martes, abril 23, 2024
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Militares en el Perú, maniquíes en Colombia

Por Jaime Restrepo Vásquez

Hay una anécdota que, de golpe, mucha gente desconoce. En los tenebrosos años en los que Ernesto Samper fue presidente de Colombia, Hernando Santos Castillo, entonces director de El Tiempo, impidió la publicación de un informe demoledor contra el mandatario, asegurando que no quería que los colombianos aprendieran a «tumbar» presidentes.

En el Perú, los ciudadanos, los dirigentes políticos y las Fuerzas Armadas sí saben «tumbar» presidentes. A ellos no les tiembla la mano para quitarse de encima esos bichos que la ignorancia y la pereza de algunos ciudadanos hacen llegar al poder. Sin miedo, los peruanos decidieron actuar en contra de un dictador ignorante y sobreactuado que quiso emprender el camino de la autocracia.

Al llegar la cúpula militar al recinto del Congreso peruano, los congresistas, de pie, aplaudieron a los militares, reconociendo su valor y su decisión de hacer respetar la democracia en el país de los incas, impidiendo el cierre del legislativo y la instauración de un poder judicial de bolsillo.

Sin embargo, esas imágenes en Colombia duelen mucho. Un Congreso amangualado con la aventura totalitaria que quieren imponer, unido a los pocos generales que quedan en servicio activo en las Fuerzas Armadas, claudicaron ante el poder del nuevo gobierno y ahora son simples figurines en un establecimiento corrupto y con una irreversible tetraplejia moral.

Quienes llevan soles o estrellas en sus hombros, son la negación del honor castrense, pues además son perjuros ya que no han cumplido con el juramento de defender la Constitución y la Ley. Ellos están cómodamente instalados en sus comandos, con una obediencia absurda, como si el ministro de Defensa o el propio Petro los tuvieran obnubilados.

De seguro, algunos de esos generales jamás soñaron con alcanzar ese rango, pues sus carreras y sus hojas de vida y de servicio, no les daban para tal distinción. Sin embargo, gracias a la manipulación y a la venganza de Petro contra militares y policías, llegaron a la cúpula y decidieron guardar silencio cómplice y acomodarse con el comunista que rige los destinos de la nación.

Los generales de hoy son una vergüenza, al igual que aquellos que se arrodillaron ante Juan Manuel Santos y le permitieron avanzar en el proyecto demencial y antirrepublicano que tenía en la cabeza: poner a los peores delincuentes, a los criminales más sanguinarios y enfermos, a ostentar el poder en Colombia.

¿Por qué se paralizaron cuando la mayoría de los ciudadanos, el constituyente primario, le dio sepultura al acuerdo con las FARC en el plebiscito del 2 de octubre de 2016? ¿Qué motivaciones tuvieron para guardar silencio frente a las tropelías que la JEP, la Comisión de la «verdad» y tantos bandidos entronizados en el poder, lanzaron contra las Fuerzas Armadas? ¿Acaso era más civilista permitir la destrucción de la Constitución mediante el desconocimiento de la decisión de la máxima autoridad en el país –los ciudadanos– que sacar a un bandido miserable de la Presidencia, como lo era Juan Manuel Santos?

El Perú tuvo la garantía de unas Fuerzas Armadas valientes y con criterio, no solo para arrestar al dictador Pedro Castillo, sino también para enviar un mensaje a todos esos politicastros paracaidistas que de vez en cuando logran seducir a los electores: o acatan las normas o salen del poder. Ese mensaje desencaja a los populistas, pero es ovacionado por quienes tienen claro que el orden y la ley son primordiales en una república.

Evidentemente, desde tiempo atrás, los generales colombianos sucumbieron a las mieles del poder de turno y hoy solo resguardan sus propias prebendas, sin importarles la misión constitucional de defender a la nación de amenazas internas o externas… ¡qué Él y ella os lo demanden!

De repente, los dizque generales de hoy, no tienen idea de la responsabilidad que asumieron, ni de la misión constitucional que Colombia les entregó. Han permitido invasiones de tierras, expropiaciones, crisis económica y humillaciones para todo aquel que ha llevado con orgullo y gallardía un uniforme de las Fuerzas Armadas de Colombia. Son tristes maniquíes, portando un uniforme y unas insignias que no merecen.

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