Por: Óscar Jairo González Hernández
¿Qué es para usted la luz y cómo se realizó su relación inicial ante ella, en qué momento se dio ese hecho, qué carácter tuvo para usted y por qué? Desde mi experiencia, la luz es una presencia vital en la existencia del ser humano.
La vida tiene su desarrollo al amparo de esta presencia. Si fuéramos más conscientes de esta circunstancia, amaríamos cada estrella del universo y reconoceríamos, entonces, nuestra verdadera condición de seres altamente vulnerables a los movimientos del cosmos. De ahí que en la mayoría de las culturas primitivas el sol y la luna representen las presencias tutelares, funden órdenes y religiones. Busco un recuerdo en mi basta memoria de imágenes inundadas de luz. Hay una habitación completamente blanca, una cama sencilla y una ventana por la que entra, en la mañana más transparente, un hilo de luz.
Diminutas hebras de polvo flotan con levedad, en desorden, en el silencio del amanecer. Miro las hebras de polvo y reconozco mi lugar en el universo. Entonces mi ego se desvanece y descubro que puedo amar cada cosa que existe y su vulnerabilidad. Y la luz se hizo. A partir de allí, intento mirar cómo reposa la luz sobre las cosas, como si las mirara por primera vez. Y así amé los colores y la noche
¿Cómo y en qué forma se desarrolló, evolucionó o no interviniendo su ser y hacer estético, qué oquedades o fisuras o consistencias ha tenido o no y por qué? Busco la armonía entre los contrarios. Hemos vivido en medio de su lucha milenaria, arrastrados a un lado y otro según nuestras necesidades. Intento seguir aquella tradición que propone significar a los contrarios como complementos y no como opuestos. Por eso me interno tanto en la luz matinal como en la oscuridad nocturna. Miro el espacio exterior, me detengo en el planeta, bella cárcel que nos correspondió habitar.
Es en esa extraña convivencia armónica entre la luz y la oscuridad donde encuentro el origen de todo. No habría por qué temer a la noche ante un sol que promete regresar. Aquí los contrarios no se oponen, se abrazan ¿Con la obra de qué poeta, escritor, pintor, escultor, fotógrafo, usted descubrió y se transmitió a sí mismo de manera radical e incrementó o no su relación con el tema de la luz y por qué? Es lamentable que el nombre de Aurelio Arturo no figure como una de las constelaciones que más caminos abre no solo hacia el tema de la luz, sino hacia el mito del ser latinoamericano.
El poeta de la naturaleza detiene su mirada en el verdor y luego solo queda la vastedad de la luz. Algo semejante ocurre con los pintores impresionistas, para solo señalar el caso más evidente. Pues mucho antes, desde las cuevas de Lascaux, el pintor experimentaba, la el pintor experimentaba, la presencia de la luz como una condición para su hacer artístico y como una epifanía. Amé a Vermeer y todo lo que hizo con la cámara oscura. A Turner y toda la luz que dispuso en su obra como mancha. A Hopper y toda la soledad que nos golpea como un coletazo de la modernidad. Siento una inmensa gratitud con Albert Camus porque le dio a la luz un lugar entre los seres humanos, semejante a lo que Brassaï o Sebastião Salgado hicieron con sus fotografías.
Y no dejo de excitarme con las investigaciones que adelanta la física cuántica a partir del análisis de la luz. Aquí es donde digo que artistas y científicos encuentran un lugar para el abrazo
¿Desde dónde en usted considera que esa relación con la luz se mantiene y sostiene intacta o indeleble en usted y su ser y hacer estético o no y por qué? Creo en el poder vital de la luz. Ante el mundo que me correspondió vivir, me aferro a la luz como un símbolo del conocimiento. Donde quiera que voy, espero la luz del amanecer para salir a mirar cada cosa en su reposo, cada niño, hombre y mujer en su actuar.
Al atardecer la luz me arrastra por la ciudad e inicia una fiesta nocturna. De regreso a casa la luna baila en el jardín y me recuerda ese tiempo remoto del que venimos.