sábado, abril 13, 2024
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Nos han dormido a todos

Por Eduardo Mackenzie

Las Farc (Narcotalia) ahora  están atacando no solo a los colombianos en Colombia sino también a los venezolanos en Venezuela,  con respaldo de Nicolas Maduro y con moderno armamento de infantería, que es el único material de guerra que muestran por ahora.  La otra fracción de las Farc (las llamadas “disidencias”) atacan en/y a Colombia y en la frontera  encaran, sin grandes pérdidas, las fuerzas armadas de Maduro que también están disparando contra colombianos en varios puntos y sobre todo en el departamento de Arauca, con la complicidad y ayuda del ELN.  

Unos y otros están en una aparente trifulca que nadie entiende por el reparto del inmenso negocio del tráfico de drogas.  Todos maniobran para ver cómo sacan la mejor partida para caerle enseguida con todo sus fierros rusos a Colombia.

Y lo más siniestro: en el terreno político, el candidato de Maduro y de las Farc, Gustavo Petro, aparece como el favorito en una encuesta, muy orientada, de la semana pasada. A sólo quince meses de la elección presidencial,  grandes bloques del electorado están dispuestos, según ese sondeo,  a llevar a ese cuestionable y cuestionado individuo al poder.

Toda reflexión sobre cómo sacar adelante a Colombia de esta nueva encerrona debe partir de ese cuadro complicado.

Lo peor del panorama no es el espectro de Petro sobre el cielo colombiano. Lo peor es la abulia y ceguera de los partidos de centro-derecha de Colombia y su inmovilismo y falta de imaginación. Fracciones de ese amplio sector están en un juego que los puede llevar a la desaparición: se adulan, se insultan, se elogian y se dividen y, sobre todo, cada quien aporta su cuota de pesimismo y fatalismo. Unos critican al gobierno, unos por errores que podrían ser tratados de otra forma y otros por miopía y sectarismo.

Resultado: lo que queda de los partidos democráticos, lo que los mamertos llaman los “partidos burgueses”, es decir los partidos que han construido a Colombia, no tienen la menor idea de cómo romper el cerco subversivo. No hay un candidato que se destaque, que presente al menos cuatro o cinco ideas para salvar a Colombia. Unos creen que Petro es inevitable y se resignan. Otros estiman que “un cambio le caería bien al país”. Es decir, los estados mayores de la clase política no saben qué enemigo tienen, ni imaginan siquiera el programa que Petro está redactando.

Las candidaturas pintorescas – “¡Apenas van 34 candidatos!”, advierte con ironía sobre la absurda situación el gran observador y analista José Alvear Sanín–, no salen del costurero y están a la espera de que el milagro venga de Álvaro Uribe, o del presidente Iván Duque, o del Santo Papa. Pero ninguno de ellos hace milagros.

Nos han dormido a todos. Mientras Petro se pasea por Europa firmando pactos, muy discretamente,  con facciones que ni los colombianos sospechan que existen, en Colombia los jefes políticos  hacen cálculos de boticario para las legislativas.

La situación no puede ser peor.  Empero, hay que encontrar la fórmula para salir, una vez más, de ese anillo mortífero. Colombia ha vencido coyunturas peores, pero con imaginación.

Dos acciones, difíciles pero realizables, bastarían si hay voluntad política. 1.- Forjar un frente electoral o coalición de gobierno en la que entren los partidos e individuos que no le han hecho daño a Colombia y que excluya con mano firme a aquellos individuos y grupos que colaboraron con Santos, directa o indirectamente, en los pactos con las Farc y en la destrucción del sistema colombiano.

Y dos: lanzar la campaña presidencial lo antes posible con ese frente y con un candidato enérgico y audaz que tenga un solo objetivo: explicarle al país, en los términos más concretos y sencillos, lo que es Petro y lo que éste y sus jefes extranjeros le preparan a Colombia con sus propuestas de  “pacto histórico”, para unos, o de “coalición de la esperanza”, para otros: impuestos expoliadores; cárcel o exilio para la clase empresarial, comercial y ganadera; juicios revolucionarios contra los expresidentes, salvo Santos; liquidación de toda forma de oposición con jueces de instrucción dignos de Voul y Pankratov; trasvaso de la riqueza colombiana para llenar las arcas de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua y, finalmente, instauración de un régimen de terror –sin el cual el plan exterminador no duraría una semana–, utilizando los métodos del Sebin venezolano, del SED cubano, es decir de la cheka de los bolcheviques de 1917 de donde salieron esos monstruos.

Que nadie en Colombia se deje engañar. La coalición de Petro no será de “centro-izquierda” como dice en tono bonachón El Espectador y  la prensa sumisa. Ese bando elabora un verdadero plan de guerra contra el país. Como el que Hugo Chávez lanzó contra Venezuela desde el primer día tras ser elegido, disfrazando todo con las palabras más dulces. La “implementación de los acuerdos de La Habana” –con crecimiento geométrico de la exportación de cocaína,  con una JEP eufórica, con cenáculos  que pretenden controlar la verdad  y con pseudo congresistas de las FARC perorando en el Capitolio–, será un pálido reflejo del tinglado que quiere montar esa gente. Ojo con el 2022.

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