Bogotá, abril de 2025
Señor Álvaro Leyva:
Quiero escribirle con la franqueza que permite el respeto, y con el respeto que exige este momento tan delicado del país. Porque usted, doctor Leyva, ha sido muchas cosas: un defensor de la paz con quien se puede estar de acuerdo o no, un hombre de ideas, de palabra elegante, de formación sólida, de maneras sobrias, incluso admirables, en una política que se ha degradado.
Justamente por eso, espero que su legado no sea el de quien, habiendo encendido la llama, decidió retirarse a ver el incendio desde lejos. No puede convertirse en una anécdota diplomática. Usted no es un funcionario más, ni es un hombre que pase desapercibido. Usted representa o representaba algo diferente, algo que este país ya casi no tiene: altura.
Hoy Colombia atraviesa uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. Vemos a un Presidente desbordado, grosero, acorralado, incapaz de reconocer que su proyecto ha fracasado. Un Presidente que grita porque no tiene logros que mostrar, que insulta porque no tiene argumentos, que ofende porque no tiene respuestas.
Ese hombre, que alguna vez fue vendido como símbolo de esperanza, ha terminado por sustituir lo viejo por algo peor: su gente, pero no “su pueblo”, sino su círculo ostentoso, inculto, arrogante, incapaz de entender que el poder exige responsabilidad. Nos prometió educación, pero nombró a personas sin preparación. Nos prometió oportunidades, pero les quitó hasta lo mínimo a quienes soñaban con salir adelante.
Señor Leyva, si usted realmente quiso la paz, si alguna vez creyó en un país más digno, no permita que su voz se apague en silencio. Usted ya empezó algo. Y cuando se comienza a develar una verdad de esa magnitud, no hay lugar para los mensajes crípticos ni para la prudencia que paraliza.
El Presidente está cercado, y cuando una bestia está acorralada, actúa de forma impredecible y destructiva. Por eso, le pido, como colombiana, que termine lo que empezó. No por venganza, ni por revancha, sino por coherencia. Porque la historia no perdona a los que, habiendo podido evitar un colapso, decidieron callar.
Asuma la responsabilidad. No sea cobarde ahora. Usted tiene en sus manos una posibilidad: evitar que esto se vuelva incontrolable, o al menos, ser el primero en advertir que ya se salió de control.
Este puede ser su legado. Aún está a tiempo.
Atentamente,
María Carolina Restrepo Cañavera