Por Jaime Restrepo Vásquez
El apetito clientelista de Daniel Quintero Calle y sus esbirros ha alcanzado niveles obscenos. El círculo tenebroso que rige los destinos de la ciudad no se sacia con nada y devora cada pedazo de pastel al que puede meterle el diente, buscando puestos para aquellos que apoyaron la candidatura con recursos o votos.
Esto no nuevo en Colombia. Sin embargo, la formidable voracidad de la actual administración se evidencia en la inmoralidad de su accionar. Basta con mencionar que el 92% de los contratos son adjudicados a dedo, beneficiando a sectores políticos concretos y favoreciendo, así, la entronización de la corrupción.
Además, siguen conociéndose graves denuncias sobre presiones indebidas contra funcionarios municipales, incluyendo llamadas a contratistas para que renuncien o para que trabajen gratis a ver si, de golpe, los vuelven a contratar. De hecho, es evidente el desespero de la pandilla quinterista por abrir espacios burocráticos para sus simpatizantes y familiares, sobre todo si carecen de la aptitud para ocupar un cargo. Por esta razón, presionan, fastidian y amenazan a los funcionarios, de tal manera que, al menor error, desalojan el puesto que tanto necesitan. Estas son, entre muchas otras, prácticas abominables que se han normalizado en distintas entidades gubernamentales de Medellín.
Quintero Calle se apoderó de la nómina municipal en un esfuerzo por establecer sus propios fortines clientelistas. Los casos de EPM y de Ruta N resultan emblemáticos: él necesita gente “que le copie”, que sea sumisa, para que abran vacantes o contraten a más y más personas favorables al alcalde. Otro fortín político que ha querido erigir la pandilla es el INDER. Allí la persecución contra los contratistas ha sido inhumana: amenazas constantes contra la estabilidad laboral de funcionarios antiguos, quienes, además, han sido sometidos al yugo de jefaturas otorgadas a ignorantes con influencias, quienes no tienen ni idea de las funciones ni de las políticas públicas de la entidad. Además, para aburrirlos, los obligaron a asistir —en plena pandemia—, a reuniones virtuales… Sí, tal y como se lee: ¡asistencia presencial a reuniones virtuales!
Es que el pago de favores políticos está llevando a un rumbo de colisión a la ciudad. La inestabilidad administrativa en Medellín es evidente: en solo 18 meses, entidades como EPM, Ruta N y el INDER han tenido entre 3 y 4 gerentes. Es una verdad de Perogrullo, pero cada uno llega con favores por pagar y romerías de simpatizantes interesados en puestos. Entre tanto, nadie ha podido, o querido, frenar los aires totalitarios del alcalde: ni las juntas que renunciaron, ni los sindicatos que tratan de hacerle frente, ni las voces solitarias en el Concejo ni la presión de la ciudadanía… ¡A Quintero Calle nada le importa!
Ante la codicia y el hambre del alcalde, Medellín está sola: a los entes de control no les interesa el asalto a la ciudad. Tampoco a los medios nacionales, que ven en el parlanchín del piso 12 de La Alpujarra a un entrevistado amable, víctima de una oposición intransigente. Lo anterior, pensando en la buena fe de los medios, aunque el presupuesto para comunicaciones es gigantesco y nada raro sería que en lugar de entrevistas sean publirreportajes bien pagos.
Lo peor es que la decisión de arrasar con todo ha contribuido al retroceso de la ciudad en aspectos vitales como la primera infancia, la investigación y la ciencia. Ni hablar de la prestación de servicios públicos, cuyo deterioro se evidencia en el crecimiento exponencial de los cortes por fallas de energía y agua. A esto se suma la ausencia de mantenimiento del espacio público, pues los jardines emblemáticos de la ciudad se han convertido en matorrales abandonados y peligrosos… Eso pasa cuando la politiquería, la improvisación, la ambición desmedida, la codicia extrema y la ineptitud se encarnan en un alcalde.
Twitter: @atrabilioso
