miércoles, abril 24, 2024
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Periodismo y conciencia pública. Mucho camino por recorrer

Por: María Clara Gómez

Quiero dar comienzo a esta reflexión trayendo a colación este texto del filósofo y ensayista español Ortega y Gasset, en “Misión de la Universidad” de 1930, que a mi parecer es un buen punto de inicio para cuestionar lo que ocurre actualmente con algunos periodistas y medios de comunicación en nuestro país,

“Yo no quisiera molestar en dosis apreciable a los periodistas. Entre otros motivos, porque tal vez yo no sea otra cosa que un periodista. Pero es ilusorio cerrarse a la evidencia con que se presenta la jerarquía de las realidades espirituales. En ella ocupa el periodismo el rango inferior. Y acaece que la conciencia pública no recibe hoy otra presión ni otro mando que los que le llegan de esa espiritualidad ínfima rezumada por las columnas del periódico. Tan ínfima es a menudo, que casi no llega a ser espiritualidad; que en cierto modo es antiespiritualidad. Por dejación de otros poderes, ha quedado encargado de alimentar y dirigir el alma pública el periodista, que es no sólo una de las clases menos cultas de la sociedad presente, sino que, por causas, espero, transitorias, admite en su gremio a pseudointelectuales chafados, llenos de resentimiento y de odio hacia el verdadero espíritu. Ya su profesión los lleva a entender por realidad del tiempo lo que momentáneamente mete ruido, sea lo que sea, sin perspectiva ni arquitectura. La vida real es de cierto pura actualidad; pero la visión periodística deforma esta verdad reduciendo lo actual a lo instantáneo y lo instantáneo a lo resonante.

De aquí que en la conciencia pública aparezca hoy el mundo bajo una imagen rigorosamente invertida. Cuanto más importancia sustantiva y perdurante tenga una cosa o persona, menos hablarán de ella los periódicos, y en cambio, destacarán en sus páginas lo que agota su esencia con ser un “suceso” y dar lugar a una noticia.

El texto puede parecer a primera vista despectivo e, inclusive, injusto con los periodistas. Desde luego, cada vez que se pone en discusión la idoneidad de periodistas y medios se produce un doble estallido. El primero de parte de quienes atacan vorazmente el ejercicio y generalizan sus calificativos para demeritar la tarea y, el segundo, de quienes defienden o se defienden sin tolerar que haya ningún tipo de cuestionamiento a su labor soportados en la trillada libertad de prensa que se equipara a la libertad de expresión, lo que podría asemejarse en algunos casos a una patente de corso para decir cualquier cosa sin asumir responsabilidad alguna por los efectos de lo que sus palabras provoquen.

Quiero dejar claro que considero, al igual que muchas personas también lo hacen, que los medios de comunicación son vitales en una sociedad, no solo en función de lo que significa informarse acerca de los hechos que ocurren en el entorno inmediato así como en los ámbitos más amplios de lo regional, nacional e internacional, sino en función de ser un faro de luz que pone su rayo en la gestión pública, en el actuar de las instituciones y de los ciudadanos, en orientar las discusiones que dan lugar a la construcción de civilidad y ciudadanía, así como a hacer visibles las injusticias que padecen individuos o grupos de personas, generar alertas acerca de la corrupción y el actuar delictivo en los escenarios público y privado y, afortunadamente, visibilizar aquellos actos que renuevan la confianza en el ser humano en tanto destacan ejercicios de solidaridad, de innovación y creatividad que mejoran la calidad de vida de las personas, de genialidad en las artes y de desarrollo científico, cultural, económico, ambiental, entre muchos otros, llevados a cabo por seres humanos maravillosos tanto por la sencillez de su cotidianidad como por la complejidad de su tarea diaria la cual pocos se atreverían a desarrollar.

No obstante, creo que en este momento es necesario revisar muy bien lo que ocurre con algunos medios y quienes los conforman. Hace un tiempo hemos visto que muchos de ellos, particularmente grandes medios de comunicación, dieron una dimensión diferente a sus empresas.

Si bien para desarrollar buenos procesos informativos se requiere tener una planta de profesionales cualificados así como una estructura administrativa que los apoye y para para mantener ambos equipos debe existir un modelo de financiación que hemos conocido tradicionalmente bajo el concepto de venta de servicios comerciales  o pauta publicitaria y de otros productos relacionados con impresos y publicaciones, ajustados a las condiciones actuales de la tecnología digital, y que sigue siendo efectivo en medios mejor posicionados gracias a la calidad de su información, rigurosidad y profesionalismo de sus periodistas así como la seriedad de sus columnistas,  hoy día este modelo ha cambiado y se han convertido en un negocio de venta de “verdades fabricadas” que se construyen a la medida de quien pague y que son promocionadas de acuerdo con la cantidad de dinero que paguen los  “interesados”.

