domingo, abril 21, 2024
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Triste final de Samuel

Por Diego Arango Osorio

Conocí a Samuel Moreno Rojas cuando él tendría unos 15 años. Era plena campaña presidencial de su madre, María Eugenia, “La Capitana” y yo acompañaba a mi padre Germán Arango Escobar, quien había sido parlamentario liberal y en esta oportunidad buscaba una curul al Senado por Anapo.

Samuel era un muchacho más bien callado pero proactivo, ferviente admirador de su abuelo, el expresidente de facto Gustavo Rojas Pinilla y estaba empezando a entender la política. Asomaba como un futuro y digno heredero de familia con el legado construido por abuelo y madre. En aquella campaña de 1974, ni María Eugenia salió Presidente ni mi padre Senador. Yo sin ser político sino empresario para aquella época, me alejé por unos años de esa actividad dedicándome al mundo de los negocios.

Tiempo adelante ingresé a la Democracia Cristiana y como ambos partidos, PDC y Anapo apoyaban a Belisario Betancur a la presidencia, me volví a encontrar con María Eugenia, quien anhelaba ser alcalde de Bogotá. Ahí volví a ver a Samuel, un joven ya profesional y bien formado, con buen discurso e intenciones de progreso político. Observé más adelante cómo se convertía en figura nacional desde el Congreso y la izquierda lo proyectaba como un líder. En los procesos de paz adelantados por los presidentes Betancur y Barco, me lo encontré varias veces compartiendo debates sobre el tema. En 1992, cuando aspiré a la Alcaldía de Bogotá por un movimiento cívico, me lo volví a topar y años adelante que yo dirigía el canal Teleamiga, lo tuve como invitado.

En 2006, siendo yo miembro del Partido Conservador, me eligieron como candidato nuevamente a la Alcaldía de Bogotá por esa colectividad. Me tocó debatir con Samuel desde orillas deferentes, retiré mi candidatura por una presunta inhabilidad, por ser representante legal de un medio de comunicación que recibía pauta oficial, entonces preferí renunciar a cambiar un debate político por uno jurídico.

Samuel resulto electo Alcalde, confieso que aunque advertí algunas inconsistencias de él en los debates que compartimos, pensé que haría un buen gobierno. Me gustaba su propósito de dar a Bogotá el Metro y su propuesta social. Pero en la medida que se fue desarrollando su administración, comenzaban a asomarse indicios de corrupción que tras tomar fuerza y comprobarse lo llevaron a ser destituido, juzgado y condenado.

En un alto escalón de su vida, cuando se perfilaba como figura presidencial, {el mismo por ambición o ingenuidad, no me atrevo a calificar, se hundió en un abismo del que no pudo salir hasta que la muerte lo llamó. Pasando sus últimos años preso y desde luego enfermo, desprestigiado y con la imagen de corrupción sobre su frente. Una lección que los políticos deben aprender, porque las mieles de la fama y poder son fugaces, por eso se debe preservar la integridad. Para mi concepto, Samuel fue un buen hombre, aunque víctima de la ambición y la política. ¡Paz en su tumba!

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