viernes, marzo 29, 2024
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Una fiscalía eficiente

Por: Eugenio Trujillo Villegas

Director: Sociedad Colombiana Tradición y Acción

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En los días transcurridos de este año 2022, la Fiscalía ha tenido un gran protagonismo mediático. Los medios se ocupan por dar a conocer el eficiente desempeño de esa entidad para esclarecer dos casos impactantes.

Uno de ellos fue el cruel asesinato de un famoso peluquero y de su madre, perpetrados por el hijo y hermano las víctimas. Y el otro, los contratos corruptos de la esposa de un alto funcionario del Gobierno. En ambos casos, la Fiscalía demostró un alto grado de eficiencia, cosa que no es habitual, por lo cual es justo felicitar al Fiscal.

Sin embargo, algo muy importante no está siendo considerado. En ambos casos se trata de pilluelos de poca monta, si los comparamos con los enormes casos de corrupción y los innumerables crímenes que vemos todos los días. En Colombia, lo que impera es la más absoluta impunidad.

Es como si una banda de ladrones le tira un hueso carnudo a un perro guardián en el patio trasero de una casa, y mientras éste se entretiene con el regalo, los ladrones entran a la vivienda por la puerta principal y la desocupan, junto con el resto del vecindario. ¡Esa es la realidad de Colombia!

Esa eficiencia de la Fiscalía no la hemos visto para enfrentar la corrupción rampante que devora a Colombia. Según cálculos conservadores, en Colombia la corrupción se roba unos 50 billones de pesos cada año (US $12.500 millones de dólares). Y por lo general, los más grandes casos de corrupción terminan en la impunidad.

Solo para recordarlo, en esa situación está el caso de la Refinería de Cartagena, donde se robaron US $ 4.000 millones. Y el de los sobornos pagados por Odebrecht al expresidente Santos para obtener la reelección, y de paso conseguir varios contratos con el Gobierno, que son tan grandes como el robo de la refinería. Y el desfalco continuado al sistema de salud, que es aún mayor que la suma de los dos anteriores.

La contratación pública es una mafia organizada que se roba una parte muy importante de las inversiones y gastos del Estado. Es imposible mencionarlos todos, pues para ello habría que escribir un tratado. Y además está el caso del Cartel de la Toga, único en el mundo, en donde los magistrados de las Altas Cortes vendían sentencias a cambio de millones de dólares, y tan sólo conocimos la punta del iceberg. 

Atrapan pilluelos e ignoran a los grandes capos 

En estos escenarios de corrupción, los verdaderos capos son lobos rapaces que se dan una vida de jeques árabes, y andan campantes por el País y por el mundo. No son pillos que se roban unos cuantos centavos, como los que acaparan las noticias. Y el País desconoce para qué sirve, qué hace, y cuáles son los resultados obtenidos por las investigaciones de la Fiscalía en todos estos casos.

La triste y espantosa realidad, es que casi todas esas investigaciones no conducen a nada. Los culpables esperan despreocupados la prescripción de sus delitos, aunque la mayoría de ellos ni siquiera son investigados. Así es el caso del candidato Petro, filmado recibiendo bolsas llenas de dinero cuando era alcalde de Bogotá, pero como ese delito ya prescribió, entones a la justicia no le importa.

Están también las corruptelas de los actuales alcaldes de Bogotá, Medellín y Cali. Todos ellos de extrema izquierda, incondicionales del candidato Petro, y promotores de la mentira de que benefician a los pobres con su demagogia socialista. Los tres asaltan el presupuesto de sus respectivas ciudades por medio de una feria interminable de contratos millonarios a favor de parientes y políticos, que sumados en los cuatro años de gobierno, serían suficientes para acabar con la pobreza del País.

Los tres alcaldes han impuesto un nuevo estilo de administración, muy particular y escandaloso. ¡Roban de frente! ¡Sin pudor alguno! ¡Lo hacen en la cara del Presidente, del Fiscal, del Procurador y del Contralor! No le temen a nadie, porque ninguno de estos funcionarios es capaz de impedirles sus latrocinios. Se sienten protegidos. Amos y señores de sus ciudades. Nada, absolutamente nada les importa.

Colombia se ha transformado en un edificio construido sobre unos cimientos que se han podrido. Se van desmoronando a pedazos, se deshacen en medio del pantano donde están anclados, y en cualquier momento pueden colapsar. Si eso llega a pasar, el comunismo dará su zarpazo definitivo, y Gustavo Petro llegará al poder como lo hizo Chávez, para nunca más entregarlo. Ese será el fin de la Patria y el comienzo de la tiranía marxista.

Pero los colombianos están ciegos y prefieren ignorar la realidad. Que después no digan que no lo sabían, o que fueron engañados, porque eso no es verdad. ¡Sí lo saben! Pero no hay que esperar a que sea tarde para actuar.

¡El tiempo de hacer algo es ahora! ¡Y se acaba en junio, el día de la próxima elección presidencial!

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