sábado, abril 20, 2024
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¿Orden social, político y económico en justicia?

Por Claudia Posada

Pero no es así, nuestra Constitución es pisoteada, contradicha, desestimada, desatendida e infamemente despreciada. A esto tendríamos que sumarle que inclusive, desde los escenarios de legislación y otras esferas de poder y decisión, se ignora.

Seguramente que sí, no sé; la Constitución Política de nuestra República, decretada, sancionada y promulgada en 1991, hace parte de los contenidos pedagógicos de los primeros años del bachillerato en los pensum de sociales, para fortalecer los sentimientos patrios, el nacionalismo es su mejor expresión, relaciones de convivencia ciudadana, y principalmente para el conocimiento y reconocimiento de derechos que a todos nos cobijan, como se manifiesta en el preámbulo de la misma; quiero creer que así sea.

Carta Magna que, a diferencia de la propuesta para la nueva Constitución de Chile (rechazada en el referéndum por la mayoría) la nuestra fue concebida por elegidos constituyentes que venían de distintas corrientes políticas todos ellos con fuertes convicciones desde sus matices y pluralidad de partidos, pero sobre todo, con trayectoria importante en el ámbito nacional y sin duda con la solvencia suficiente para materializar las exigencias ciudadanas del momento histórico.

En cada uno de sus 380 artículos quedó plasmado el camino que conduce al bien común: “Invocando la protección de Dios, y con el fin de fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un orden político, económico y social justo, y comprometido a impulsar la integración de la comunidad latinoamericana”.

Nuestra Constitución tiene críticos que cada año en los aniversarios de su promulgación, la critican, aunque la mayoría de académicos y estudiosos de ella, la elogian. Aunque más allá de alabarla o empañarla, está el honrarla con sujeción a ella en cada uno de sus capítulos y artículos. Pero no es así, nuestra Constitución es pisoteada, contradicha, desestimada, desatendida e infamemente despreciada. A esto tendríamos que sumarle que inclusive, desde los escenarios de legislación y otras esferas de poder y decisión, se ignora.

En el Título II, sobre los derechos, las garantías y los deberes, concretamente en el Capítulo 1, donde encontramos definidos los derechos fundamentales, observemos los artículos que van del 11 al 13: (11)

“El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte. Artículo 12. Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. Artículo 13. Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica.

El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptara medidas en favor de grupos discriminados o marginados. El Estado protegerá especialmente a aquellas personas que por su condición económica, física o mental, se encuentren en circunstancia de debilidad manifiesta y sancionará los abusos o maltratos que contra ellas se cometan”.

Sin ninguna duda, si nos concentráramos nada más en lo que la Comisión de la Verdad pudo desentrañar; su interpretación y divulgación de lo averiguado y muy suficientemente expuesto por el padre Francisco De Roux, tendríamos que reconocer que, abordando únicamente tres artículos de la Constitución colombiana, ésta ha sido mancillada vil e indignamente. ¿Cómo es posible que las infamias presentes en la cotidianidad de los colombianos no estén por encima del montón de nimiedades en las que caemos y que como cortinas de humo ocultan la aterradora realidad del país?

Que entre el común de los ciudadanos, muchos por sus falencias intelectuales, morales, y escasa educación, estén ya creyendo que es normal oprimir, discriminar, y hasta asesinar, parece que se tiene que entender; pero qué profunda diferencia va de esto, a que tengamos que aceptar en congresistas, el que se estén ocupando de exigencias ridículas, de trinar sandeces sin ninguna utilidad, congratularse con extravagancias de personajes frívolos y con sucesos fútiles, para simplemente figurar.

Entre tanto, Colombia se sigue desangrando pues todo intento de dar estricto cumplimiento a la Constitución Política, es atacado por los grupos de presión que extrañamente prefieren las tinieblas que esconden las sangrientas batallas, pues así alimentan sus discursos falaces.

Hipócritas farsantes que con sus arteros trinos entretienen su tiempo y el de miles de ignorantes, dan la espalda al cumplimiento de la Constitución y la Ley; ah, pero que no se les toquen a ellos privilegios -asignados o timados- porque ahí sí les conocemos vehemencia y perrenque.

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