- Definitivamente es muy difícil entender el porqué de tantos colombianos empecinados en atravesarse a la implementación plena de los acuerdos de paz para ponerle fin al conflicto armado interno. ¿Cómo entender que su obsesión sea sembrar la malquerencia que impide la reconciliación que creíamos necesaria en nombre y en memoria de las víctimas; y por los padecimientos durante más de medio siglo en los territorios bañados en sangre? Esa obstinación dañina que envenena el corazón de los obstinados, producto de su fanatismo troglodita, obstaculiza cualquier intento de mediación sensata para ponerle fin a los conflictos mediante la promoción civilizada, desde todas las posiciones e ideologías, para el logro mancomunado de una nueva cultura: la del respeto y la convivencia. Estamos en campaña por la Presidencia de Colombia, y siguen con fuerza las posturas a todas luces agresivas, fingiendo ser enemigos del absolutismo.
- Lo que dijo Álvaro Leyva Durán sobre Francia Márquez, indica que los grandes colombianos, como él (Conservador) y Humberto De La Calle (Liberal) inteligentes, de talla presidencial, y alto sentido de lo que significa el poder político para el crecimiento, bienestar y progreso de un país, tienen clarísimo -y lo creo firmemente- no pueden darse por vencidos y alejarse definitivamente de la actividad política, aunque la lucha sea tan inútil cuando tantísimas personas sigue el liderazgo de la venganza personal que estimula el placer de seguir en el poder a toda costa.
@AlvaroLeyva “A Francia Márquez la conozco de tiempo atrás. No le regalaron la candidatura a la vicepresidencia, se la ganó sola. Brillante, generosa. Ya quisieran sus cobardes y sucios críticos tener su preparación y su alma cristalina. Grata sorpresa para un país que espera una mano limpia”. “Generosa”, una palabra que no pronuncian otras bocas porque tienen alma mezquina.
- Muy difícil dudar, de que tantos impedimentos para la Reforma Rural Integral se originan en la ambición desmedida por acumular tierras. En el marco de los acuerdos para la terminación del conflicto, a la Reforma Rural Integral se le dio la relevancia que debía ocupar como asunto de innegable urgencia; en este capítulo “se sentaron las bases para la transformación estructural del campo”, buscando crear condiciones de bienestar para la población rural y recuperar una vocación que se extingue a la par con las hectáreas dedicadas al cultivo de alimentos. En la reciente campaña de aspirantes al Congreso colombiano, no faltaron las promesas de “trabajar por una vida digna y satisfactoria para los campesinos”. Desde que tengo uso de razón, con esa bandera son muchos los que se han arropado dándose abrigo a sí mismos. Entre la clase política no está la sincera voluntad de hacer la reforma estructural al campo colombiano; tal cosa, va contra sus intereses personales y el de los grupos de presión -léase clases dominantes- que no representan garantías para el pueblo.
