domingo, abril 14, 2024
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Una estafa llamada Daniel Quintero Calle

Por Jaime Restrepo Vásquez

En el año 2011 se anunció, con bombos y platillos, la puesta en marcha de un moderno proyecto urbanístico en Bogotá: se trataba del BC Bacatá, el primer rascacielos de la capital y también de Colombia. El plan, sobre el papel, era realmente fascinante: sería uno de los 10 edificios más altos de Latinoamérica, con 260 metros de altura, 66 pisos, centro comercial y hotel.

La iniciativa era: esa sí, irresistible: teóricamente, el edificio asumiría el control y la gestión del agua, sistema estratégico para evitar el desperdicio de la escorrentía, el techo verde con vegetación natural y hasta puntos de hidratación para las aves migratorias, entre otras muchas cosas. Esa cantidad de promesas, todas en blanco y negro, no en cemento, cautivaron la atención de cerca de 4 mil personas, quienes invirtieron casi 200 millones de dólares en el rascacielos.

Incluso en 2015, ya el BC Bacatá era noticia porque rompía récords. Así lo dio a conocer la cementera Holcim, la cual logró, por vez primera en nuestro país, bombear concreto de alta resistencia a 240 metros de altura, hito que celebraron izando la bandera de Colombia y cantando el himno nacional. Hoy, los 4 mil inversionistas sufren al haber constatado que el papel lo aguanta todo y que un proyecto extremadamente perfecto, atractivo y con reconocimientos, pocas veces termina siendo una realidad. Casi 10 años después, la construcción del rascacielos está paralizada, pues fallaron los cálculos financieros y los líos no parecen tener fin.

En Medellín tenemos nuestro propio rascacielos, muy tieso y muy majo, que anuncia cada premio que gana su deplorable administración, como si fuera la demostración de una extraordinaria gestión y de lo bien que va la ciudad. Nuevamente, el papel lo aguanta todo y un plan de desarrollo es simplemente eso, un papel cuya letra se emborrona ante la cruda realidad. En el colmo del paupérrimo listado de logros gubernamentales, en la Tacita de plata ya no se anuncian proyectos de iniciativa propia y tampoco se esfuerzan por inaugurar la piedra fundacional de un futuro elefante blanco: el contentillo que hoy por hoy pretenden venderle a la ciudadanía es que ganan premios, algunos dudosos, unos comprados y otros completamente ajenos a nuestras necesidades diarias.

Se añoran los tiempos en los que la ciudadanía se inquietaba con el mandatario que, después de 6 meses de haber tomado posesión de su cargo, no estuviera inaugurando alguna obra o presentando un proyecto que significara progreso y bienestar para los medellinenses. Ahora a duras penas compran un premio y lo anuncian como si fuera el Nobel de la Paz… Y es que, claro, algo tenían que aprender de Juan Manuel Santos, el gago fatídico del que muchos secretarios y el propio alcalde fueron funcionarios.

El Código Penal de Colombia reza que aquel que obtiene provecho ilícito para sí o para un tercero, con perjuicio ajeno, induciendo o manteniendo a otro en error por medio de artificios o engaños, es, categóricamente, un estafador. Digámoslo, pues, sin empacho, sin medias tintas y sin eufemismos: el alcalde es una estafa en sí mismo. De ninguna otra manera se puede explicar que el Departamento de Planeación Nacional decidiera premiar el plan de desarrollo local, que es un cúmulo de papeles o de bytes, mientras la ciudad se cae a pedazos.

Ese documento es, además, el mecanismo del cual Daniel Quintero Calle se ha valido para inducir a error a la ciudadanía y a las autoridades del nivel central. Porque, a decir verdad, del dicho al hecho hay demasiado trecho. Es más: el tal plan es un conjunto de promesas utópicas y de modelos irreales, de soluciones perfectas imposibles de ser llevadas a la práctica o que requerirían inteligencia, experiencia, honradez y mucha voluntad para conseguir, a lo sumo, un resultado óptimo. Tales cualidades brillan por su ausencia en la administración de Medellín.

Sin duda, las mañas que el propio alcalde reconoció que tenía desde niño, engañar, sacar provecho y defraudar, entre otras, nunca las abandonó y más bien las perfeccionó hasta conseguir el inmerecido honor de ser el burgomaestre de Medellín. ¡Cuán grandiosa será su estatura como encantador de serpientes, que en esa misma confesión dijo haber desarrollado aplicaciones a principios de los 90, cuando, de hecho, las primeras apps aparecieron a finales de esa década!.

Nos preparamos para un año crucial. Hay varios vendehúmos y estafadores que despuntan en el horizonte, sujetos que quieren adueñarse de nuestro país para saquearlo y destruirlo, tal y como lo está haciendo el combo que ataca desde La Alpujarra. Por tal razón, es menester denunciar los rascacielos virtuales, las promesas utópicas y las falacias que han hecho mella en Medellín y que pueden apoderarse de toda Colombia.

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