Por: Óscar Jairo González Hernández
¿Por qué y para qué, cuál es el sentido, en que perspectiva se instala, está intervención que usted sobre y la obra “Horizontes” (1913) de Francisco Antonio Cano (1874-1935), que le llevó a ello, qué problema le interesó proponer y presentar; cuál es o no el carácter histórico y crítico, desde los que se inclinó por provocación, para mover su historia y principios estéticos como artista, ante la obra de otro artista, y qué buscaba revelar, contra qué rebelarse o no, en su formación y en su inserción como artista nuevo, desde lo que es nuevo para sí mismo y lo intenta comunicar o no?
Abordo esta obra en un momento de mi vida en el que me encuentro inmerso en una profunda reflexión sobre un tema tan espinoso y urgente como la minería. La pregunta que me atraviesa es: ¿Qué ha ocurrido con aquel horizonte que alguna vez imaginó Francisco Antonio Cano?, ¿qué quedó de esos territorios fértiles, inmaculados, donde soñaba con echar raíces y levantar una familia?, ¿es posible aún mirar esos paisajes con los mismos ojos?, ¿quedan aún vestigios de aquella promesa?
Con la serie Des -horizontes, intento responder o tal vez seguir preguntando— desde una inquietud estética y ética por el paisaje y su desfiguración. Me interesa el medio ambiente, no como postal, sino como herida. Intento inscribir en la superficie pictórica un clamor dirigido a la multitud, una especie de eco visual que denuncie pero también conmueva.
Esta reinterpretación de Horizontes, de Francisco Antonio Cano, no es solo un gesto de diálogo con el pasado, sino también un acto de fricción con nuestro presente. Registro en ella las tensiones económicas, territoriales, políticas y ecológicas que atraviesan los nuevos asentamientos humanos. Pero no todo es ruina o desesperanza: hay también belleza en la caída, y una suerte de terquedad en el sobreviviente que no se rinde del todo.
Des-horizontes, como he titulado mi obra, es un paisaje desencantado, a veces rojo, sangre, y otros dorados y oscuros, como si el oro mismo se hubiese ennegrecido. La superficie se cubre con una pátina de carbón, vestigio de territorios saqueados, horadados hasta sus entrañas para extraer sus minerales, sus nutrientes, su alma.
Esta reinterpretación es, para mí, una actualización crítica del género pictórico tradicional, hoy tensionado por los nuevos medios, pero también por los pliegues de la historia y las huellas de sus contradicciones.