La visita oficial del presidente colombiano Gustavo Petro a China entre el 12 y el 16 de mayo pasados, en el marco de la IV Reunión Ministerial del Foro China-CELAC, ha introducido una nueva variable en la estrategia de defensa de Colombia. Durante su estadía en Pekín, la delegación presidencial recibió una oferta formal del gobierno chino para adquirir 24 aviones de combate J-10CE, fabricados por Chengdu Aircraft Corporation.
La propuesta, revelada inicialmente por el portal especializado Infodefensa, sorprendió no solo por la sofisticación del material ofrecido, aviones con moderna aviónica y capacidades aire-aire, sino también por el contexto político y diplomático en el que se produce. Hasta hace pocas semanas, la opción que parecía tener la delantera en los planes de modernización de la Fuerza Aeroespacial Colombiana (FAC) era la adquisición del caza sueco Saab 39 Gripen, en detrimento del F-16 estadounidense. Sin embargo, la irrupción de China en la puja militar abre una dimensión de análisis geopolítico de largo alcance, cuando todo parecía ser decidido por la oferta de los suecos.
El ofrecimiento asiático contempla, además de la dotación de las aeronaves, armamento incluido, condiciones flexibles de financiación y la posibilidad de expansión futura de la flota. Cada unidad tiene un costo aproximado de 40 millones de dólares. Esta propuesta llegó en paralelo a las conversaciones bilaterales sobre temas económicos, tecnológicos y de infraestructura, en las que Colombia firmó una carta de intención para adherirse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés), el ambicioso programa global impulsado por China para extender su influencia comercial y estratégica.
Repercusiones en la doctrina militar colombiana
Actualmente, la FAC opera cazas Kfir de origen israelí, que llevan más de 30 años en servicio. La necesidad de reemplazo no es nueva, pero ha adquirido carácter de urgencia por la obsolescencia de la flota. Durante más de una década, los equipos técnicos, operativos y financieros del Ministerio de Defensa han evaluado múltiples alternativas bajo criterios técnicos y doctrinales estrictos.
Pero la oferta de un eventual viraje hacia aeronaves chinas implicaría un cambio doctrinal sustancial y una probable afectación en la relaciones con los Estados Unidos y otros países aliados de la región. Y es que Colombia ya había firmado una carta de intención para adquirir los Gripen, una aeronave compatible con estándares de la OTAN y alineada con la filosofía operativa occidental que ha caracterizado a las Fuerzas Armadas colombianas durante décadas; al fin, y al cabo, los huecos son un país aliado.
Pero la integración de aviones chinos, aunque tecnológicamente avanzados, supondría desafíos logísticos y operacionales, desde la capacitación del personal hasta la disponibilidad de repuestos y el recelo directo por parte de Estados Unidos y los países de la OTAN a la que Colombia pertenece.
Desde un punto de vista técnico, el alcance limitado del J-10CE también plantea interrogantes. Colombia, dada su geografía compleja, con zonas montañosas, selva y llanuras, requiere aeronaves con gran autonomía y capacidad de operación en escenarios variados, que estarían comprobadas con los Gripen que ofrecen ventajas clave en este aspecto, además de una interoperabilidad probada con sistemas occidentales ya presentes en la infraestructura militar colombiana.
Por ejemplo, uno de los grandes problemas que podrían tener los aviones de combate chinos ofrecidos a Colombia, es la adaptabilidad para acoplarse con portaaviones norteamericanos o de fuerzas aliadas de Occidente. Uno detalle más es la inviabilidad de que compartirse transferencia de información compatible en materia de combate entre países que no son amigos como China, frente a Estados Unidos, país dominante entre los aliados, pues para hacer que los aviones chinos puedan adaptarse al sistema de occidente, tendría que compartir esa información que va desde el fabricante hasta la tecnología utilizada algo a lo que Estados Unidos se opine por seguridadz
Pero técnicamente, hay otros elementos que impiden una compatibilidad entre los aviones de combate chinos, y lo que predomina en la región, como los sistemas de radares y comunicaciones, imposible de compartir con los chinos y que alejarían aún más a Colombia de la cooperación militar con los Estados Unidos y los aliados de la OTAN..
Reacciones y consecuencias regionales
La oferta china ha generado inquietud no solo en círculos militares colombianos, sino también en gobiernos aliados, especialmente en Estados Unidos. La cooperación en defensa entre Washington y Bogotá ha sido uno de los pilares de la política de seguridad continental durante los últimos 30 años. Un giro hacia tecnología de defensa china podría tensar estas relaciones, en un momento en que la influencia de Pekín en América Latina está siendo objeto de escrutinio por parte de las potencias occidentales.
Desde la perspectiva regional, la eventual incorporación de aviones J-10CE a la FAC introduciría un elemento poco común en el panorama militar de Sudamérica. Hasta ahora, la mayoría de las fuerzas aéreas del continente utilizan equipamiento de origen estadounidense, europeo o ruso. La entrada de sistemas chinos podría reducir la interoperabilidad con aliados tradicionales y aumentar la dependencia tecnológica de un país cuyo modelo político y diplomático dista del marco normativo latinoamericano.
Para analistas y observadores internacionales, el episodio pone de manifiesto la creciente competencia entre potencias globales por ganar espacio en América Latina. Aunque la decisión final del gobierno colombiano aún no se ha anunciado, el debate sobre qué tipo de defensa quiere Colombia, y con quién quiere alinearse, ha quedado abierto.
