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(ANÁLISIS) Del pasado al presente, tensiones que redefinen el equilibrio en Medio Oriente

En la madrugada del 13 de junio de 2025, Israel lanzó la operación Rising Lion, una ofensiva dirigida contra instalaciones nucleares y militares en territorio iraní. Lo que podría parecer una reacción puntual ante amenazas latentes, representa en realidad un movimiento cuidadosamente calculado en un tablero geopolítico que se ha venido configurando durante décadas. Este ataque no solo reconfigura la ya volátil dinámica en Medio Oriente, sino que plantea preguntas clave sobre los factores que desencadenaron la decisión de actuar en este momento.

Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque sin precedentes sobre suelo israelí, la región entró en una espiral de violencia que se ha intensificado con el paso de los meses. La respuesta de Israel en Gaza, sumada al fortalecimiento de tensiones con Irán, reveló que los límites tradicionales del conflicto estaban siendo redibujados. Sin embargo, entender el porqué de esta ofensiva requiere ir más allá del presente y observar las raíces históricas que definen las relaciones entre Teherán y Tel Aviv.

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Hasta antes de 1979, Irán e Israel mantenían vínculos diplomáticos relativamente estables. Pero la Revolución Islámica marcó un giro radical. Con la llegada al poder del ayatolá Ruhollah Jomeini, el régimen iraní adoptó una postura abiertamente hostil hacia Israel, desconociéndolo como Estado y elevando la retórica antiisraelí a un eje central de su ideología. A partir de entonces, la confrontación entre ambos países se nutrió de recelos profundos, alimentados especialmente por el programa nuclear iraní.

Para Israel, la posibilidad de que Irán adquiera armamento nuclear ha sido considerada una amenaza existencial. A pesar de los repetidos argumentos de Teherán sobre los fines pacíficos de su programa, Tel Aviv ha sostenido una política de desconfianza absoluta, llevando a cabo operaciones encubiertas, sabotajes, asesinatos selectivos y una vigilancia constante de las instalaciones nucleares iraníes.

En este contexto, el primer ministro Benjamin Netanyahu ha hecho del tema un punto neurálgico de su discurso político. “Si no se detiene, Irán podría producir un arma nuclear en muy poco tiempo… Esto representa un peligro claro y presente para la supervivencia misma de Israel”, dijo recientemente, dejando entrever que la ventana para actuar era, en su visión, cada vez más estrecha.

Pero la ofensiva no nació del vacío. Como lo explica la analista Barbara Slavin, del Stimson Center, los planes para atacar objetivos estratégicos en Irán llevaban más de una década en desarrollo. “Después del 7 de octubre, esos planes adquirieron un matiz diferente… Siempre estuvieron en el aire. Muchas veces estuvieron a punto de implementarse”, aseguró. El momento, aparentemente, llegó.

La coyuntura internacional también jugó un rol determinante. Un día antes de la operación Rising Lion, el Organismo Internacional de Energía Atómica alertó sobre el incremento en la producción de uranio altamente enriquecido por parte de Irán y denunció incumplimientos en los mecanismos de supervisión. Esta alerta fue leída en Israel como la confirmación de una amenaza inminente.

Otro factor decisivo fue el debilitamiento del llamado eje de resistencia, la red de aliados regionales de Irán que incluye a Hezbollah, Hamas y otros grupos armados. En particular, Hezbollah, con base en Líbano, había sido considerado por años como una barrera disuasiva para una ofensiva directa contra Irán. Sin embargo, tras meses de enfrentamientos en el sur del Líbano, Israel logró reducir significativamente su capacidad de respuesta. “Hezbollah era la defensa avanzada de Irán. Israel básicamente destruyó esa defensa”, apuntó Slavin.

La ecuación cambió. Con Hezbollah neutralizado, Israel vio despejado uno de los principales obstáculos estratégicos para ejecutar su operación.

Pero si hay un actor cuya reacción podría definir el curso de esta escalada, ese es Estados Unidos. Históricamente, Washington ha respaldado a Israel, aunque con reservas ante una intervención directa contra Irán. En esta coyuntura, sin embargo, el panorama es difuso. La administración de Donald Trump había iniciado conversaciones con Irán para reanudar los diálogos sobre su programa nuclear, pero estas se suspendieron abruptamente tras el ataque israelí.

Las señales de Trump han sido contradictorias. Mientras en su red Truth Social alternó entre llamados a la moderación y exigencias de rendición total, analistas como el periodista Gideon Levy advierten que Israel busca atraer a Trump a una postura más agresiva. “Están haciendo todo para atraerlo, aumentando la presión sobre Irán para que responda con más fuerza y así justificar una intervención estadounidense”, declaró.

Estados Unidos posee el único arsenal capaz de destruir búnkeres profundamente enterrados, como los que albergan las instalaciones nucleares iraníes. Esto convierte su decisión en un elemento determinante para el futuro del conflicto. Sin embargo, por ahora, no hay certeza sobre los próximos pasos que tomará la administración estadounidense, más aún en un año electoral y con un liderazgo impredecible.

El impacto de esta operación trasciende el enfrentamiento bilateral. Rusia, estrecho aliado de Irán en el contexto de la guerra en Ucrania, podría reevaluar su papel en Medio Oriente. China, actor silencioso pero influyente, también podría tomar una posición estratégica frente a esta nueva configuración regional.

Lo que queda claro es que Rising Lion no fue una reacción improvisada, sino el resultado de años de planificación, tensiones acumuladas y un entorno regional cuidadosamente leído por Israel. Con una red de alianzas en redefinición, un programa nuclear en el centro del debate y un liderazgo estadounidense aún incierto, el tablero de Medio Oriente se encuentra en un punto de inflexión.

El desenlace es incierto. Pero una cosa es segura: los movimientos ejecutados durante esta ofensiva han cambiado las reglas del juego.

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