos.