viernes, abril 19, 2024
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Las soluciones de doña Salud

Por Eduardo Mackenzie

Salud Hernández Mora encontró, parece, la fórmula para impedir la llegada de Gustavo Petro al gobierno de Colombia: erigir la candidatura de “un santista que traiga votos”, o impulsar a cualquier otro que “no huela a Uribe”. Con consejeros así vamos derecho contra el muro.

Salud Hernández es una valiente reportera. Ella va al lugar de los hechos y a veces le canta la tabla a los narco-terroristas. Esas disposiciones son admirables. Sin embargo, su actitud ante el ex presidente Uribe, y el pueblo uribista, es en extremo sectaria, y eso la pone en un resbaladero al momento de hacer pronósticos. Ese sectarismo primario, desvitaliza su análisis, sobre todo cuando escribe sobre otros anti-uribistas enfermizos como Gustavo Petro.

En su artículo de ayer, en Semana, intitulado “Y Petro metió miedo”, ella hace una crítica bastante ambigua del activista madurista colombiano. Ella elogia su “destacada actuación” ante la entrevistadora Vicky Dávila, y sus capacidades escénicas, que logran, según Salud, “transmitir sentimientos”. Eso en cuanto a la superficie del objeto observado. Sobre el fondo Salud incurre en verdaderos errores.

Define a Petro como un “caudillo populista”. La categoría nebulosa de “populismo” tan de moda, es una facilidad de lenguaje, un eufemismo,  que el periodismo debería evitar. Ese término, en este caso, sirve para no hablar del verdadero ideario de Petro, que él trata de ocultar, el comunismo, una ideología y un sistema con perfiles desastrosos muy precisos. ¿Se imaginan ustedes a un tal Jaime Bateman Cañón, fundador de la banda M-19 y maestro ideológico de Gustavo Petro, definido como un “populista” y no como un verdugo que le parecía insuficiente lo que hacían las FARC y que justificaba sus atrocidades por lealtad al comunismo?

Salud Hernández no invita a combatir las ideas políticas de Petro y de su grupo, ni a desentrañar su corrupción (ella parece haberle perdonado ya a Petro lo del lavado de dineros clandestinos y su calamitoso periodo como alcalde de Bogotá),  ni a demostrar que él no es ningún “amante de los pobres”, como ella supone. Su solución, ante la candidatura de Petro, es, según ella, la evaporación del uribismo, de Uribe mismo del paisaje político,  y la capitulación, la tercera o cuarta, ante las redes que dirige Juan Manuel Santos.

Ese sectarismo anti-Uribe, que la lleva a ver el santismo como una salida, es su camisa de fuerza. Ante la guerra judicial que le hace Iván Cepeda al expresidente Uribe ella no establece diferencias, no sabe quién es la víctima ni quien el victimario. Ella se declara neutral: habla de “ese hediondo proceso judicial” ante el cual  dice no tener agenda: “…mientras unos no tenemos agenda y solo buscamos aproximarnos a la verdad, otros persiguen intereses sucios”. ¿Quién de los dos actores persigue intereses sucios? ¿Cepeda? ¿Uribe? ¿Ambos? Salud no se pronuncia: “Y, a día de hoy (sic), confieso que no sé quién ganará.” Nadie lo sabe, cierto, pero Salud y el país sí conocen las inmundas maniobras de Iván Cepeda para perennizar la cruzada vengativa de las FARC contra Uribe, y eso es inocultable.

Le queda difícil a Salud Hernández criticar a Petro después de asumir otras ojerizas, como la que le profesa al ex presidente Trump. Ella repite las barbaridades que inventan los obamistas: “Trump ha sido una desgracia, un misógino que se dedicó a pisotear las instituciones democráticas”. Nada menos. Salud cree que eso es “aproximarse a la verdad”.  Ella dice que no hubo fraude electoral contra Trump y que deplora que las Gafam no hayan censurado a Trump desde “mucho antes” de la campaña electoral. ¿Esas transnacionales han debido censurar el video de YouTube en el que Trump criticó, en octubre pasado, al castro-chavista Petro por apoyar a Biden?  Han debido censurar ese video donde Trump  recuerda que Biden, durante el periodo de Obama, como dijo la prensa, “le dio la espalda a los nicaragüenses, giró fondos para los Castro en Cuba y tuvo presuntos acercamientos con Nicolás Maduro”?

¿Con tales alineamientos cómo puede Salud Hernández invitar  al pueblo uribista, que va más allá del CD y de otras formaciones políticas de centro-derecha, el mismo pueblo que ganó el referendo de 2016, y que eligió a Iván Duque en 2018, a que busque un santista para derrotar a Petro?

Salud Hernández cita a Petro: “Nosotros teníamos el derecho a la rebeldía. Lo dice San Agustín”. Petro acude al truco habitual de los marxistas: hacer creer que San Agustín valida sus fechorías. Haría bien ella si refuta ese embuchado. Agustín de Hipona nunca dijo que era lícita la rebelión. Rebelión es levantarse contra la autoridad legítima. Santo Tomás de Aquino  retomó las tesis de San Agustín y habló de Jus bellum, la guerra justa, que no solo él sino otros filósofos y teólogos trataron, como San Bernardo, Nicolas de Lyre, Bossuet, Lacordaire  y Vittoria. La guerra justa es necesaria para proteger a los inocentes, para poner fin a le destrucción voluntaria de la vida humana. Lo de las FARC y sus emanaciones (Eln, Epl, M-19, etc.)  nunca fue la guerra justa. Las Farc, desde el comienzo, cometieron asesinatos y masacres contra individuos y poblados enteros, para sembrar el terror e intimidar al gobierno democrático. Tirofijo comenzó su terrible carrera así, matando gente de su propio pueblo y atacando buses y fusilando a los viajeros. Y siguen en eso, y peor,  hasta hoy. Eso es lo que Gustavo Petro pretende vendernos como “rebeldía”.

Si Petro está crecido en los sondeos no es porque su corriente sea mayoritaria. Es porque solo hay precandidatos y no ha sido designado el candidato que encarne la unidad y las aspiraciones de la mayoría. Pero lo habrá, de eso no hay duda. Por el momento, la batalla ideológico-política debe ser mantenida y reforzada contra las supercherías anti  pueblo de Petro, sin capitular ante su demagogia agonizante, ni ante el “santismo que trae votos”.

El uribismo es una concepción acertada de la sociedad democrática, del Estado de derecho, de la protección de los más pobres,  de la seguridad de las naciones libres. Nada tiene de qué avergonzarse. Sus éxitos son enormes. No tiene por qué pedirle ideas, o caras, al santismo, ni a otros activismos de circunstancia.

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