Esta situación ha sido hábilmente aprovechada por grandes emporios y conglomerados que patrocinan sus propios estudios “científicos” para validar productos u operaciones bastante cuestionados hasta por movimientos políticos y actores ideológicos que venden posturas que buscan más el beneficio particular de unos pocos e que ínfimamente benefician al grueso de la sociedad, inclusive, que van en contra de la sociedad misma. 

De hecho vemos hoy día medios claramente fletados que sobrevivieron a importantes crisis económicas gracias a la venta no solo de “servicios” sino de conciencias, particularmente durante ocho años del gobierno anterior, donde los periodistas feriaron sus valores y principios, defendiendo la monstruosidad de las demandas hechas por los terroristas de las farc en el deplorable proceso de paz, que a hoy no solo les ha garantizado total impunidad y ha vulnerado a las víctimas empoderando a sus victimarios, sino que han pretendido mantener una narrativa que busca borrar la magnitud de sus crímenes, negar la comisión de estos hechos y crear una nueva verdad donde todo aquel que se oponga a este estado de cosas es tachado de “paraco” o cuando mejor es calificado se le señala como guerrerista, intolerante o retardatario. Ejemplo reciente fue la entrevista en Caracol radio a la candidata María Fernanda Cabal donde una “pseudo intelectual de la información” hizo gala de su pobre formación profesional y de su “inocultable posición ideológica” para atacar las posturas que compartimos muchos colombianos, en una discusión carente de argumentos y de preguntas inteligentes tendientes generar el análisis que debería orientar a la audiencia a la que se debe y que terminó develando la realidad de su labor en ese medio como lo es defender lo indefendible en tanto se valida lo que es sinónimo de corrupción, crimen, inmoralidad e impunidad. En otros escenarios también vemos cómo el presupuesto público se utiliza para vender la imagen de gobernantes cuya deplorable gestión impide que el normal cubrimiento de noticias destaque lo que debía ser la proyección del mandatario porque sencillamente no existe.

Esto es particularmente delicado en un país donde las nuevas generaciones no reciben en sus colegios educación en historia y, por el contrario, tanto en colegios públicos como privados, los estudiantes son adoctrinados para aceptar como normal lo que en cualquier otra sociedad sería causa de repudio nacional como lo es tener congresistas culpables de delitos de guerra y de lesa humanidad, a hampones que fueron reseñados por sus actividades terroristas, homicidios, ataques a la institucionalidad y corrupción, por no ser más amplios en descripciones que llenan de indignación a quienes efectivamente hemos conocido la trayectoria criminal de quienes hoy quieren dar lecciones de dignidad, ética y moral e, inclusive, lanzarse como candidatos a la presidencia. Todo un contrasentido para una sociedad. Pero el pueblo es cómplice al permitir que un criminal que no ha purgado sus crímenes llegue a estas instancias de gobierno, lo cual no hace referencia a una sociedad que permite la reconciliación social sino que tolera la impunidad y la degradación de sus gobernantes.

De ahí que hoy día necesitemos con URGENCIA, escrito con mayúscula, tener medios y periodistas movidos por el que durante mucho tiempo fue principio de actuación y que hoy parece haber desaparecido: la búsqueda de la verdad. Ello en muchos casos ha sido incómodo para los gobernantes, miembros de las élites y para algunos sectores de la sociedad pero que es fundamental para el fortalecimiento del tejido social, la supervivencia de la democracia, el correcto ejercicio de deberes y derechos, y la defensa de las instituciones que sirven a los individuos que la componen.

Son esos medios, medios como IFM, que a pesar de los embates continuos de gobernantes sin escrúpulos, que hacen uso de los recursos públicos para constreñir su actuar, que utilizan métodos no solo cuestionables sino ilegales, los que pueden defender a una sociedad de las artimañas de mandatarios, dirigentes, legisladores, que buscan su interés particular por encima del de la comunidad a la que deben servir. Su valentía debe ser respaldada por la audiencia que debe tener claro que en ellos tienen un escudo que la preserva y, en acción paralela, rechazar como audiencia crítica a los medios que fabrican “verdades” cuyo único valor está dado por la cantidad de dinero que se ha ofrecido para fabricarla. Esa misma verdad que siempre se ha dicho nos hará libres.

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