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jueves, abril 25, 2024
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No es mejor la indolencia que la impotencia

Por Claudia Posada

 El indolente se abandona a su indiferencia. No interpreta, no dimensiona, no sabe de lágrimas por los demás. No es que el indolente sea insensible, no, es que en su simpleza, únicamente responde a los sentidos, pertenece al mundo de lo que impacta su piel, no al razonamiento. La consternación que nace al recabar en la raíz de las crisis afloradas en los últimos días en Colombia, crea una terrible impotencia. ¿En quiénes? Por ejemplo en los que buscan sus nombres en las listas de beneficiados con subsidio solidario pero no aparecen; ellos no pueden salir al rebusque del día a día porque no hay coincidencias con su cédula; además, los sectores en donde está la posibilidad de hacerse a los recursos mínimos, se cerraron las puertas por la pandemia. Entonces aquella impotencia se convierte en la rabia que va más allá de todas las lágrimas contenidas al recordar cuántas veces abrieron sus humildes casas a  políticos en campaña quienes, derrochando simpatía, les vendieron una promesa que todavía no les han cumplido. Y por estos seres con hambre, hay protestas con pancartas y canciones, así no se sepan sus nombres.

El acongojado por la impotencia sabe que las listas para beneficios, casi siempre son construidas por los mismos indolentes que de trampas sí conocen. Terrible la impotencia que nos agobia cuando recibimos un video del perrito aquel que nunca fue callejero pero ahora corre como jamás lo había hecho, tratando de alcanzar el carro del hogar que fue hasta ahora el suyo. Lo abandonaron, no soportaron sentir la impotencia de no poder abrir el negocio que daba para cuidarlo también a él, todavía tienen la íntima esperanza de que alguien lo haya acogido para mimarlo como ellos lo hicieron por tantos años. Los niños lloran por su mascota y nosotros también lloramos. No aceptamos que en las calles respondan con patadas a la mirada lánguida del animalito desamparado; con esos mismos golpes hieren los rostros de los muchachos  que marchan absolutamente desarmados, los castigan  por razonar. El indolente  no dimensiona  consecuencias. Está muy cercano a la brutalidad.

El alma se nos estruja con las historias de mujeres y hombres médicos, auxiliares y ayudantes de distintos oficios en los centros hospitalarios, que se despidieron de sus seres queridos antes de entrar a una UCI calladamente conscientes de un muy seguro final. Exponiendo la vida misma, personal de Salud se entrega cuidadosamente a sus pacientes, y también llora de impotencia. Por sus angustias otros elevan himnos, aquellos que los animan de lejos adivinan que por igual hay impotencia en los seres queridos que los esperan rezando. Se están destapando prácticas corruptas que confirman lo tantas veces expuesto y siempre disimulado con posturas socarronas. Los que diseñaron y aprobaron el Sistema Nacional de Salud (SNS) vigente en Colombia, al igual que todos aquellos que ahora se atraviesan en  los intentos por mejorarlo,  tienen pre-pagada complementaria, seguros, y espléndidas pólizas. ¡Qué les importan los percances ajenos! Ah, pero aunque esta vez si fuere reformado el Sistema y lo diseñaran  como la octava maravilla, siempre quedará un recodo para meterse por ahí a “negociar”.

Está en nuestras manos no darle más oportunidad a los indiferentes, menos a la indolencia de espaldas al porqué de salir a protestar. Ya son muchos los colombianos que se van alejando de esa realidad que los convierte en ignorantes cómplices de los que satanizan las marchas pacíficas hasta el punto de decir que es merecido recibir como respuesta a un justo malestar, ser atacados como criminales. Mientras tanto, los vándalos a sus anchas hacen y deshacen como si supieran que los llamados al control ciudadano y a dar protección, están ocupados lejos de sus fechorías. Por los que se arriesgan con valentía lloramos de impotencia. La respuesta sensata a buena parte del descontento popular está en  echar mano de una vez por todas de mecanismos ciudadanos como los referendos. Las herramientas de la democracia deben emplearse contra la indolencia, la corrupción, y los manejos soterrados que manipulan la ingenuidad,  las ilusiones, y las esperanzas. Sumémosle a lo anterior, las prácticas perversas sembradas en los que creen  que fueron formados únicamente para defender la Patria y que aquellas hacen parte del deber. 

Se nos arruga el corazón por los colegas y los amigos cuyos nombres nos llevan a recuerdos tan bonitos que nos impiden aceptar su ausencia definitiva. Si, lo entendemos, que nosotros lloremos no conmueve al indolente y menos resuelve la indiferencia de los políticos, de la clase dominante o de los banqueros; tampoco a la dirigencia de ciertos sectores que disfrutan malogrando las legítimas libertadas al convocar bajo principios que en verdad no les asisten. El dolor ajeno pareciera que alimenta su egoísmo. Y derramamos lágrimas de impotencia porque el razonamiento, precisamente, nos hace pensar que toda sugerencia sincera de quienes se duelen por nuestra desazón, nace de las emociones controladas desde mentes inteligentes que saben de comprensión: “No llores por lo que no está en tus manos cambiar”.

“Ayúdame Señor a tolerar lo que me irrita”, aunque eso no es suficiente. Necesitamos mucha templanza para no gritar ante las voces discordantes de los insensatos que le achacan, sin discernimiento, a los valientes colombianos de todas las edades, estratos socioeconómicos, filosofía y estilo de vida, pacifistas y soñadores, la culpa de este despelote armado desde la insensatez de unos cuantos cómodos oportunistas que incitan azuzando con libretos amañados. En algunos escenarios de concertación, se observa cómo se cierran alternativas buscando  que no se llegue a concretar respuestas eficaces; se mantiene la incertidumbre que necesitan las campañas políticas.

“Seamos un tilín mejores y menos egoístas” dijo Silvio Rodríguez alguna vez, pero quizás, como no es el canta-autor predilecto de quienes podrían resolver la enorme crisis que tienen a Colombia en caos,  así como asustados a muchos  colombianos, a no pocos con angustiantes sobre saltos,  y a un alto porcentaje sumamente equivocado de rumbo, todo queda resuelto con decir: “Miren pues, ya saben lo que nos espera con el castro-chavismo”. Queremos saber de quién será la frase que nos ayuda a entender lo que nos había sido difícil interpretar: “La política es el arte  de conseguir que sus intereses egoístas parezcan intereses nacionales”. Teniendo esto así de claro, no es tan difícil encontrar en dónde nace el caos del país. Como un homenaje a los que partieron sacrificando sus vidas en función de su servicio humanitario,  o reclamando por los que se callan, habrá siempre el intimo valor de  la solidaridad satisfactoria que calma la impotencia. 

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