jueves, marzo 28, 2024
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¿Por qué la dupla Petro/Francia pone la piel de gallina a la avicultura colombiana?

Por Alexander Barajas

Colombia se prepara para unas nuevas elecciones presidenciales que tendrán ocasión el domingo 29 de mayo; por primera vez en la historia republicana de esta nación, un aspirante de la extrema izquierda (exguerrillero marxista, declarado prochavista y autodenominado progresista) tiene la mayor opción de ganar.

A tales pergaminos, suficientes para despertar temores muy bien fundados entre el sector productivo colombiano, se le suman declaraciones por parte del candidato y su fórmula vicepresidencial que van desde la expropiación de tierras a la agroindustria hasta expresiones que evidencian un enorme desconocimiento del mundo agropecuario.

Por ejemplo, han hablado de parar las exportaciones de ganado vacuno «a pie», cuando quisieron decir «en pie». Hace poco, la aspirante a vicepresidente puso de moda al huevo colombiano al afirmar que la tercera avicultura comercial del continente no producía lo suficiente para el mercado interno y que se debía importar esa proteína desde Alemania.

Cualquiera que medio sepa algo del negocio avícola sabe que el comercio internacional del huevo no llega ni al 5 % de la producción mundial, por sus características logísticas (frágil, susceptible de contaminación por manipulación excesiva y perecedero). Ni siquiera como ovoproducto (huevo en polvo o líquido pasteurizado) es un bien exportable representativo, dada la suficiencia de la oferta interna de cada país.

También han dicho que el problema de falta de fertilizantes se debe a una empresa estatal en liquidación desde 2019 (Ferticol) y otra privada que afirmaron estaba cerrada y quebrada por los enemigos del chavismo (Monómeros), cuando goza hoy de excelente salud e incluso exporta al mercado andino desde el norte del país.

De igual modo han caído en el sofisma de preguntarse «¿por qué un país con tanta tierra tiene que importar alimentos?», desconociendo la consolidación de cadenas productivas mundiales que han hecho accesible toda proteína de origen animal y vegetal, pensando en la economía y la calidad para el consumidor final.

Por eso es mejor importar que producir internamente algunos alimentos que son a su vez materias primas para la agroindustria cárnica. Sale más cara la producción nacional que la extranjera, dada las economías de escala y los subsidios en los países de origen. Jamás se podrá competir en precio una producción de 100 mil hectáreas de soya colombiana con millones de hectáreas en Brasil, Argentina o los Estados Unidos.

Para revertir esa realidad, no solo habría que mejorar las condiciones logísticas internas (carreteras terciarias, circuitos de riego, seguridad rural), también hay que emular los rendimientos por hectárea y deforestar enormes extensiones de bosques (¿quieren eso, en verdad?). Y ni así puede que tengamos una soya nacional que no valga hasta 40 % más que la importada.

Si se quiere tozudamente obligar al avicultor a comprar la oleaginosa nacional con ese sobrecosto, pues habría que subir el precio del pollo y del huevo en al menos un 20 %, ya que el valor de los granos (principalmente soya y maíz amarillo duro, del que Colombia también es deficitaria) es el 80 % de los costos de producción. Y repito, la demanda de estas materias primas sextuplica la escasa y cara cosecha nacional.

Con Petro y doña Francia ya sabemos qué sigue después de ese simple ejercicio de contraste con la realidad: reformas agrarias, minifundios ineficientes, proteccionismo, obligar a comprar insumos locales caros y de mala calidad, controles de precios para que eso no dispare el costo al consumidor, desestímulo al empresario productor, desempleo, pobreza, desabastecimiento, entrega de raciones, éxodo (amigo venezolano, ¿les suena familiar?).

Las ideas tienen poder y más si llegan al poder. Para nublar todavía más el panorama, esa misma pareja política suscribió un acuerdo público con las más radicales organizaciones animalistas de Colombia con el fin de asegurarse más votos que les permitan ganar la presidencia en primera vuelta o, a más tardar, en la segunda, que se daría en junio.

Dentro de esas organizaciones, hay dos que hacen parte de la Open Wing Alliance (Sinergia Animal y Plataforma Alto), un lobby global que desde 2016 promueve la erradicación de la producción de huevo con ponedoras enjauladas, precisamente una de las razones que acabó con la producción nacional de dicha proteína en Alemania, de dónde doña Francia Márquez afirmó que traemos los huevos que nos comemos.

Se vendría entonces toda la batería de medidas que bajo la excusa del bienestar animal buscan acabar con la producción comercial de todo tipo de proteína animal. Y no les importaría nada, en realidad. Lo comprobamos el año pasado con las protestas y bloqueos de vías, que destruyeron la delicada logística del negocio avícola, haciendo que no llegara alimento para las aves en las granjas ni saliera producto para la venta o el procesamiento.

Murieron millones de aves de hambre. Muchas de ellas eran abuelas o madres, es decir, las gallinas y gallos que producen los huevos fértiles de donde salen las pollitas y pollitos que más tarde serán ponedoras de huevo comercial y pollos parrilleros. Esas abuelas y madres son importadas, de casas genéticas internacionales, lo que hace su reposición muy difícil, amén de su levante para llegar a una madurez reproductiva.

Tanto perjuicio solo es comparable con la ignorancia de quienes defendieron ese vandalismo bautizándolo de «estallido social». Apenas levantaron barricadas luego de varias semanas de enormes daños, querían seguir contando con huevos y carne de pollo en la misma cantidad y precio previos al estropicio. Eso toma tiempo, como acabamos de explicarlo. En solo huevo, una vez recuperadas las granjas de abuelas y madres, hay que esperar 16 semanas (cuatro meses) mínimo para que una nueva ponedora empiece a producir huevo de mesa comercial.

Pero no saben nada de eso. O si lo saben, poco les importa. Si no entendemos como actores de esta gran agroindustria que nada bueno para el negocio viene de estas corrientes políticas (izquierda, progresismo, animalismo, populismo), no estamos poniendo atención o no hemos entendido en realidad cómo funciona el mundo y la avicultura comercial dentro de él.

En resumen, cualquier empresario, trabajador, proveedor y hasta consumidor de la gran cadena avícola colombiana (pollo, huevo, genética, concentrado) estaría votando contra sus propios intereses si apoyan el nefasto binomio de Petro y Márquez. Para decirlo coloquialmente, «tendrían huevo» si les dan el voto. Como doliente que soy de la avicultura colombiana, pido una oración por mi país y por su negocio avícola. Ojalá, esta vez, podamos volver a esquivar aquella bala mortal.

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